En esta columna volvemos con otra historia de bandidos, pero una historia muy particular: el caso Bitfinex. Si bien Luis Mario Vitette puso el listón alto, nuestros protagonistas son, en mi opinión, los bandidos más extraños y divertidos del siglo. Y la cosa puede ponerse incluso más pintoresca, dado que es una historia todavía en desarrollo.

Todo empezó en el 2016, cuando el exchange de criptomonedas Bitfinex fue hackeado por 120.000 bitcoins, que en ese momento equivalían a 70 millones de dólares. Pero antes de meternos con la crónica, aprovechemos para repasar algunos conceptos de utilidad.

¿Qué es un exchange de criptomonedas?

Un exchange (cuya traducción literal es “intercambio”) es un agente intermediario que permite la compraventa de criptomonedas, ya sea utilizando dos criptomonedas o cambiando una criptomoneda por dinero fiat, es decir, por monedas corrientes emitidas por los Estados, como el peso uruguayo o el dólar estadounidense. Dentro de este marco, los exchange son agentes importantes en tanto ofician como la puerta de entrada al mundo cripto. Por ejemplo, si querés comprar bitcoin o ethereum utilizando una tarjeta de débito o crédito, es muy probable que tengas que pasar por uno de estos.

FTX y Binance son dos casos representativos dentro de los exchanges más sofisticados, dado que además de ofrecer esa posibilidad, también brindan otros productos, como derivados financieros, tarjetas de débito y crédito atadas a balances de cuentas cripto y hasta la posibilidad de hacer trading o apalancarse (tomar capital prestado para operar en el mercado).

¿Cómo hackearon 120.000 bitcoins si eran “inhackeables”?

Es una buena pregunta, estimado lector. Y para responderla, debemos detenernos antes en el rol y la constitución de un exchange. Bitcoin, como ya hemos dicho en otras columnas, es una moneda abierta y descentralizada. Sin embargo, los exchanges son, en su mayoría, empresas centralizadas tradicionales: tienen accionistas y una sede legal física, usualmente en un paraíso fiscal, como Seychelles en el caso de Binance. A través de ellos, los distintos agentes podemos intercambiar dentro del ecosistema de criptomonedas, seamos Nayib Bukele, el presidente salvadoreño que compra bitcoin para las reservas de su país (donde se estableció como moneda de curso legal meses atrás), o seamos pequeños jugadores que no intercambiamos más de 10 o 20 dólares a la vez.

Aclarado lo anterior, podemos ahora recurrir a una analogía con el sistema financiero tradicional para facilitar la explicación de lo que hoy nos ocupa. En ese sentido, hackear una casa de cambio, o incluso un banco comercial –el BROU, por poner un ejemplo tangible–, no es lo mismo que hackear el peso uruguayo. De igual manera, los exchanges centralizados son pasibles de sufrir hackeos, pero las criptomonedas en sí mismas no, al menos hasta ahora1.

Los protagonistas de esta historia

Bautizados como los nuevos “Bonnie y Clyde”, Ilya Lichtenstein y Heather Morgan son sin duda los criminales menos pensados para esta historia. Lichtenstein es un emprendedor conocido dentro de los círculos de Silicon Valley y exalumno de Y Combinator, la aceleradora de emprendimientos más prestigiosa del mundo; un tipo “nerd y muy tranquilo”, según señalan sus amigos. Morgan, por el contrario, es rapera y columnista de Forbes. Sin juzgar, porque sobre gustos no hay nada escrito, sus canciones –donde se autodescribe como “El cocodrilo de Wall Street”– y sus videos en YouTube y TikTok generan una mezcla hipnotizante de vergüenza ajena y entretenimiento. Una persona algo bizarra, dirán algunos.

Si bien estos dos personajes siempre estuvieron activos dentro del ecosistema de las criptomonedas, cuando las noticias del hackeo al exchange Bitfinex surgieron en 2016, nadie sospechó de la pareja. No existía ninguna razón para hacerlo.

Robos en el mundo cripto: más complejo de lo que parece

De hecho, para ser honestos, tampoco había nadie de quién sospechar. Uno de los elementos clave del bitcoin, y de todas las criptomonedas que se apoyan en blockchains transparentes que todos pueden visualizar, es que son difíciles de robar o de utilizar para el lavado de activos. Esto es cierto, pese al extendido mito de que el bitcoin era la moneda de los criminales; nada más lejos de la realidad. Si usted, honorable lector, fuera un criminal, ¿elegiría perpetrar sus crímenes en una moneda que deja un registro de transacciones inalterable y público para que todo el mundo lo vea? Es mucho más conveniente cometer delitos dentro del universo del papel moneda, o incluso en transacciones electrónicas, que pueden estar protegidas por secreto bancario u otras disposiciones que dificultan el rastreo del origen e historial de los fondos por parte de las autoridades.

De hecho, es por esto que los fondos robados en 2016 quedaron alojados en diferentes wallets o cuentas de criptomonedas, dormidos y sin moverse por más de cinco años. Pero eso fue justamente lo que cambió hace unos días, cuando empezaron a moverse. Acá es donde comienza la historia del robo más entretenido del siglo.

Se cayó la casa de naipes: el final de Bonnie y Clyde

Esos movimientos le permitieron al Departamento de Justicia de Estados Unidos rastrear las transacciones y confiscar rápidamente más de 4,5 mil millones de dólares en activos2. Sí, es la confiscación financiera más grande de la historia. Por eso, la pareja enfrenta ahora un máximo de 20 años de penitenciaría por lavado de activos. Como señaló Lisa Monaco, la colaboradora de la oficina del fiscal general que participó en la incautación, “las criptomonedas no son un lugar seguro para los cibercriminales”, contrario a lo que dictamina la extendida creencia sobre estas cuestiones.

Asuntos sin resolver…

Sin embargo, como buen misterio, aún quedan asuntos sin resolver. Si fueron tan sofisticados para robar ese dinero, ¿qué hacían viviendo en Nueva York? ¿Por qué dejaron sus claves privadas de acceso respaldadas en la nube, uno de los lugares menos seguros para hacerlo? Estas dos preguntas abonan varias teorías. Entre ellas, que esta hermosamente extraña pareja no fue más que el testaferro de alguien más. Por eso, este apenas es el primer capítulo de una serie que promete y que cotidianamente está alimentando al público con nuevos giros. Y no es la única, ya que son varios los castillos de naipes que están comenzando a desmoronarse –como está sucediendo con el caso de Generación Zoe en Argentina, al que hicimos referencia la semana pasada y que dará que hablar en los próximos meses–. Lo extraño es que todos tienen, por algún motivo, ribetes de surrealismo que son ajenos a los crímenes financieros más tradicionales.

En efecto, el mundo cripto nos ofrece otra vez una ventana al alma colectiva de una generación a la que, simultáneamente, me siento avergonzado y orgulloso de pertenecer.

Esta historia continuará…


  1. Obviamente se hace referencia a las criptomonedas más establecidas como bitcoin o ethereum, no se puede dar fe de la seguridad de las decenas de miles de criptomonedas que existen. 

  2. Esos 120.000 Bitcoins que en 2016 valían alrededor de 70 millones de dólares subieron drásticamente de precio los últimos seis años.