“Haré todo lo posible por reducir, e incluso eliminar, la independencia del Banco Central”1 declaraba en 1964 Gardner Ackley, economista de la Universidad de Michigan, quien meses más tarde se convertiría en el director del Consejo de Asesores Económicos (CEA, por sus siglas en inglés), el organismo asesor del presidente de Estados Unidos en estos asuntos.

Cuatro años más tarde, un informe de este mismo organismo señalaba: “Ha sido y sigue siendo la convicción, tanto de la Administración como de la Reserva Federal, que la Nación deba depender de la política fiscal, no de la política monetaria, para llevar el peso principal de la restricción adicional al crecimiento de la demanda que ahora parece necesaria para 1968”.2

Varias décadas después, ambas declaraciones llaman mucho la atención. La independencia del Banco Central respecto del gobierno, algo esencial y necesario hoy en día, no era tan común en los años previos a que se desatara la inflación estadounidense en la década de 1970. Tampoco se presumía necesario, como queda plasmado en los dos extractos citados.

En efecto, la política fiscal predominaba y la política monetaria se consideraba como algo complementario, que sólo debía acompañar y acomodarse. En ese sentido, llaman la atención dos aspectos en el comunicado reseñado: la Reserva Federal (el Banco Central de Estado Unidos) le cedía al gobierno la “gran carga” de combatir la inflación, y el Banco Central hablaba a través del Consejo de Asesores Económicos. Esto hoy sería impensado.

A la luz de estas transformaciones, que se fueron sucediendo en las últimas décadas en la órbita de la política económica, en esta columna recorreremos el último libro del economista Alan Blinder, que fue miembro de la Reserva Federal y del Tesoro durante la administración de Bill Clinton. El libro, de particular interés para macroeconomistas y apasionados de la histórica económica, fue publicado recientemente bajo el título Una historia monetaria y fiscal de los Estados Unidos, 1961-2021.3

El principio de la historia: la década de 1960

Durante los años 60, en un marco de políticas dominado por el keynesianismo, las acciones fiscales fueron de naturaleza expansiva, a pesar de que la economía se encontraba en una fase de recuperación y con el desempleo controlado. La política monetaria, que era vista entonces como subsidiaria, tenía por objetivo “acomodar” los recortes de impuestos implementados entre 1964 y 1965. Lo que pudo haber sido un “aterrizaje suave” para la economía, que por aquellos años tenía un desempleo del 4% y una inflación en torno al 2%, se vio perturbado por el aumento del gasto asociado a la guerra de Vietnam, un estímulo adicional que provocó un salto en la inflación.

La economía se encontraba ante un caso de exceso de demanda. ¿Y cuál era la solución? Políticas monetarias y fiscales más estrictas que pusieran paños fríos al empuje de los precios. Sin embargo, ambas políticas quedaron “retrasadas” en la persecución de ese objetivo, a pesar de que la FED promovió un aumento significativo de la tasa de interés, que terminó por enfurecer al entonces presidente Lyndon Johnson.

La política fiscal no parecía ser la mejor herramienta para “combatir” la inflación, y la política monetaria no lograba el impacto necesario. Cuando la década de 1960 llegaba a su fin, Estados Unidos se encaminaba hacia una recesión, a pesar de que la inflación se mantenía como el problema principal.

Fue en ese contexto en el que Richard Nixon asumió el poder en 1968, nombrando más tarde a Arthur Burns como presidente de la FED. El dúo hizo trabajar ambas políticas en conjunto, con fines políticos y en aras de lograr la reelección de Nixon en 1972. Este sería uno de los últimos casos, antes de que se impusiera la disciplina en el manejo de ambos frentes. Para lograrlo, el gobierno impulsó la demanda mediante un fuerte aumento del gasto público, al tiempo que Burns hacía lo mismo desde el frente monetario.

La fórmula fue efectiva e hizo que Nixon lograra mantenerse en el poder, pero más tarde tendría efectos sumamente negativos sobre la actividad y los precios, al combinarse con el impacto derivado de la crisis del petróleo que irrumpiría posteriormente. Cuando intentaron revertir la situación, ya era tarde: había aparecido la estanflación.

La gran inflación de los años 70

La estanflación resultaba un fenómeno novedoso, en tanto suponía una situación de estancamiento o recesión con precios elevados. Este nuevo escenario había desconcertado a todos, tanto a quienes se dedicaban a la política fiscal como a quienes estaban al frente de la política monetaria. Había aparecido un gran dilema que más tarde se repetiría en varias oportunidades: ¿combatir la inflación o atacar la recesión?

En un ejemplo claro de ese desconcierto, el presidente Gerald Ford solicitó al Congreso un aumento de impuestos para combatir la inflación (política fiscal restrictiva) en octubre de 1974, y cuatro meses después pidió un recorte (política fiscal expansiva) para combatir la recesión (finalmente le aprobaron este último). Lo mismo sucedía en el seno de la Reserva Federal, que se mostraba dubitativa entre promover una política monetaria restrictiva o expansiva.

Como si esto no fuese suficiente, a partir de 1973 la economía tendría que lidiar con otro fenómeno novedoso: un shock de oferta negativo asociado a la situación del petróleo y al embargo a Estados Unidos por parte de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Había aparecido un gran problema, porque hasta ese momento los precios y el crecimiento evolucionaban en la misma dirección. Un nuevo paradigma había surgido, y desafiaba tanto a la literatura académica como a los hacedores de política. Frente a este complejo escenario y ante tanta incertidumbre: ¿cuál sería la solución?

El doloroso remedio: la llegada de Paul Volcker a la FED

En ese escenario, en agosto de 1979, apareció Paul Volcker para asumir el mando de la FED. Antes de su llegada, la aproximación al problema inflacionario por parte de la institución venía siendo relativamente tibia, y no lograba revertir la trayectoria ascendente de los precios. Ante este panorama, y tras tres meses de estar al mando, Volcker convocó a una reunión fuera de horario para anunciar el comienzo de una de las políticas monetarias más restrictivas de la historia de Estados Unidos, que se convertiría en el mejor ejemplo para ilustrar el dolor que puede infligir el manejo de la tasa de interés sobre la actividad económica; es decir, para ilustrar los costos de reducir la inflación cuando esta supera determinados umbrales.

En otras palabras, el reajuste agresivo de la política monetaria tuvo un efecto negativo sobre el crecimiento y derivó en una recesión que se extendió durante algunos trimestres. Sin embargo, la medida logró el objetivo buscado en el frente de los precios y el país emergió de la década de los 80 con la inflación en niveles “más normales”. A esto también contribuyó la reducción de los shocks de oferta, que en su momento habían sido uno de los factores explicativos detrás del salto inflacionario -vía el precio del petróleo-.

“El enfoque monetarista otorgó una base para presentar el nuevo enfoque al público estadounidense y le dio una disciplina interna a la FED que antes no tenía”, escribiría, tiempo después, el propio Volcker en su biografía.

En la siguiente columna, que se publicará la semana próxima, continuaremos con nuestro relato y recorreremos los principales hitos de la política económica de Estados Unidos luego de que Ronald Reagan asumiera el poder, pasando por la crisis del 2008, la presidencia de Donald Trump y las reacciones que emergieron para hacer frente a la pandemia.


  1. Meltzer, Allan H (2009). A History of the Federal Reserve, vol. 2, libro 1, 1951-1969. University of Chicago Press. 

  2. fraser.stlouisfed.org/title/economic-report-president-45/1968-8139 

  3. press.princeton.edu/books/hardcover/9780691238388/a-monetary-and-fiscal-history-of-the-united-states-1961-2021