Desentrañar cuál es la ideología del nuevo presidente estadounidense constituye la verdadera pregunta del millón, porque si pudiera reconstruirse seríamos capaces “de predecir o adivinar (el elemento de volatilidad es alto) cómo podría ser su gobierno en los próximos cuatro años”.1
Según entiende Milanovic, la principal limitante para asociar a este singular personaje con una ideología particular radica, por un lado, en el odio o en la adulación que nos puede estar cegando, y, por el otro, en la complejidad que supone sintetizarla bajo un único rótulo conocido y familiar.
Algunos lo consideran un fascista, pero desde el punto de vista estrictamente ideológico eso implicaría que podemos asociarlo con los siguientes rasgos: (i) nacionalismo exclusivista, (ii) glorificación del líder, (iii) énfasis en el poder del Estado frente a los individuos y el sector privado, (iv) rechazo del sistema multipartidista, (v) gobierno corporativista, (vi) sustitución de la estructura de clases de la sociedad por el nacionalismo unitario y (vii) adulación cuasi religiosa del partido, el Estado y el líder. “No necesito discutir cada uno de estos elementos individualmente para mostrar que no tienen casi ninguna relación con lo que Trump cree o lo que quiere imponer”.
Otros lo califican de populista, pero ese es un término que para Milanovic no ha logrado ser correctamente caracterizado y definido con precisión. Por eso también lo descarta como respuesta a la pregunta del inicio, aunque lo considera válido como “insulto” en este caso.
Entonces, descartadas ambas etiquetas, ¿cuáles serían los rasgos que podrían capturar la matriz ideológica de esta estrambótica figura que volverá a asumir la presidencia estadounidense?
Mercantilismo
En primer lugar, aparece el mercantilismo, ese viejo conjunto de ideas que parte de la base de que la actividad económica, y principalmente el comercio entre países, es un juego de suma cero en el que las ganancias de unos sólo pueden realizarse si se matchean con las pérdidas de otros. En otras palabras, no hay lugar para las relaciones de mutuo beneficio.
Si bien el mundo ha evolucionado desde el siglo XVII, cuando primaba esta particular visión de las cosas, mucha gente sigue creyendo en su validez: “Si uno cree que el comercio no es más que una guerra por otros medios y que el principal rival o antagonista de Estados Unidos es China, la política mercantilista hacia China se convierte en una respuesta muy natural”.
Y, si bien esta visión no acumulaba tantos partidarios allá por 2017, cuando inicia esta particular forma de enfrentamiento, hoy en día recoge un amplio conjunto de adhesiones que la ha deslizado desde los márgenes hacia el centro. La continuidad y profundización de este accionar que tuvo lugar durante la administración de Joe Biden son apenas una muestra de ello, y podemos esperar que se redoblen durante este segundo mandato de Trump.
Obtención de beneficios
Esto es compartido por el resto de los republicanos, cuya visión sobre el progreso se asienta fundamentalmente en la reducción de las barreras, normas e impuestos al sector privado. Como un capitalista que nunca pagó impuestos, se consideraba a sí mismo un buen empresario. Sin embargo, el resto de los capitalistas/empresarios menos exitosos necesitan sacarse de encima el pesado lastre del gobierno.
Acá se cuela la visión particular del mundo que tenía la filósofa y novelista rusa Ayn Rand (autora de la que sería su novela favorita, La rebelión de Atlas), distinguiendo entre los pocos visionarios capaces de empujar con su iniciativa emprendedora el avance de la civilización y los muchos improductivos e ineficientes que lastran ese objetivo con sus normas y códigos de moralidad.
En este sentido, señala Milanovic, no hay nada nuevo o particular con Trump: “Es la misma doctrina que se mantuvo desde Reagan en adelante, incluso con Bill Clinton. Puede que Trump sólo sea más explícito y abierto sobre los impuestos bajos sobre el capital, pero haría lo mismo que Bush padre, Clinton y Bush hijo. Y lo mismo en lo que creía profundamente el ícono liberal Alan Greenspan”.
“Nacionalismo” antiinmigrante
El tercer componente que terminaría de consolidar esta particular amalgama ideológica tiene que ver con una clase particular de nacionalismo, que no es étnico ni racial, sino que descansa simplemente en una aversión hacia los nuevos inmigrantes. Tampoco habría algo particularmente novedoso en esta dimensión, dado que está en línea con las políticas antiinmigrantes que han reflotado en muchas partes del mundo bajo el argumento de la derecha de que el país está “lleno” y no tiene capacidad para absorber poblaciones que entiende como problemáticas.
En este caso, “la opinión de Trump sólo es insólita porque Estados Unidos no es, objetivamente según ningún criterio, un país lleno: el número de personas por kilómetro cuadrado en Estados Unidos es 38, mientras que es 520 en Holanda”.
¿Qué nos queda?
Combinando el mercantilismo con la aversión a los migrantes surge claramente cuál sería la política exterior de Estados Unidos bajo el segundo mandato: “Será la política del antiimperialismo nacionalista”, lo que resulta una combinación atípica, en especial para las grandes potencias, porque “si son grandes, nacionalistas y mercantilistas, se entiende casi intuitivamente que tienen que ser imperialistas”. Esta es la noción que desafía Trump, más asimilable con la concepción que tenían los padres fundadores sobre no meterse en “enredos extranjeros”.
De esto se desprende el objetivo de reflotar al país como una nación rica y poderosa que vela por sus intereses, pero que no es indispensable ni tiene por qué desempeñar un rol como corrector de todos los males del mundo. “Es difícil decir por qué a Trump no le gusta el imperialismo que se ha convertido en moneda común para ambos partidos estadounidenses desde 1945, pero creo que instintivamente tiende a abrazar los valores de los padres fundadores y de gente como el antagonista republicano de Woodrow Wilson Robert Taft, que creía en la fuerza económica de Estados Unidos y no veía la necesidad de convertir esa fuerza en un dominio político hegemónico sobre el mundo”.
Ojo, esto no implica, en la visión de Milanovic, que Trump esté dispuesto a renunciar a la hegemonía estadounidense, pero sí que, a la luz de los principios mercantilistas, hará pagar mucho más a sus aliados por albergarlos bajo su protección.
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Milanovic, Branko (2024). The ideology of Donald J. Trump. ↩