Si se le pide a alguien que dé un ejemplo de contratos con letra chica, seguramente entre las primeras opciones que recordará estará el contrato de seguros. Porque se trata de un contrato extenso, técnico y que aborda aspectos de una cierta especialización no necesariamente comprendidos por los consumidores de seguros. No porque contenga diferentes tamaños de letras ni porque no contenga regulaciones que luego mágicamente se le aplicarán al asegurado.
En ese marco, los reguladores en general parecen estar en una cruzada en un contrato que es de adhesión para hacer más visibles aquellas disposiciones, que de alguna manera puedan representar limitaciones en la cobertura, o que puedan ser tan relevantes que ameriten un destaque especial. Para eso frecuentemente requieren a los regulados destacar dichos pasajes en negrita.
Ahora nuestras pólizas son un compendio del destaque en negrita y subrayado de disposiciones que siguen siendo tan inabordables e incomprendidas como lo eran cuando no las destacábamos. Entre otras cosas, porque en general los asegurados no leen la póliza de seguros, me atrevo a decir que difícilmente sepan dónde la guardaron, a excepción del certificado SOA en el seguro de vehículos y los cupones de pago; es que la póliza de seguros no suele tener un buen destino en nuestros hogares. Claro está que cada vez más tenemos la opción de tenerla en nuestro archivo de correo electrónico o acceder a ella de forma digital.
El problema no es el tamaño de la letra, ni el menor o mayor destaque, simplemente el seguro no puede cubrir todos los acontecimientos ni todos los comportamientos a los que somos capaces de exponernos los asegurados, en realidad podríamos, pero a un costo inaccesible. Por lo que se recurre a limitaciones y exclusiones como forma de determinar el riesgo que efectivamente está cubierto y alentar el comportamiento prudente y preventivo de los asegurados.
¿Cuál es entonces la solución para este problema? Sin dudas no alcanzará de ninguna manera con el subrayado y negrita de los textos de las pólizas. La solución, si es que la hay, pasa también por el esfuerzo del mercado en simplificar los textos sin incurrir en riesgos legales excesivos, por desarrollar productos innovadores que se adapten mejor a los consumidores actuales, por promover la educación en seguros y por alentar la profesionalización de todos los que formamos parte del sistema, de la gestión, de la intermediación y de la posventa.
Ese debería ser el foco de nuestro esfuerzo, y no contribuir únicamente a una innecesaria e ineficiente proliferación de negritas y tamaños de letras. Es una discusión que supera el mercado local, pero que se hace cada vez más necesaria, porque a todos los que participamos en el mercado nos interesa que nuestros asegurados estén debidamente informados del alcance de los productos que contratan; excluir siniestros no es la base del desarrollo del mercado y ese, el desarrollo del mercado, debe ser nuestro principal objetivo.