La salida de la pandemia puso a la principal economía del mundo en una situación delicada en el plano fiscal y en términos de la sostenibilidad de la deuda. El paquete de medidas impulsadas por el gobierno de Joe Biden logró promover una recuperación rápida de la economía ante la crisis del coronavirus, manteniendo el desempleo en niveles históricamente bajos. Sin embargo, el ritmo de crecimiento del déficit y de la deuda pública con relación al PIB deja un menor margen de maniobra para los próximos años.

Estados Unidos arrastra desde hace décadas un desequilibrio en la cuenta corriente y en el frente fiscal, lo que se conoce con el nombre de déficit gemelos. Expresado sencillamente, lo anterior significa que la economía y el gobierno han estado consumiendo consistentemente por encima de sus posibilidades. El shock de la pandemia y el plan económico para la recuperación han acelerado este proceso de desequilibrio.

Las políticas de los últimos años tuvieron como foco incrementar la inversión pública y el poder de compra de la clase media a través de transferencias que ampliaron sus capacidades de ahorro y consumo. Este apoyo fiscal de enormes dimensiones se desplegó además en un contexto de caída de recaudación, producto del fuerte impacto que tuvo el coronavirus sobre la actividad. En efecto, el déficit fiscal exhibió un aumento importante, y el ratio de deuda/PIB pasó de 103% a 120% entre 2019 y 2023. Según las proyecciones del Fondo Monetario Internacional, esta tendencia se mantendría y el ratio pasaría a ubicarse en el entorno de 135% hacia 2028.

Esta trayectoria del endeudamiento, que en principio no muestra señales de revertirse en el corto plazo, es un hecho que de a poco empieza a tomar mayor relevancia. En primer lugar, las agencias calificadoras de riesgo internacionales han comenzado a advertir sobre el deterioro de la situación crediticia de Estados Unidos. En ese sentido, la calificadora Fitch Ratings rebajó en agosto la calificación del país, que pasó de AAA a AA+. De esta manera, se sumó a Standard & Poors, que ya le había retirado la máxima calificación crediticia a Estados Unidos en 2011.

En este marco, este año se elige nuevo gobierno, y el término conocido como bidenomics seguramente ocupe gran parte de la discusión política en los próximos meses. Ese término sintetiza la política económica impulsada durante los últimos años, que tuvo especial énfasis en la expansión del gasto público como motor de crecimiento económico y también en el apoyo a determinados sectores e industrias.

En paralelo, las tensiones geopolíticas y conflictos han generado necesidades crecientes de mayor presupuesto en el frente externo, y por ende una mayor carga para el contribuyente estadounidense. Sobre esto, una encuesta realizada en octubre por el portal informativo Bloomberg News relevó que, en alguno de los siete estados clave para la elección, la desaprobación (49%) es sensiblemente mayor que la aprobación (26%) en torno a estas políticas.

Más allá del impacto en las próximas elecciones, el déficit fiscal de Estados Unidos es una constante que se ha extendido durante las últimas décadas, sin importar el partido gobernante.

Algunos pensadores estadounidenses, entre ellos Ray Dalio, que además es un inversor reconocido y fundador de uno de los mayores hedge fund del mundo, sugieren que Estados Unidos está en una fase de declive económico que lo llevará lentamente a perder su posición dominante en el orden económico mundial. En su libro Principles for dealing with the changing world order, why nations succeed and fail (2021), Dalio realiza un repaso histórico del auge y caída de los distintos imperios que existieron desde 1500 a la fecha. En ellos se identifica una serie de patrones que se repiten sistemáticamente.

A modo de ejemplo, en el proceso de declive de los imperios, los estados presentan elevados niveles de gasto y un endeudamiento creciente que terminan generando un aumento del financiamiento a través de la impresión de moneda. Acto seguido, la moneda pierde valor y deja gradualmente de cumplir la función de reserva de valor y medio de cambio internacional, siendo así menos preferida que otras.

Sin profundizar más sobre el tema, parece claro que Estados Unidos, pese a continuar siendo la potencia económica dominante actualmente, comienza a evidenciar debilidades en el plano económico, y es necesario incorporarlo a la hora de decidir nuestras inversiones.

En nuestro país es común que pensemos en el dólar como moneda para nuestros ahorros; lo tenemos naturalizado y arraigado desde hace generaciones y es algo que ha costado modificar a pesar de los esfuerzos de desdolarización de la economía que se han ido promoviendo. Tampoco los buenos resultados de las inversiones en moneda local han logrado desalentar significativamente la preferencia por ahorrar en dólares por parte de los uruguayos.

De hecho, si tomamos los últimos 20 años, haberse posicionado en moneda local (sea en unidades indexadas o en pesos) ha superado ampliamente y de forma consistente los rendimientos obtenidos a partir de las colocaciones en dólares. Dicho de otra manera, sólo en un bajo porcentaje de veces y por períodos cortos los rendimientos de haber invertido en dólares han superado las alternativas en moneda local.

En ese sentido, la preferencia por inversiones en dólares responde a diversos factores, algunos de los cuales son meramente psicológicos. Por ejemplo, asociados al impacto asimétrico de las ganancias por suba o baja del dólar. En general, nos “duele” más cuando el dólar sube y estamos colocados en pesos, que cuando el dólar baja y estamos colocados en dólares. En términos económicos, considerando el costo de oportunidad, ambos casos deberían impactarnos igual.

La creencia popular de que una inversión es más segura si es en dólares se generó hace décadas cuando los fundamentos económicos de Estados Unidos eran más sólidos que los actuales y cuando los de Uruguay eran más débiles que los actuales. Nuestro país ha recorrido en las últimas dos décadas un fortalecimiento de las instituciones que le ha permitido atraer inversión y dar confianza a inversores financieros y de la economía real.

Es por eso que los ahorristas altamente concentrados en dólares deberían incorporar la nueva información a su toma de decisiones, es decir, que la creciente vulnerabilidad fiscal de Estados Unidos hace más probable un dólar débil en los próximos años. Por lo tanto, la diversificación de monedas en nuestro portafolio de ahorros siempre es recomendable y tiene sentido en épocas de alta incertidumbre como la actual.

Fabrizio Clemata, director de CFA Society Uruguay.