Si bien la economía mundial continúa recuperándose de la sucesión de golpes negativos que recibió durante los últimos años, las perspectivas hacia adelante son poco alentadoras. En efecto, a pesar de los coletazos de la pandemia, del lastre asociado al endurecimiento de la política monetaria (desplegado para mitigar los elevados niveles de inflación registrados durante el año pasado) y de las perturbaciones que provocó la guerra en los mercados de energía y alimentos, la dinámica global ha sido más resiliente de lo estimado hace un año atrás.

En otras palabras, la probabilidad de asistir a un aterrizaje forzoso, como se preveía, parece estar diluyéndose. Según indica el último informe del Fondo Monetario Internacional (FMI), “las proyecciones son cada vez más coherentes con un escenario de aterrizaje suave, en el que la inflación se reduce sin una gran desaceleración de la actividad”.

Sin embargo, según las últimas estimaciones de este organismo, el crecimiento mundial se desacelerará este año y el que viene. El PIB agregado de todos los países creció 3,5% en 2022, pero las nuevas proyecciones sugieren que entre 2023 y 2024 la expansión promedio anual se ubicará levemente por debajo del 3%. Esta última cifra supone una revisión a la baja con relación a los pronósticos que realizó esta institución el pasado mes de julio, y se sitúa muy por debajo del promedio histórico (3,8% entre 2000 y 2019).

A pesar de que la desaceleración es más pronunciada en las economías avanzadas, los riesgos asociados a la situación de China han ido en aumento y configuran uno de los mayores peligros para el dinamismo futuro de los países emergentes. En ese sentido, destacan las crecientes dificultades que emergen del mercado inmobiliario, que representa casi una tercera parte de la economía china y ya acumula varios años de crisis e inestabilidad.

Según consignó el Financial Times, el mayor promotor inmobiliario del sector privado del país, Country Garden, se encamina hacia una cesación de pagos, sumando un hito adicional a la sucesión de problemas que enfrenta el sector. Dos años atrás, fue el impago de otro promotor inmobiliario, en este caso Evergrande, lo que disparó los temores por la magnitud de la crisis inmobiliaria china. “Evergrande había acumulado 340.000 millones de dólares en pasivos y se había convertido en el promotor inmobiliario más endeudado del mundo”. Pese a que se consideraba que Country Garden contaba con una posición más sólida, los acontecimientos recientes evidencian “tanto el deterioro del sector (con ventas agotándose y miles de desarrollos estancados en toda China), como las dificultades de Beijing para hacer frente a una larga crisis que ha sacudido a la segunda economía más grande del mundo. Producto de lo anterior, la confianza también ha venido registrando un fuerte deterioro durante los últimos meses, fenómeno que complejiza todavía más las perspectivas del motor económico que ha tenido el mundo durante las últimas décadas.

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Como advierte el Fondo, “si los precios inmobiliarios disminuyen con demasiada rapidez en China, aumentarán las dificultades presupuestarias de los bancos y los hogares, lo que podría dar lugar a una grave amplificación financiera”. Si bien las intervenciones y estímulos del gobierno pueden evitar un descalabro abrupto del sector, el impacto positivo será de corto alcance, en tanto implica desplazar otras prioridades en materia de inversión, actividad e ingresos públicos. Esto naturalmente implica un desafío de mediano plazo para el gigante asiático, en tanto “debe alejarse del modelo de crecimiento basado en el crédito al sector inmobiliario”.

Al margen de China, las perspectivas globales para los próximos años estarán condicionadas por otros factores, cuyo alcance excede los márgenes de las dimensiones estrictamente económicas. En ese sentido, a los crecientes riesgos de fragmentación mundial en bloques rivales –derivados del aumento de las tensiones geopolíticas– se suman otros problemas adicionales.

En primer lugar, los shocks climáticos y los conflictos bélicos en curso podrían introducir una mayor volatilidad en los precios de las materias primas, agudizando los desafíos en materia de inflación, actividad y pobreza. A modo de ejemplo, durante el tercer trimestre del año los precios del petróleo aumentaron cerca de un 25%, como consecuencia de los recortes de oferta promovidos por los países de la OPEP+. Y los precios de los alimentos, si bien se han alejado de los picos alcanzados el año pasado, permanecen todavía en niveles que son históricamente elevados.

Por otro lado, en el frente fiscal los países continúan con escaso margen para estimular el crecimiento y enfrentan niveles de endeudamiento históricamente altos que, ante un escenario de mayores tasas de interés como el que se está configurando, podrían derivar en una mayor inestabilidad financiera ante el eventual aumento del número de reestructuras de deuda y cesación de pagos (más de la mitad de los países en desarrollo de ingreso bajo están sobreendeudados o expuestos a un alto riesgo de sobreendeudamiento).

En este contexto, será clave promover reformas estructurales capaces de apuntalar la productividad y el crecimiento, y eso requiere evitar la “fragmentación geoeconómica” y restablecer la confianza en las instituciones y marcos multilaterales basados en reglas que durante las últimas décadas han promovido el crecimiento y la cooperación entre países. A juzgar por los eventos recientes, no será una tarea sencilla.