Según The Economist, la economía pospandémica es como la Mona Lisa: cada vez que miras, ves algo diferente. Este efecto es producto de la técnica del esfumado (sfumato), utilizada por Leonardo da Vinci, que genera una suerte de neblina difusa de la que se desprenden las múltiples expresiones que han hecho de este rostro el más famoso alguna vez plasmado en óleo. ¿Sonríe? ¿No sonríe? ¿Cómo sonríe? En efecto, cada vez que miras, ves algo diferente… como sucede con la economía mundial.
El efecto Mona Lisa en acción
Durante los últimos años han sido varias las hipótesis que han convivido simultáneamente en torno el devenir de la economía global. Hay quienes consideran que vamos hacia un escenario de “aterrizaje forzoso”, argumentando que el aumento de las tasas de interés derivará en una nueva recesión global y provocará una crisis bancaria de naturaleza sistémica (que no es lo mismo que una crisis de -algunos- bancos, como la que hemos presenciado recientemente). También hay quienes anticipan un aterrizaje más suave, con una leve recesión de naturaleza transitoria y sin riesgos financieros sistémicos. Y, por último, están los que no visualizan aterrizaje alguno, sino una continuidad de las tendencias recientes: un mundo de inflación alta que crece poco. En suma, “proyectar rara vez ha sido más difícil”.
Y para muestra un botón, o varios. Por ejemplo, durante el último año, el ancho del rango en el que se mueven las expectativas de crecimiento para Estados Unidos se duplicó con relación a 2019. Asimismo, la palabra “incertidumbre” apareció más de 60 veces en el último reporte de perspectivas globales del Fondo Monetario Internacional (FMI), más del doble si se compara con el informe previo publicado en octubre de 2022. También se ha tornado más difícil anticipar cuáles serán los próximos movimientos de la Reserva Federal, que se debate entre apuntalar el crecimiento, reducir la inflación y evitar un descalabro financiero.
En esa línea, las revisiones de los datos hacia atrás -un proceso común desde el punto de vista estadístico- son cada vez más significativas, lo que dificulta aún más la interpretación de la información en clave de política económica. En síntesis, como lo resumió hace unos meses la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde: “No es posible determinar en este momento cuál será el camino a seguir en el futuro”. Dicen que el primer paso es siempre admitirlo.
Las causas del problema
La más obvia es que el mundo de la pospandemia es mucho más volátil: pandemia, guerra, tensiones geopolíticas, cambio climático, disrupciones en las cadenas de suministro, alta inflación, turbulencia financiera y una lista que sigue. Esta explicación podría ser suficiente para desentrañar el misterioso efecto Mona Lisa de la economía mundial, pero también podrían estar operando otras transformaciones más profundas. Concretamente, la revista británica sintetiza tres explicaciones complementarias para entender el por qué de tanto desconcierto a nivel de las estadísticas y ejercicios de proyección.
En primer lugar, las interrupciones generadas por la crisis sanitaria “han causado estragos en los ajustes estacionales” que tradicionalmente se realizan sobre las series económicas. El mundo se ha movido abruptamente hacia abajo y hacia arriba desde que comenzó esta nueva década, dificultando el tipo de tratamiento que se realiza para depurar los efectos estacionales inherentes a las mediciones estadísticas.
En segundo lugar, aparecen, también, problemas con el tamaño de las muestras que se utilizan para estimar los datos. Sobre este punto, The Economist encuentra que son cada vez menos las personas que participan de las encuestas oficiales. Por ejemplo, en Estados Unidos, la tasa de respuesta del relevamiento que se utiliza para estimar las vacantes laborales cayó desde 60% a 30% antes y después de la irrupción de la covid-19. Además, “la desconfianza en el gobierno también puede haber aumentado, lo que hace que las personas no quieran ayudar a los estadísticos”. Esta caída en la tasa de respuesta puede provocar una mayor volatilidad en los datos y también sesgos, en tanto las personas que han dejado de contestar son las que atraviesan situaciones más desfavorables desde el punto de vista socioeconómico.
Emparentado con esto último aparece la tercera explicación, que identifica una divergencia entre los “datos duros” y los “datos blandos”. Los primeros refieren a los indicadores objetivos, como la tasa de empleo o de desempleo, y los segundos están asociados a mediciones más subjetivas, como las expectativas de las personas en torno a la posibilidad de conseguir un trabajo. Normalmente, señala el artículo, estas dos formas de aproximarse a la realidad se mueven en sintonía, pero no es eso lo que ha venido sucediendo desde 2020. Hoy en día, los datos duros venían sugiriendo una expansión económica, en tanto los datos blandos apuntaban en la dirección de una recesión. En otras palabras, el divorcio entre ambas puede ser reflejo del malestar acumulado por la población, especialmente en torno al problema de la inflación y la consecuente erosión de los ingresos y estándar de vida.
Si bien se están profundizando esfuerzos para calibrar mejor estos problemas en la elaboración y difusión de las estadísticas, “no debemos sorprendernos si la economía mundial se mantiene sfumada por un tiempo más”, concluye el artículo.