Es un momento efervescente para la coyuntura económica de nuestro país. La Rendición de Cuentas cumple un mes de tratamiento en el Parlamento, en medio de cuestionamientos por la discrecionalidad en el manejo de la regla fiscal, una herramienta clave para el gobierno, incorporada en la ley de urgente consideración. En paralelo, discurren las discusiones en el marco de la décima ronda de negociación salarial, con la promesa del gobierno de recuperar el nivel del salario real y ante la mirada del BCU por las eventuales presiones alcistas sobre la inflación.

Datos de empleo e inflación recientes indican una mejora del panorama. Sin embargo, el bajo crecimiento previsto, el impacto de la sequía y el encarecimiento del país podrían limitar ese proceso hacia adelante.

En este contexto, la economista y MBA Florencia Carriquiry, socia de la consultora Exante, dialogó con la diaria sobre las diversas dimensiones que caracterizan la situación actual y las perspectivas de corto y mediano plazo, en particular asociadas a los desafíos del crecimiento potencial.

¿Cómo evalúan el desempeño de la actividad económica en el primer semestre del año?

Veníamos de un segundo semestre de 2022 de recesión, con dos caídas bastante significativas del PIB. Hubo un rebote en el inicio de este año, como confirmaron las cifras oficiales para enero-marzo, pero probablemente veamos el impacto adicional de la sequía en el segundo trimestre del año, dada la forma en que se computan las estadísticas de Cuentas Nacionales. Dicho esto, este semestre es esencialmente de relativa mejora con respecto a fines del año pasado, pero de poco crecimiento y bastante desigual a nivel sectorial.

¿Cómo se compone la evolución de la actividad económica según sectores?

Obviamente que por la sequía el sector agropecuario y el sector de energía eléctrica fueron muy golpeados al comienzo del año, incluso desde fines de 2022. Es esperable que con el fin de la sequía tengan un rebote o una recuperación de cara a la segunda mitad del año y el año que viene, pero eso está por verse. El sector manufacturero, por otra parte, revela heterogeneidades. Por ejemplo, la industria frigorífica sufrió una contracción significativa que venía desde el año pasado, asociada a la menor demanda externa, sobre todo desde China, un mercado clave. En el otro extremo tenemos la producción de pulpa, obviamente, impulsada por la apertura de la nueva planta de celulosa, que comenzó a operar en abril.

En cuanto a la construcción, estamos viendo un sector que ya no está creciendo. De hecho, está cayendo ligeramente cuando miramos la evolución desestacionalizada, algo que era previsible ante el fin de las obras de UPM y el ferrocarril central. Pese a esto, la construcción residencial, vial y de algunas otras infraestructuras le están dando cierto soporte al sector.

Después, si vemos los componentes de la demanda, claramente este va a ser un año de contracción de las exportaciones, porque si bien en los servicios seguimos con buen desempeño, el impacto de la sequía y de la demanda externa está suponiendo un descenso fuerte en las ventas de bienes al exterior, que cayeron casi 20% medidas en dólares entre enero y junio. La inversión se ha mantenido más firme de lo previsto por lo que hablábamos antes relativo a la construcción, pero igual se ve una pérdida de dinamismo respecto de lo visto en 2021 y 2022.

En relación con el consumo, tenemos una coyuntura bastante particular, dado que las cifras más recientes no muestran un crecimiento magro del consumo, por lo menos hasta el primer trimestre del año y según los datos parciales. También hay mucha heterogeneidad por rubro, pero deberíamos ver si en el consumo se da un escenario de algo más de crecimiento hacia adelante en la medida en que los salarios reales empezaron a subir y el empleo ha mostrado un buen desempeño recientemente. Eso nos hace pensar que el consumo debería ganar algo de ritmo hacia adelante.

Hay también un panorama complejo asociado a la situación del litoral. ¿Cómo está impactando sobre la actividad?

Eso es muy importante. Recién decía que el consumo de los hogares debería mostrar una tendencia al alza en los próximos trimestres a consecuencia de la mejora en el ingreso de los hogares, pero una parte no menor de ese consumo se está yendo fuera de fronteras. Obviamente que el impacto de esa situación es particularmente directo y duro en el litoral del país, y hay varios indicadores que lo muestran, como el radar de Scanntech. De estos datos surge que en almacenes y supermercados el volumen de venta ha caído un 25% en la primera parte del año. Y cuando hacemos nuestras estimaciones, si esperamos que el consumo crezca 3% como es el caso hacia adelante, aproximadamente la mitad de ese crecimiento se estaría yendo hacia afuera. Claro que desde el lado de la oferta no es actividad local, sino que va por el lado de las importaciones y diluye el efecto en el consumo del aumento del ingreso.

Días atrás se divulgaron los datos del mercado laboral, con una mejora del empleo y de la actividad. ¿Cómo se explica ese impulso?

La mejora del mercado de trabajo se está afirmando ya desde el segundo semestre de 2022. La tasa de empleo viene con una tendencia al alza bastante firme, que la dejó en 58,2% en junio, una tasa alta en comparación con años previos, pero no tan alta en perspectiva histórica.

Hemos visto recuperarse algunos sectores que son intensivos en mano de obra y eso se vio reflejado en el aumento del empleo. El caso de la construcción es paradigmático, por ejemplo. Se está recuperando también la actividad comercial y el empleo en ese sector ha ido aumentando, pese a que sigue bajo con relación a la situación prepandemia. El sector agropecuario, a pesar de la sequía, está con niveles altos de empleo en estos últimos dos años.

Un elemento que nos parece importante destacar es que entre 2014 y 2019 veníamos con una caída del empleo bastante relevante que, a nuestro juicio, tenía que ver con el freno de la actividad que tuvimos luego de que finalizara el boom de commodities. A partir de ahí, crecimos poco, pero la dinámica salarial siguió siendo de aumentos, por lo menos hasta 2018 y ya en 2019 con menor ritmo.

Eso generó un desequilibrio entre la evolución de la productividad y el salario real, que se tradujo en una pérdida de trabajo y menores niveles de contratación. La pandemia, de alguna manera, revirtió bruscamente ese equilibrio, ante la caída del salario real y el rebote de la actividad por encima de los niveles prepandemia.

En Exante cada seis meses hacemos una encuesta de expectativas empresariales y una de las preguntas es: “¿Qué espera qué suceda con el empleo en su empresa en los próximos 12 meses?”. Hasta hace dos o tres años el saldo de esa respuesta era significativamente negativo, es decir, eran más los que decían que iban a bajar el empleo en su empresa que los que decían que iban a aumentarlo. Eso se revirtió y comenzó una tendencia hacia saldos positivos y una mayor predisposición a contratar que sigue sin ser mayoritaria.

¿Cómo esperan que evolucione el empleo de aquí en adelante?

Nuestras proyecciones dan que probablemente este año todavía podríamos ver algún aumento más del empleo, pero no esperamos que se mantenga la tendencia de este último tiempo. De hecho, nuestras estimaciones apuntan a que el empleo va a tender a estabilizarse hacia 2024 y que va a perder dinamismo el ritmo de creación de empleos.

¿Cómo pueden impactar las resoluciones de la décima ronda de negociación colectiva sobre la inflación?

Cuando el gobierno presentó las pautas no se vislumbraron grandes sorpresas, ya que habían estado manifestando explícitamente el compromiso de que los salarios reales iban a aumentar durante los años que le quedan a esta administración.

Lo que vimos fue una mala señal desde el punto de vista de la inflación. Si se toma en cuenta la fórmula de ajuste, que es la que se presentó en la Rendición de Cuentas, las proyecciones del MEF están más cerca del techo que del centro del rango meta. Eso a nuestro juicio genera varias dificultades por la inconsistencia entre la intención del BCU de moderar la inflación y los mínimos relativamente altos para los salarios nominales. Porque si partimos de una inflación esperada de 6%, y sobre esa base se construye la recuperación real, vamos a estar con aumentos nominales del entorno de 8,5% de mínima probablemente.

Eso va a ejercer una presión al alza, sobre todo en la inflación no transable, servicios y en todos los bienes que se determinan por la dinámica de costos. Ese elemento en particular nos parece que no va a jugar a favor de un descenso de la inflación más importante y sostenido en el tiempo.

Florencia Carriquiri.

Florencia Carriquiri.

Foto: Mara Quintero

¿Y con el empleo? También trayendo lo que mencionaste que sucedió en 2018 y 2019 con las rondas salariales y la productividad...

Probablemente va a haber menos espacio para aumentar el empleo si los salarios van a empezar a subir a un ritmo relativamente más acelerado. Nuestras estimaciones son de un incremento de 3% promedio anual para este año y en el eje del 2% o menos quizás para 2024. Esto, sumado a que la actividad económica tampoco va a estar mostrando un gran dinamismo, supone un menor espacio para subas adicionales del empleo.

La inflación ingresó dentro del rango meta en junio y también se moderó la medición subyacente. ¿Qué explica este fenómeno?

Es algo que se está dando en todo el mundo: veníamos de un 2021 y sobre todo de un 2022 con un alza muy fuerte, con precios de commodities que subieron de manera muy importante, y con una crisis logística y disrupciones importantes en las cadenas de valor. Con eso superado, y ante las políticas monetarias más restrictivas, la inflación ha tendido a moderarse en el mundo.

En nuestro país, ese endurecimiento monetario se reflejó en una caída del dólar muy significativa, 10% en 2022 y 5% más en lo que va de 2023, que también contribuyó a esa desinflación. Lo que hemos visto desde setiembre del año pasado es una baja de la inflación transable, reflejada por una moderación de los precios internacionales de los commodities. Si no ha sido más pronunciado el descenso de la inflación es porque al mismo tiempo tuvimos el shock negativo de frutas y verduras asociado a la sequía, que ahora se está empezando a revertir.

Nuestras proyecciones muestran que la inflación puede bajar todavía algo más, y en los próximos meses podría llegar a acercarse al 5% –hay que tener en cuenta que en julio, agosto y setiembre del año pasado la inflación fue muy alta–. También esperamos que el dólar comience a subir –por lo menos, lentamente–, y a pesar de que a priori no visualizamos más descensos en lo que refiere al precio de los commodities, los salarios, como decíamos antes, van a seguir subiendo a un ritmo de 8,5% aproximadamente. Con todo esto, esperamos que la inflación vuelva a salir del rango meta.

¿En qué medida el desalineamiento entre las políticas fiscales y salariales frustran los intentos del BCU de bajar más la inflación? Porque se espera un aumento del gasto en la próxima Rendición de Cuentas.

Eso para nosotros es un elemento importante del escenario de proyección, ya que estamos viendo, a nuestro juicio, poca coordinación entre las políticas macroeconómicas del Poder Ejecutivo. Por un lado, hay un BCU que ha mostrado mucho compromiso por bajar la inflación y que parece estar apuntando a que sea bastante menor al 6%. Y, por el otro, tenemos al MEF que en la Rendición de Cuentas presentó proyecciones apenas por debajo del 6% hacia el final del período.

Eso genera una inconsistencia que va a conspirar contra el descenso de la inflación de alguna manera, se están pretendiendo políticas fiscales y salariales expansivas con una política monetaria que queda contractiva y solitaria en el combate a la inflación. Eso puede terminar generando que las tasas de interés permanezcan innecesariamente altas por un tiempo más largo, siempre y cuando el BCU insista en que la inflación debe seguir bajando.

En el marco de la Rendición de Cuentas, algunos analistas han criticado la discrecionalidad o la falta de transparencia en lo que refiere a la regla fiscal. ¿Cómo se sustentan estos cuestionamientos?

Uno puede mirar el vaso medio lleno o puede mirar el vaso medio vacío. Si se mira el vaso medio lleno, tenemos una mejora fiscal en estos años y el cumplimiento de la regla fiscal ha jugado su rol. Si se mira el vaso medio vacío, lo que advertimos es que la dinámica fiscal más reciente ya no está siendo contractiva, sino que es notoriamente expansiva. De hecho, desde el déficit fiscal que tuvimos en la segunda mitad de 2022, estamos cinco décimas más arriba, con un incremento del gasto público en algunas partidas discrecionales.

Sobre la regla fiscal como herramienta, obviamente es mejor tenerla que no tenerla, pero plantea límites que no son del todo realmente respetados; los tres pilares de la regla tienen sus vulnerabilidades. Y en particular, con el objetivo de déficit fiscal estructural, dado que en la revisión anterior el gobierno se había propuesto un objetivo de 2,5% para el déficit fiscal estructural para este año y ahora pasa a 2,7%. Cabe destacar que eso no es sustantivo en magnitud, pero vemos cómo de a poco se desdoblan esos objetivos. Tiene poco sentido que recién ahora se fije el objetivo para este año, porque de alguna manera se hace un poquito de trampa al solitario. Es una crítica que muchos analistas estamos haciendo con relación a la regla, que deja todavía algunos flancos débiles para que funcione realmente como disciplinador fiscal.

¿La regla va a lograr mitigar las presiones sobre el aumento del gasto para el próximo año?

Sí, por eso creemos que, pese a sus debilidades, va a funcionar, en tanto limita el comportamiento habitual de la política fiscal en tiempos electorales. Sin embargo, no lo impide en su totalidad, y eso es un poco lo que estamos marcando. De hecho, lo estamos viendo en las propias proyecciones del gobierno, con un gasto público que va a estar creciendo este año y en el que los gastos asociados al Fondo Covid van a crecer a un ritmo mayor que el crecimiento potencial de la economía. Entonces si bien no estamos escapando a este fenómeno asociado al deterioro de las cuentas públicas en el año electoral, va a haber una amortiguación.

¿Cómo esperan que se desempeñe la actividad económica de cara al final del período de gobierno?

Vamos a tener algunos elementos que podrían contribuir a que en 2024 haya un crecimiento mejor al de 2023. Está el rebote de la sequía para el sector agropecuario y la generación de energía, pero también para otras actividades vinculadas, como el transporte de mercaderías. Otro elemento a tener en cuenta es que este año tenemos el freno en el funcionamiento de la refinería de Ancap, y eso va a tener un impacto negativo que se va a revertir también en 2024. Por último, vamos a tener todo un año de planta de celulosa funcionando a capacidad plena, otro impulso para el sector manufacturero respecto de este año. Todos estos elementos probablemente nos dejen con un crecimiento económico el año que viene que estimamos en el eje del 3%.

No dejamos de ver con preocupación la situación de la competitividad para algunas ramas de actividad, dado que no es sólo la brecha de precios con Argentina, sino también con el resto del mundo. Estamos muy caros con respecto a Europa, Australia, Nueva Zelanda y China, y eso nos hace pensar que más allá de lo que puedan suponer esos rebotes sectoriales hacia 2024, el escenario tampoco plantea una perspectiva de gran dinamismo económico.

¿Cómo esperan que evolucione el tipo de cambio?

Siempre es difícil saber en dónde debería estar el precio del dólar, pero nos parece que es innegable que estamos con un tipo de cambio real que parece excesivamente bajo: según las estimaciones del BCU, el tipo de cambio real está 15% por debajo del equilibrio. Nosotros en Exante tenemos modelos de tipo de cambio real de equilibrio que también plantean desequilibrios similares, un poquito mayores en algún caso, pero en ese entorno. A nuestro juicio, si bien la dinámica internacional está planteando un escenario en el que probablemente el dólar va a tender a debilitarse en el mundo en estos próximos 12 a 18 meses, nos parece que en Uruguay deberíamos ver un dólar comenzando a subir aunque sea lentamente.

No tenemos un fundamento que justifique apreciaciones adicionales de la moneda nacional: las exportaciones ya no están subiendo e incluso están cayendo, la inversión si bien se ha mantenido más firme de lo previsto ya no está mostrando el dinamismo que vimos durante los años previos y los commodities ya no están en los picos de precios que tuvieron al comienzo de 2022. En términos de las tasas de interés, vamos a tender a una política monetaria que va a permitir algún descenso adicional de la tasa de interés en pesos, entonces eso nos hace pensar que vamos a tener un dólar que debería empezar a mostrar algún aumento. Proyectamos un tipo de cambio en 40 pesos muy indicativamente para el cierre de este año y con tendencia a 42,5 pesos al cierre del año que viene. No es una gran devaluación, y sigue suponiendo un país muy caro en dólares, pero sí se contempla un escenario menos problemático.

Si miramos al largo plazo, ¿cómo se explica el bajo crecimiento potencial de la economía?

Uruguay crece poco, con una tasa de crecimiento del 2,5% promedio, que es, a todas luces, insuficiente para pensar en las mejoras sociales y de calidad de vida de la gente que tenemos que buscar. Detrás de eso, un elemento clave es que en Uruguay se invierte poco. Estamos con años en los que la inversión creció bastante gracias a la inversión extranjera, pero si uno mira las cifras de inversión sobre el PIB de estos últimos dos años, están a lo sumo en torno al 20%. Esa es una tasa que es baja en la comparación internacional y que nos ubica entre los países de menor nivel de inversión. Y ese es un primer elemento muy importante a la hora de pensar por qué crecemos poco.

Otro elemento es la dinámica demográfica, que también nos condiciona en alguna medida y hace todavía más relevante la necesidad de aumentar la productividad y la inversión. Las proyecciones que presentan los expertos son de caída y eso nos va a dejar con menos trabajadores incorporándose al mercado de trabajo para alimentar la actividad económica. Eso le pone todavía más peso a la necesidad de que haya más inversión y mejoras de la productividad para realmente promover un crecimiento económico que sea sostenido y firme hacia adelante.

¿Qué podríamos hacer para revertir esa situación?

Necesitamos alentar mayores niveles de inversión, y para lograrlos hay una agenda de reformas grande en la que Uruguay tiene que avanzar y de forma más rápida de como lo viene haciendo. Nos tomamos tres años de este período de gobierno para sacar adelante la reforma previsional, pese a que era una reforma difícil y políticamente compleja de negociar, pero cada reforma no nos puede llevar tres años. El gobierno tenía una gran intención de abrir más la economía, pero lo que se ha podido hacer hasta el momento deja gusto a poco. Abrir la economía no es sólo firmar tratados de libre comercio o el Mercosur, hay muchas cosas en las que Uruguay puede avanzar, como dar más oportunidades al sector productivo exportador de llegar en mejores condiciones al mercado global o atraer inversiones. También está la reforma de la educación, que habrá que ver qué éxito tiene, pero queda mucho para hacer en ese frente.

Hay elementos también para mejorar en lo que hace al mercado laboral que tienen implicancia sobre la productividad de las empresas. Hay una reforma en torno a la productividad en el sector no transable que hay que procesar, en el sector de la salud hay muchos problemas, en los servicios públicos también. En fin, hay varios frentes que deberían encararse para pensar en pegar un salto en materia de crecimiento económico; ninguna reforma por sí sola va a ser la solución, pero sí debe haber una agenda viva de reformas estructurales que debería ser central para este y los próximos gobiernos.