Tengo tanto músculo como cualquier hombre, y puedo hacer tanto trabajo como cualquier hombre. He arado, cosechado, descascarillado, cortado y recogido, y ¿puede algún hombre hacer más que eso? Sojourner Truth, 1851.1
Muchas veces, cuando las personas piensan qué hace un o una economista, piensan en dos cosas. La primera es que somos igual que los contadores, y, la segunda, que siempre estamos en condiciones de contestarle al doctor que nos pregunta: “¿Y? ¿Cómo va a estar la economía?”, “Viene complicada la cosa, ¿no?”. Y la más clásica: “¿El dólar va a subir? ¿Me conviene comprar?” Pero no, no sabemos sólo −o necesariamente− de IRPF o de política monetaria. Muchas veces nos dedicamos a cosas que están completamente por fuera del radar de la población. Por ejemplo, a preguntarnos cómo afectó la experiencia de la esclavitud la forma en que las mujeres se incorporaron al mercado laboral estadounidense. Sí, a este tipo de cuestiones también nos dedicamos los economistas. Nada más y nada menos que investigación en desarrollo económico de largo plazo.
Aunque la incorporación de las mujeres blancas al mundo laboral es “reciente”, sus congéneres afrodescendientes han participado a lo largo de la historia de Estados Unidos. Varios estudios exploran la oferta laboral femenina en los albores de la emancipación, es decir, entre 1870 y 1880. Las mujeres negras tenían más probabilidad que las blancas de participar en la población activa desde 1870 hasta al menos 1980, y de ocupar puestos de trabajo en la agricultura o la industria manufacturera.
Las diferencias en las variables observables (en otras palabras, aquellas que pueden medirse e incorporar en un modelo) no pueden explicar la mayor parte de esta brecha racial en la participación en la fuerza laboral durante los 100 años posteriores a la emancipación. La brecha racial no explicada puede deberse a las diferencias raciales en el estigma asociado con el trabajo de las mujeres, que Goldin (1977) sugirió que podría remontarse a las normas culturales arraigadas en la esclavitud (“legado de la esclavitud”). En los datos de los siglos XIX y XX, otros autores encuentran pruebas de la transmisión intergeneracional de la participación en la fuerza de trabajo de la madre a la hija, lo que es coherente con el papel de las normas culturales.2
Un poco de historia
Estados Unidos fue fundado por colonos británicos que llegaron al este del país en el siglo XVII. Ya entonces se permitía la esclavitud en las colonias británicas. Los esclavos que llegaban al país desde África eran apresados violentamente y transportados hacia el continente americano en barcos negreros.
Esclavos en los campos del sur
En Estados Unidos se compraban esclavos negros para que trabajasen principalmente en plantaciones agrícolas de arroz, tabaco o algodón, que llegaría a ser un producto importante.
Entre 1775 y 1783 tuvo lugar la Guerra de Independencia, que terminó con la relación entre Gran Bretaña y sus colonias y la creación de los Estados Unidos. En 1787 se firmaría su Constitución, y en el texto, si bien no se mencionaba la palabra esclavitud, la apoyaba de facto.
Los estados del norte fueron prohibiendo paulatinamente la esclavitud y el movimiento abolicionista, contrario a cualquier forma de esclavitud, fue ganando fuerza. Sin embargo, los estados del sur, esclavistas, dependían de los esclavos porque trabajaban en sus grandes plantaciones de algodón, que eran muy importantes económicamente.
Guerra para acabar con la esclavitud
La división entre esclavistas y abolicionistas se intensificó en 1860. Abraham Lincoln (republicano) ganó las elecciones y los republicanos apoyaron la prohibición de la esclavitud en todos los territorios de Estados Unidos. En 1861 estalló la Guerra de Secesión: el país estaba dividido en distintas regiones y los estados del sur, a favor de la esclavitud, se unieron para formar los Estados Confederados. Querían independizarse del resto, que cada vez se oponía más a esa práctica, y formar su propio país. Los estados del norte, por su parte, se unieron formando la Unión, y vencieron en 1865. Lincoln, en pleno conflicto, aprobó la Proclamación de Emancipación, que entró en vigor en 1863 para liberar a los esclavos de los Estados Confederados.
En 1865 se aprobó la Decimotercera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, aboliendo oficialmente la esclavitud. Poco después se aprobaron la número 14, que en principio garantizaba derechos constitucionales a cada ciudadano americano, incluyendo a los esclavos, y la número 15, que garantizaba el derecho a voto de los hombres, sin importar su raza.
Dada la esclavitud y el racismo, la clasificación y trato hacia las mujeres afroamericanas fue totalmente diferente respecto de las blancas, y se les negó cualquier privilegio relativo a su sexo. Las mujeres negras esclavizadas realizaban el mismo tipo de trabajo que sus homólogos masculinos. Muchas mujeres trabajaban en los campos agrícolas, representando la mayor parte de la fuerza laboral en algunos casos. Al ser incluidas en las “categorías masculinas”, las mujeres negras no participaron del “culto estadounidense a la domesticidad”, en el que las mujeres blancas con suficientes medios económicos evitaban el trabajo físico como parte de su reivindicación de la feminidad, o si lo hacían, lo hacían en trabajos más “limpios”.
Entonces, ¿cómo podemos entender un sistema de trabajo que era a la vez desprovisto de género3 y altamente clasificado? ¿Cómo influyó el sexo de las mujeres esclavizadas en su trabajo y en sus vidas?
El legado de la esclavitud
El aumento de la participación de las mujeres en la fuerza de trabajo en el siglo XX fue uno de los cambios sociales más importantes de la historia de Estados Unidos. El crecimiento del trabajo femenino en el mercado se precipitó y, a su vez, contribuyó a cambios en la composición industrial de la agricultura y la manufactura a los servicios, a una revolución en las normas y expectativas sobre las carreras de las mujeres, y a cambios en el matrimonio y la inversión en capital humano.
Como ocurre con muchas otras tendencias sociales, los niveles y cambios en la participación laboral femenina (de aquí en adelante, PLF) han sido notablemente diferentes para las mujeres blancas y negras. Goldin (1977, 1990) sugiere que estas diferencias raciales de larga duración pueden remontarse, en parte, al “doble legado” de la esclavitud. La pobreza generalizada y los bajos niveles de educación de la población negra después de la Guerra Civil pueden haber tenido un efecto directo sobre la PLF de las mujeres negras en relación con las blancas. Además, la esclavitud puede haber tenido un efecto indirecto al configurar las normas sociales imperantes en la comunidad negra sobre el trabajo de las mujeres.
Goldin plantea que, debido a que las mujeres negras trabajaban intensamente durante la esclavitud, desarrollaron normas y expectativas sobre el trabajo de las mujeres que eran diferentes de las de la mayoría de los blancos, y que se trasladaron a la era posterior a la emancipación.
El contexto es imperativo. La migración de libertos al final de la guerra no continuó mucho más allá de 1870, y el crecimiento de la población negra urbana se moderó considerablemente durante los 10 años siguientes. Aunque los negros emigraron dentro del sur, apenas un goteo entró en el norte. La migración de los negros del campo a las ciudades fue probablemente selectiva: aquellos que tenían el deseo de trabajar a cambio de un salario abandonaron el campo y entraron en las ciudades. Las mujeres, sobre todo las solteras, divorciadas y viudas, se fueron a las ciudades a buscar empleo porque se les prohibía alquilar tierras de labranza.
Es importante reconocer que la tasa de PLF de las mujeres negras era mucho mayor antes de la emancipación. La elevada PLF −considerando el arduo trabajo que realizaban en relación con los hombres−, junto con la selectividad de la migración de posguerra, podrían ser dos mecanismos a través de los cuales las mujeres negras se insertaron diferencialmente en el mercado laboral después de la guerra.4
Aunque la amplia participación de las mujeres blancas es un fenómeno reciente, no ocurre lo mismo con sus homólogas negras. Como señala Goldin, la PLF de la mujer blanca se duplicó con creces entre 1890 y 1960, pasando de 16,3% a 33,7%, mientras que la de las mujeres no blancas se mantuvo casi constante (de 39,7% a 41,7%). Los avances más impresionantes en el mercado laboral durante este período los consiguieron las mujeres blancas casadas. Aunque las mujeres casadas no blancas también se incorporaron a la población activa durante estos años, las mujeres solteras no blancas salieron de ella, al poder permitirse cada vez más una educación y disfrutar del ocio. Por tanto, el revolucionario aumento de la participación de las mujeres en la población activa afectó principalmente a las blancas.
Las mujeres negras habían estado abundantemente representadas en el mercado laboral como esclavas y lo siguieron estando como liberadas. El cambio inicial en las ocupaciones fue del trabajo agrícola al sector de los servicios, principalmente el trabajo doméstico privado. Las cocineras, las enfermeras y las costureras también estaban entre las ocupaciones más comunes. Pocas mujeres negras eran propietarias y trabajadoras de oficina, y la variedad de empleos para las mujeres negras era limitada, en parte debido a la falta de un gran sector manufacturero en el sur urbano. Además, debido a la segregación, no estaban cualificadas. Las grandes diferencias entre las distribuciones ocupacionales de las mujeres blancas y negras sólo empezaron a reducirse en el período posterior a 1950.
Muchas de las razones de las diferentes experiencias históricas de las mujeres negras y blancas casadas son evidentes. A lo largo de este período, los maridos negros han tenido menores ingresos laborales y mayor desempleo que los blancos, y los ingresos no laborales de los negros también han sido menores que los de los blancos. La mortalidad de los hombres negros ha sido mayor que la de los blancos y, también por otras razones, la familia encabezada por una mujer ha sido más frecuente entre los negros.
Se ha aprendido mucho sobre los factores determinantes de la PLF a partir de la investigación que utiliza datos contemporáneos. La presencia de niños en edad preescolar, la educación y la formación de la mujer, el nivel de ingresos no laborales y la experiencia de desempleo del marido han surgido como factores principales. Y lo que es más importante, muchas investigaciones han encontrado diferencias sorprendentes entre las respuestas de las mujeres negras y blancas a las mismas variables ambientales y familiares.
Las mujeres negras participan más que las blancas incluso cuando comparten las mismas características. Las diferencias en los ciclos vitales de las familias, la discriminación en los mercados de vivienda y trabajo, y los problemas de medición en la valoración del trabajo a tiempo parcial son algunas de las explicaciones sugeridas para este intrigante hallazgo. Sin una amplia investigación en fuentes primarias, los autores sólo pueden registrar la historia laboral de las mujeres desde 1890 hasta el presente, y sólo pueden analizarla extensamente para el período que comienza en 1940.
No obstante, Goldin (1977) muestra que las pruebas preliminares de las características observables no pueden explicar por completo las diferencias entre blancos y negros en la PLF de las mujeres en el período inmediato posterior a la emancipación, un hecho que es coherente con la idea de las normas sociales dispares sobre el trabajo de las mujeres según la raza.
Para profundizar, Platt Boustan y Collins (2012) exploran cómo la transmisión intergeneracional del comportamiento laboral de madre a hija puede haber influido en las diferencias raciales en la PLF de las mujeres en el siglo XX. La participación en el trabajo de mercado es el resultado de una decisión de oferta de trabajo en la que influyen los ingresos no laborales, las ofertas salariales del mercado y los aspectos no pecuniarios del empleo, incluido el estigma social contra el trabajo de las mujeres en determinados tipos de trabajos que pueden variar según la raza. Las ofertas salariales del mercado a las mujeres y las condiciones de trabajo, a su vez, reflejan la evolución de las pautas de la demanda de trabajo y la discriminación, que también pueden variar según la raza.
Goldin (1995) explica que “el estigma social contra las esposas que trabajan en labores manuales remuneradas fuera del hogar está aparentemente extendido y es fuerte... El estigma es un mensaje simple. Sólo un marido perezoso, indolente y totalmente negligente con su familia permitiría a su mujer realizar ese tipo de trabajo”. En un modelo estático de la oferta de trabajo de las mujeres, Goldin (1995) muestra cómo ese estigma puede afectar la probabilidad de que una mujer se incorpore a la población activa. La idea clave es simplemente que cuando la pérdida de utilidad del hogar por el estigma es mayor que la ganancia de utilidad por trabajar fuera de casa, la mujer no entrará en la fuerza laboral.
Guiados por este marco, Platt Boustan y Collins (2012) informan de la presencia de una gran brecha racial en las tasas de participación, incluso después de controlar los indicadores de ingresos y salarios. Estos observables pueden controlar una gran parte del “efecto diferente” de la esclavitud en el comportamiento del mercado laboral, que opera a través de los bajos ingresos familiares, la riqueza, el lugar de nacimiento, la educación y la estructura familiar. La diferencia residual en la PLF puede entonces reflejar diferencias en las normas o expectativas sobre el trabajo de las mujeres fuera del hogar, potencialmente un producto “indirecto” de la esclavitud.
Esto podría sugerir que las diferencias raciales en las normas sociales pueden desempeñar algún papel en la explicación de las diferencias en la actividad de mercado, es decir, la presencia de alguna propensión persistente hacia el trabajo fuera del hogar y en “trabajos sucios”, que inicialmente se derivó de la institución de la esclavitud.
Además, presentan pruebas más directas sobre el papel de las diferencias históricas en el comportamiento laboral de las mujeres a lo largo del tiempo. Las hijas criadas por madres trabajadoras tienen más probabilidades de trabajar tanto a finales del siglo XIX, una generación después de la emancipación, como a mediados del siglo XX. Las diferencias iniciales en el comportamiento laboral de las mujeres han persistido en el tiempo. Dado que las normas sociales se transmiten, al menos en parte, dentro de las familias de padres a hijos, esta correlación intergeneracional puede reflejar diferencias raciales en las normas sobre el trabajo de las mujeres fuera del hogar. Las tasas más elevadas de trabajo fuera del hogar de las madres negras, junto con la correlación intergeneracional en el comportamiento laboral entre madre e hija, pueden explicar hasta un tercio de la diferencia entre blancos y negros en el trabajo fuera del hogar de las mujeres una generación o más después del fin de la esclavitud.
No obstante, todo lo mencionado anteriormente es coherente con Goldin (1977): “Es posible que las diferencias de socialización entre las mujeres negras y blancas del sur antebellum se reflejen en sus experiencias de finales del siglo XIX. Los resultados de los diferentes procesos de socialización pueden haberse disipado con el tiempo a medida que las sucesivas generaciones de mujeres blancas y negras se alejaron de la experiencia de sus antepasados. Sin embargo, los factores sociales que sirven para estigmatizar el trabajo pueden ser resistentes al cambio y podrían haber perdurado durante muchos años”.
La esclavitud parece haber dejado un legado indirecto en las mujeres blancas y negras. Modificó las valoraciones relativas que las mujeres blancas y negras tenían del trabajo −posiblemente reduciendo la de las blancas y aumentando la de las negras−, configurando la forma en que las mujeres negras se insertaron diferencialmente en el mercado laboral en diferentes tasas de participación, pero también en diferentes ocupaciones.
Conclusión
El legado de la esclavitud o “efecto esclavitud” parece ser un hecho si hablamos de cómo se insertaron las mujeres según su raza en el mercado laboral. En síntesis, las mujeres negras se insertaron inmediatamente en el mercado laboral tras ser liberadas, mientras que las blancas no lo hicieron. No obstante, una vez que las mujeres blancas entraron (especialmente aquellas que estaban casadas), lo hicieron en otro tipo de trabajos, “trabajos limpios”, y debido a la segregación, las mujeres negras estaban abundantemente representadas en las filas de los trabajos no cualificados y “sucios”.
Bibliografía
Boustan, L. P., & Collins, W. J. (2014). The origin and persistence of Black-White differences in women’s labor force participation. In Human capital in history: The American record (pp. 205-240). University of Chicago Press.
Goldin, C. (1977). Female labor force participation: The origin of black and white differences, 1870 and 1880. The Journal of Economic History, 37(1), 87-108.
Goldin, C. (1989). Life-cycle labor-force participation of married women: Historical evidence and implications. Journal of Labor Economics, 7(1), 20-47.
Goldin, C. (1990). Understanding the gender gap: An economic history of American women (Nº. gold90-1). National Bureau of Economic Research.
Goldin, C. (1994). The U-shaped female labor force function in economic development and economic history.
Weiss, T. (1999). Estimates of White and Nonwhite Gainful Workers in the United States by Age Group, Race, and Sex Decennial Census Years, 1800-1900. Historical Methods: A Journal of Quantitative and Interdisciplinary History, 32(1), 21-36.
-
Robinson, 1851, 4. ↩
-
Platt Boustan y Collins (2012). ↩
-
Los roles de género son construcciones sociales que conforman los comportamientos, las actividades, las expectativas y las oportunidades que se consideran apropiadas en un determinado contexto sociocultural para todas las personas. Además, el género guarda relación con las categorías del sexo biológico (varón y mujer), no se corresponde forzosamente con ellas. ↩
-
Weiss (1999). ↩