De anteojeras político-ideológicas y fantasías refundacionales

Durante años, y mientras estaban en la oposición, los actuales gobernantes, junto con muchos analistas, sostuvieron que el principal obstáculo que impedía mejorar la inserción era “político”. Las “anteojeras” políticas (la fantasía de la construcción de la “Patria Grande”, las circunstanciales coincidencias o divergencias políticas con los gobiernos de Argentina y Brasil, etcétera) determinaban, decían, la agenda de inserción económica, por lo que bastaba un cambio de gobierno para desatar el nudo. Simplificando, el postulado era algo así como “el problema es el Plenario del FA”.

El enfoque se complementaba con la fantasía del cherry picking: Uruguay podía, simultáneamente, mantener las ventajas de pertenecer al Mercosur y agregar aquellas que se derivarían de la larga lista de países que esperaban, ansiosos, negociar generosos acuerdos con la pequeña república oriental. Bastaba con quitarse aquellas anteojeras para darse cuenta de que es posible elegir lo mejor de cada escenario.

Algo similar guio la conducta de las autoridades británicas durante los últimos años: Reino Unido podía perfectamente “recuperar el control” de su soberanía y, a la vez, beneficiarse de las ventajas de integrar el mercado único europeo. Cuatro años y medio de negociaciones con la Unión Europea mostraron que aquello era una fantasía.

Algunos antecedentes, o el mundo no nace cuando yo llego

Volvamos a Uruguay. “La negociación conjunta debería mejorar el poder de negociación, en particular, para los socios menores del bloque. Sin embargo, este es uno de los beneficios buscados que no se ha materializado en el Mercosur, que, en este sentido, parece haber privilegiado los intereses defensivos por sobre los ofensivos. Si bien es cierto que Uruguay por sí solo es poco atractivo como socio comercial, no es menos cierto que, sin perspectivas significativas de avance de la negociación conjunta, ese es un camino al que Uruguay no debería renunciar, desde el punto de vista de su estrategia de desarrollo. Luego de más de una década no se han obtenido resultados satisfactorios en las negociaciones del Mercosur con otros bloques o países y no hay expectativas ciertas que puedan obtenerse en el corto y mediano plazo. Por el contrario, se ha evolucionado hacia una agenda de negociación prácticamente infinita, donde los acuerdos efectivamente concretados carecen de impacto potencial sobre la tasa de crecimiento de nuestra economía… Quizás sea el momento de explicitar la existencia de puntos críticos discrepantes entre las estrategias en materia de inserción externa de los socios del Mercosur (todas ellas legítimas), de modo de identificar hasta qué punto es posible la obtención de resultados satisfactorios para todos en la configuración actual y deseable de estos procesos. En definitiva, Uruguay carece de un mercado doméstico a partir del cual sostener mínimamente un proceso de crecimiento, lo cual sumado a las dificultades de acceso a los mercados regionales y extrarregionales, lo colocan en una posición muy desventajosa para la atracción de inversiones”.

La cita, lamentablemente plenamente vigente, corresponde al documento “Uruguay y el Mercosur” y fue presentado por autoridades nacionales en la Reunión de Coordinadores Nacionales Grupo Mercado Común en Brasilia, en octubre de 2006. Poco tiempo después, en mayo de 2007, se presenta en la V Reunión Extraordinaria del Consejo Mercado Común Mercosur un documento que recoge los mismos elementos, en el marco de las discusiones y negociaciones para “superar las asimetrías en el bloque” que se llevaban adelante en aquel tiempo y que incorporaba las urgencias que tenía el país en avanzar en la agenda extrarregional, entre otros puntos.

Y así como la anterior, es posible referir otras iniciativas en todos los niveles técnicos y políticos para mejorar la inserción regional y extrarregional. Si de “relanzamientos” se tratara, el Mercosur vendría a ser el mismísimo “hombre bala”.

La referencia realizada se puede interpretar de dos formas, ambas válidas. Por un lado, explicita los esfuerzos técnicos y políticos realizados a lo largo de los últimos años. Por otro, pone de manifiesto las enormes dificultades e imposibilidades encontradas para avanzar y concretar. El punto es que el resto del mundo también juega. Y se mueve.

Un combo complicado

La necesidad de mejorar la inserción se impone, si es que el país quiere acceder de mejor forma a los circuitos globales y regionales de bienes, servicios e inversiones. En el actual marco global, para ello se requiere cerrar acuerdos comerciales.

El punto es que tenemos un gobierno cuyos representantes llegaron a las posiciones que ocupan bajo el postulado de que el problema es, una vez desalojados los anteriores inquilinos de la Torre Ejecutiva (Presidencia), Colonia y Paraguay (Ministerio de Economía y Finanzas) y el Palacio Santos (Ministerio de Relaciones Exteriores), sencillo de resolver. No sólo sencillo, sino que tampoco supone riesgos: no habría, se sostiene, dificultades para mantener el acceso preferencial ya consolidado en la región. Además, conviene tener presente que los políticos en el gobierno asumieron el compromiso de “mejorar el acceso a los mercados” ante los sectores agropecuarios, que constituyen parte importante de su base política.

No acaba allí la cuestión. Otro punto a considerar es que las autoridades económicas le rinden absoluto tributo al mercado, y no sólo en el plano nacional. Más precisamente, el acceso a los mercados, cuando viene de la mano de “tratados de libre comercio”, puede incorporar, si así lo desean las partes, la versión más pura y dura de las reglas de juego liberalizadoras, aquellas que están en sintonía con la ideología, las preferencias y los intereses de nuestros gobernantes.

Orientales, a las cosas: las condiciones

El hecho es que habría condiciones para obtener de los socios, más precisamente de Brasil, que es el que cuenta para estas cosas, cierta clase de “flexibilización” para avanzar en la agenda externa de forma individual. Esas condiciones deberían incluir la garantía de que no habrá un deterioro de las condiciones de acceso ya consolidadas en el marco del Mercosur. Si así fuera, el otro punto es decidir quién sería el eventual interlocutor, por aquello de que se precisan dos para el tango. Al respecto, y a pesar de las fantasías de gobernantes y algunos analistas, la dura realidad indica que el mercado uruguayo no es tan apetitoso (ya que, de proceder individualmente, no estaría del todo disponible eso de “ser la puerta de entrada a la región”) y, a la vez, que nuestros intereses ofensivos (vinculados a la agroexportación) están concentrados en el área de mayor sensibilidad defensiva de muchos de los posibles interlocutores. Al respecto, conviene tener presente, como lo saben todos quienes participaron alguna vez en alguna negociación, que la realidad indica que las proclamas liberales suelen quedar al otro lado de la puerta de las oficinas donde se negocia. Así las cosas, es muy posible que la negociación bilateral sea corta en el tiempo y relativamente acotada en sus beneficios.

En todo caso, sería necesario que el país tuviera claro hacia dónde apuntar, lo que requiere un trabajo técnico de primer nivel. Es muy posible que la ventana de oportunidad no sea muy grande.

Estamos ante decisiones que tienen consecuencias de largo plazo y de fondo. No pueden ser tomadas en ámbitos reducidos ni invocando compromisos que comprometen sólo a una parte de la nación o poniendo por delante estrechos postulados político-ideológicos. Por el contrario, deben ser la consecuencia de sólidos estudios técnicos y, también, de amplios y explícitos acuerdos nacionales. Ese, un acuerdo nacional, es la principal de las condiciones, una de naturaleza necesaria.