El debate público de la semana pasada estuvo centrado en la discusión de los números de pobreza de 2020 estimados por el Instituto Nacional de Estadística y el Diagnóstico del Sistema Previsional Uruguayo de cara a una nueva reforma del sistema. ¿Lo curioso? Nuevamente los menores de seis años siguen fuera de la agenda. Los mismos que tendrán que asumir mayormente los costos de los problemas del sistema previsional son quienes se han encontrado sistemáticamente debajo de la línea de pobreza. Sobre todo, en un país como Uruguay, que se ha caracterizado por destinar una alta fracción de su gasto público a pasividades, pero bajos recursos a la educación y, sobre todo, a las niñas y niños.
La poetisa y pedagoga chilena Gabriela Mistral dijo: “Muchas cosas pueden esperar, el niño no. Ahora mismo se forman, se crea su sangre, sus sentidos se desarrollan. A ellos no se les puede decir mañana. Su nombre es hoy”. La investigación neurológica muestra que los primeros años juegan un papel clave en el desarrollo del cerebro de los niños. Los bebés comienzan a aprender sobre el mundo que los rodea desde una edad muy temprana, incluso durante el período prenatal, perinatal (inmediatamente antes y después del nacimiento) y posnatal. Las primeras experiencias de los niños, los vínculos que forman con sus cuidadores y sus primeras experiencias de aprendizaje afectan profundamente su futuro desarrollo físico, cognitivo, emocional y social. Potenciar los primeros años de vida de los niños es la mejor inversión que podemos hacer como sociedad para asegurar su éxito futuro.
Un poco de historia sobre la concepción de la niñez
El estatus del niño como una fase distinta de la existencia humana, no como pequeñas personas, es relativamente nuevo y surgió alrededor del siglo XVII, al mismo tiempo que las reducciones de la mortalidad infantil, los cambios en el sistema educativo y la aparición de una unidad familiar separada. Durante la mayor parte de la historia humana era común que una proporción significativa de los niños no sobrevivieran hasta la edad adulta; siete de cada diez niños no vivían después de los 3 años en la edad media. Esta alta tasa de mortalidad era una de las razones por las cuales se trataba a los niños con indiferencia emocional.
Cuando los índices de supervivencia aumentaron, los padres empezaron a tratar a los niños con más interés y afecto. Sin embargo, la idea de los niños como un objetivo clave de la política ya se había regado firmemente, haciendo camino para la intensa atención que mereció el bienestar infantil en el siglo XX. Durante ese siglo, una clara visión surgió en torno a que el bienestar infantil no era solamente una responsabilidad familiar. Cada vez más, los niños eran vistos como una responsabilidad del Estado, que intervenía en su educación, en su salud y en su crianza para mejorar el bienestar nacional a través del desarrollo de sus futuros ciudadanos. En Uruguay este quiebre de la concepción de niñez se ve claramente reflejado en la transición de la cultura “bárbara” (1800-1860) a la del disciplinamiento (1860-1920), como lo plasmó José Pedro Barrán en Historia de la sensibilidad del Uruguay.1
Qué es el desarrollo infantil temprano y por qué es tan importante invertir en él
El hecho de que la política pública haya reconocido la importancia del bienestar infantil es de vital importancia. La ciencia nos dice que las experiencias que vivimos en nuestros primeros años realmente afectan la arquitectura física del cerebro en desarrollo. Esto significa que el cerebro no sólo nace, sino que también se construye en el tiempo a partir de nuestras experiencias. Así como una casa necesita cimientos sólidos para sostener las paredes y el techo, un cerebro requiere de una buena base que dé soporte a todo su desarrollo futuro. La construcción de cimientos sólidos en los primeros años es la base para un adecuado funcionamiento mental y una mejor salud general de por vida (nuestras capacidades de aprendizaje, nuestros comportamientos y nuestra salud física y mental). El desarrollo saludable de los niños en los primeros años de vida sienta literalmente los pilares para casi todos los problemas sociales desafiantes que enfrentan las sociedades.
El cerebro se construye básicamente de forma ascendente. Primero, el cerebro construye circuitos que son responsables de los conocimientos básicos, y luego se construyen circuitos más complejos encima de esos circuitos básicos según vamos desarrollando destrezas más complejas. El cerebro está biológicamente preparado para ser configurado por la experiencia, está esperando las experiencias que un niño pequeño tiene para influir literalmente en la formación de su sistema de circuitos.
¿Cómo es que un niño en desarrollo construye y mantiene una base cerebral sólida? Una forma de hacerlo es a través de lo que los expertos llaman “interacciones recíprocas de enviar y devolver”. Imaginen un partido de ping-pong entre un cuidador y un niño en donde en vez de devolver la pelota hacia un lado y otro de la red se producen diversas formas de comunicación entre una acción y la siguiente desde el contacto visual hasta el táctil, desde cantar hasta jugar a la escondida. Estas interacciones repetidas a través de los años del desarrollo de un niño o niña son los ladrillos con los cuales se construye una base saludable para el desarrollo futuro.
Otra experiencia que moldea el desarrollo cerebral en la niñez es el estrés. Hay buenos tipos de estrés, como conocer gente nueva o estudiar, que son saludables para el desarrollo porque preparan a los niños para enfrentar desafíos futuros. Otro tipo de estrés, llamado estrés tóxico, es perjudicial para el desarrollo cerebral. Si un niño está expuesto a situaciones como el abuso y la negligencia, está en riesgo de experimentar problemas de salud, de desarrollo, e incluso de adicciones a largo plazo.
Es posible corregir posteriormente algunos de los daños que ocasiona el estrés tóxico, pero es más fácil, más efectivo y menos costoso construir temprano una arquitectura cerebral robusta. Una de las cosas que propician una arquitectura cerebral robusta es el desarrollo de habilidades emocionales y sociales o el conjunto de habilidades que los científicos llaman funciones ejecutivas y de autorregulación.
Estas habilidades se pueden visualizar como el control de tráfico aéreo en el espacio mental del niño. Piensen en el cerebro de una niña como si fuera una torre de control en un aeropuerto con mucho tráfico: todos los aviones que aterrizan y despegan, y todos los sistemas de apoyo en tierra, exigen simultáneamente la atención del controlador para evitar un accidente. Lo mismo le sucede a la niña pequeña que aprende a prestar atención, anticiparse, recordar y a seguir una cantidad de reglas. Como todos nosotros, las niñas y niños tienen que reaccionar ante las cosas que suceden en el mundo que los rodea y al mismo tiempo lidiar en sus mentes con preocupaciones, tentaciones y obligaciones. A medida que estas exigencias se acumulan, el control de tráfico aéreo ayuda a la niña a regular el flujo de información, a priorizar tareas y, sobre todo, a encontrar maneras de manejar sobre la marcha el estrés y evitar colisiones mentales.
Desarrollar un control de tráfico aéreo efectivo, superar el estrés tóxico y construir una arquitectura cerebral sólida son cosas que los niños pueden hacer por sí mismos y, puesto que la sociedad es fuerte y está conformada por ciudadanos saludables, depende de nosotros como comunidad asegurar que los niños y jóvenes puedan vivir las experiencias propicias que necesitan para un desarrollo positivo. Para construir un mejor futuro necesitamos construir mejores cerebros.
El cerebro es flexible y plástico desde su nacimiento. A medida que va creando y refinando su sistema de circuitos, va perdiendo algo de su flexibilidad. Por eso la intervención temprana es crucial, porque, cuando se trata del sistema de circuitos del cerebro, es mejor hacerlo bien la primera vez que tratar de arreglarlo después.
Las investigaciones han demostrado repetidamente que la inversión en los primeros seis años de un niño puede determinar las oportunidades de vida a través de dos canales: la autoproductividad y la complementariedad dinámica. La autoproductividad se refiere al hecho de que las habilidades futuras dependen directamente de las habilidades pasadas. Por ejemplo, una niña más curiosa y segura explorará más su entorno y esto puede contribuir al desarrollo de habilidades cognitivas u otras habilidades socioemocionales.
Por otra parte, la complementariedad dinámica se refiere al hecho de que el nivel de habilidades determina la productividad de las inversiones. En particular, las inversiones en educación para un niño con buenas habilidades socioemocionales, como una mayor motivación, curiosidad y capacidad de atención, serán más productivas.2
Entonces, ¿por qué es tan difícil invertir en las niñas y niños? Básicamente, debido a la falta de información y de recursos. Por ejemplo, un hogar con mayores ingresos no garantiza necesariamente un buen desarrollo infantil, pero los recursos permiten acceder a mayor y mejor alimentación, invertir en materiales de aprendizaje, vivir en viviendas más seguras, acceder a servicios de salud, educación y cuidado infantil, etcétera. Otro factor para destacar es la falta de lobby que tienen los menores, ya sea por falta de información de los mismos padres o cuidadores, o porque no son un grupo de presión; siempre decimos “los niños no votan”.
En los últimos años Uruguay avanzó mucho respecto de la cobertura educativa de la primera infancia. Un ejemplo de esto son los centros CAIF, CAPI o programas como Uruguay Crece Contigo, que han demostrado muy buenos resultados.3 Sin embargo, el gasto público en infancia continúa siendo relativamente poco respecto de otros grupos de edad,4 aunque su rol sea clave para no seguir perpetuando desigualdades. Sólo queda preguntarse... ¿Alguien por favor puede pensar en los niños?
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Barrán, JP (2001). Historia de la sensibilidad del Uruguay. Ediciones de la Banda Oriental. ↩
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Cunha, F & Heckman, J (2007). The technology of skill formation. American Economic Review, 97(2), 31-47. ↩
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Marroig, A, Perazzo, I, Salas, G, Vigorito, A (2017). Evaluación de impacto del programa de acompañamiento familiar de Uruguay Crece Contigo. Serie Documentos de Trabajo, DT 15/2017. Instituto de Economía, Facultad de Ciencias Económicas y Administración, Universidad de la República. ↩
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El gasto en seguridad y asistencia social, que representa aproximadamente 50% del GPS, se concentra en los adultos mayores. Las personas mayores de 60 años concentran casi 65% del gasto total cualquiera sea el año considerado (2005-2013). MIDES, 2015. ↩