Según los datos divulgados por el Instituto Nacional de Estadística y Censos, la inflación mensual de agosto fue 12,4% (récord en 30 años), lo que en términos anualizados da como resultado una tasa superior a 300%. Con relación al mismo mes del año anterior, la inflación se ubica ahora en torno a 124,4%.

Novedad estadística: datos semanales

Según señalaron desde la Secretaría de Política Económica, organismo perteneciente al Ministerio de Economía de la Nación, el salto mayor de los precios se produjo durante la tercera semana de agosto, recogiendo la devaluación del peso argentino que tuvo lugar tras conocidos los resultados de las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO). Concretamente, esa semana los precios se incrementaron 4,8% (sólo para tener una referencia de anclaje, la inflación interanual uruguaya en agosto fue 4,1%).

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Superado ese pico, la inflación habría cedido en las semanas siguientes. En particular, según las estimaciones de la cartera, la variación de los precios habría sido del entorno de 2,1% durante la primera semana de setiembre.

“Si bien el valor semanal sigue siendo muy alto, se encuentra ya bastante más en línea con valores previos a la devaluación del mes de agosto. Estimamos que los registros semanales de inflación acentúen y consoliden su tendencia a la baja en las próximas mediciones”, indicaron desde la secretaría.

Sin embargo, la situación es demasiado compleja e incierta como para dar por cierta esta afirmación. En ese sentido, el país está en riesgo de caer en una hiperinflación, como podría inferirse ante la decisión de comenzar a publicar datos de precios semanales.

¿Hiperinflación?

Como advirtió el economista uruguayo José Licandro, “Argentina ya está ingresando en hiperinflación”. Según su argumentación, ante la ausencia de un umbral cuantitativo que permita identificar con exactitud en qué momento un país ingresa en una situación tan dramática como esta, lo mejor es poner el foco sobre los aspectos cualitativos. El primero de estos aspectos se refiere a la monetización “fuera de control” del déficit fiscal, es decir, a la necesidad de emitir cada vez más pesos para cubrir la brecha entre los ingresos y egresos del sector público.

También destacó la “incapacidad” para manejar un ancla nominal como el tipo de cambio (dada la falta de reservas internacionales), el “desasosiego generalizado en la fijación de precios por parte de las empresas” (dada la pérdida de referencias para determinar precios de insumos y demanda) y el desasosiego de los sectores sociales con ingresos en pesos (asalariados y jubilados). En suma, la creciente incapacidad de la moneda argentina para cumplir con sus funciones básicas comienza a acelerar el proceso de sustitución por otras alternativas, naturalmente, el dólar.

En este contexto, y ante la ausencia de un programa creíble de estabilización (el eje de las discusiones sigue girando sobre la propuesta de dolarización del candidato libertario), el riesgo de que la inflación se descontrole y el país vuelva a ingresar en una híper crece día a día.

¿Dolarización?

Ante este descontrol de precios, el debate sobre las posibles soluciones continúa recostado sobre la propuesta de dolarizar la economía, una medida extrema que continúa acumulando detractores dentro y fuera del país.

En breve, el primer inconveniente práctico de esta propuesta pasa por la ausencia de dólares. Simplificando el razonamiento: si tuviera un peso y un dólar, se podría dolarizar a un tipo de cambio de uno. Si tuviera 10 pesos y 2 dólares, se podría dolarizar a un tipo de cambio de cinco. Sin embargo, si tengo billones de pesos y ningún dólar, la ecuación no cierra. Y hacerla cerrar supondría un descalabro absoluto.

A este punto se refirió días atrás Guido Sandleris, que fue presidente del Banco Central de la República Argentina entre 2018 y 2019: “Supongamos que se consiguieran dólares y las reservas pasaran a ser 10.000 millones de dólares. Con esa cantidad de dólares, la totalidad de los pesos podrían canjearse a 3.700 pesos por dólar”. Este tipo de cambio es “diez veces más que el tipo de cambio oficial de hoy y cinco veces más que el paralelo”. En otras palabras, incluso consiguiendo cerca de 15.000 millones de dólares prestados, la dolarización implicaría un “salto cambiario enorme”.

El segundo inconveniente pasa por el hecho de que dolarizar no necesariamente solucionaría el problema de fondo. Si bien Javier Milei repite el mantra de Milton Friedman (premio nobel de 1976) de que la inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario (de ahí su intención de dinamitar al Banco Central), se olvida de los aportes de Thomas Sargent (premio nobel de 2011), que recientemente estuvo de visita en Argentina abordando esta cuestión.

Parafraseándolo: la inflación es siempre y en todas partes un fenómeno fiscal en el que el Banco Central actúa de cómplice; la causa del problema es el déficit, la inflación es la consecuencia de financiarlo con emisión. Entonces, como dijo el propio Sargent, por más que te pongas la camiseta de Messi, no sos Messi, sos alguien que usa su camiseta. Por más que uses el dólar, no sos Estados Unidos, sos Argentina.

Y eso nos lleva al tercer inconveniente, y es que a pesar de que no seas Estados Unidos y de que tus problemas no sean los de Estados Unidos, Estados Unidos sería el responsable de tu política monetaria. Al dolarizar, Argentina renunciaría a una herramienta clave de la política económica (y, además, perdería al prestamista de última instancia).

Por último, y no menos importante, está el inconveniente de la irreversibilidad. Una vez que se dolariza, volver para atrás es muy complejo. Quizás, antes de incursionar en esta solución podrían impulsar reformas en el frente fiscal y monetario, dotando al Banco Central de autonomía e independencia. En efecto, si hicieran lo necesario para dolarizar, no necesitarían dolarizar. Por eso, como señalaron recientemente una multiplicidad de economistas en una carta pública, la dolarización es un espejismo.