El comienzo de 2024 ha estado marcado por una ola de predicciones acerca de la trayectoria de la inteligencia artificial que van desde el optimismo hasta la cautela. De todos modos, ha surgido un claro consenso: la inteligencia artificial ya está redefiniendo la experiencia humana. Para seguirle el ritmo, la humanidad debe evolucionar.

Para cualquiera que haya vivido los años del ascenso de internet y las redes sociales, la revolución de la inteligencia artificial puede evocar una sensación de “ya haber estado allí” y dar pie a dos preguntas fundamentales: ¿es posible mantener el impulso actual sin repetir los errores del pasado? Y ¿podemos crear un mundo en que todos, incluidas las 2,6 mil millones de personas que siguen sin conexión, podamos prosperar?

Para que la inteligencia artificial genere un futuro equitativo y centrado en el ser humano se requieren nuevas e inclusivas formas de innovación. Tres tendencias promisorias nos hacen tener esperanzas para el año que comienza.

Primero, la regulación de la inteligencia artificial se mantiene como una prioridad global de primer orden. Desde la Ley de IA de la Unión Europea a la orden ejecutiva de octubre de 2023 del presidente estadounidense Joe Biden, quienes han propuesto normativas para una inteligencia artificial responsable han respondido a compromisos voluntarios de las grandes empresas tecnológicas con sugerencias de políticas sustentadas en la equidad, la justicia y los principios democráticos. La comunidad internacional, liderada por el recién creado Consejo Asesor de las Naciones Unidas sobre la IA (uno de los autores de esta columna es miembro de esta entidad), que tiene como objetivo impulsar varias de estas iniciativas, comenzando por el informe interino sobre Gobierno de la IA para la Humanidad.

Más aún, este podrá ser el año en que se desmantelen las cámaras de eco de la élite para pasar a cultivar un cuadro global de profesionales de ética de la inteligencia artificial. Al ampliar iniciativas como el Grupo de Tareas de Recursos Nacionales de Investigación sobre Inteligencia Artificial –creado en Estados Unidos por la Ley de Iniciativa sobre la IA de 2020– y la localización de estrategias de implementación mediante herramientas como la metodología de Evaluación de Preparación de la Unesco, se podrían crear marcos de gobernanza globalmente inclusivos para la inteligencia artificial en 2024.

A nivel nacional, se espera un énfasis en la regulación de contenido generado y el empoderamiento de autoridades y ciudadanos para enfrentar amenazas a la participación cívica impulsadas por la inteligencia artificial. A medida que una multitud de países, que representan más del 40% de la población mundial, se prepara para celebrar elecciones cruciales este año, se necesitarán medidas proactivas para luchar contra la inminente desinformación e información falsa que probablemente se intente propagar. Esto incluye iniciativas para aumentar la concienciación pública, promover un amplio alfabetismo mediático a lo largo de varios grupos etarios, y abordar la polarización mediante el énfasis en la importancia de la empatía y el aprendizaje conjunto.

Es probable que, a medida que los gobiernos debatan el rol de la inteligencia artificial en la esfera pública, los cambios normativos den nuevas fuerzas a las discusiones acerca del uso de las tecnologías emergentes para alcanzar importantes objetivos públicos. El uso de la inteligencia artificial por parte de India para mejorar la eficiencia de sus trenes y el sistema de pago digital impulsado en Brasil son excelentes ejemplos.

Se espera que en 2024 entidades como el Programa de Desarrollo de la ONU exploren la integración de la inteligencia artificial a la infraestructura pública digital (IPD). Iniciativas que se pueden convertir en estándares, como el próximo Pacto Digital Mundial de la ONU, podrían funcionar como marcos de trabajo de múltiples actores para el diseño de una IDP inclusiva. Deberían centrarse en construir confianza, dar prioridad a las necesidades de las comunidades y a la responsabilidad por sobre las utilidades, y adherir a los “principios compartidos para un futuro digital abierto, libre y seguro para todos”.

Los grupos de la sociedad civil ya están aprovechando el impulso y beneficiándose del poder de la inteligencia artificial. Por ejemplo, la organización sin fines de lucro Population Services International y la empresa emergente basada en Londres Babylon Health están lanzando un analizador de síntomas y localizador de centros de atención sanitaria potenciado por inteligencia artificial, demostrando la capacidad de esta tecnología de ayudar a que los usuarios manejen su salud. De manera similar, organizaciones como Polaris y Girl Effect están trabajando para superar las barreras a la transformación digital dentro del sector sin fines de lucro, enfrentando problemas como la privacidad de los datos y la seguridad de los usuarios. Tanto las fundaciones filantrópicas como las instituciones públicas podrían ayudar a aumentar la escala de estas iniciativas, al desarrollar mecanismos de financiación centralizados, crear redes internacionales de expertos y adoptar una política de fomento de alianzas.

A medida que este tipo de organizaciones pasen de integrar la inteligencia artificial a sus respectivos ámbitos de trabajo a desarrollar nuevos productos de inteligencia artificial, nuestra concepción del liderazgo y la representación en la tecnología también ha de evolucionar. Si modificamos nuestras percepciones ya caducas de quiénes son los actores claves del ecosistema actual de esta tecnología, tendremos una oportunidad de celebrar el rostro verdadero y diverso de la innovación y resaltar a precursores procedentes de una variedad de géneros, razas, culturas y zonas geográficas, al tiempo que resolvemos la marginación deliberada de voces minoritarias en el sector de la inteligencia artificial.

Organizaciones como Hidden Genius Project, Indigenous in AI y Technovation ya están trazando el “quién es quién” del futuro, con especial énfasis en las mujeres y la diversidad racial. Si apoyamos colectivamente su trabajo, podremos asegurarnos de que asuman un papel importante en dar forma, desplegar y supervisar las tecnologías en 2024 y más allá.

Los debates sobre qué significa “estar centrados en lo humano” y los valores por los que se deberían guiar nuestras sociedades darán forma a nuestra interacción con la inteligencia artificial. Marcos de trabajo de múltiples actores, como la Recomendación sobre la ética de la inteligencia artificial de la Unesco pueden proporcionar una muy necesaria orientación. Al poner el énfasis en valores compartidos como la diversidad, la inclusividad y la paz, las autoridades y sus contrapartes tecnológicas podrían definir los principios en los que se han de basar el diseño, el desarrollo y el despliegue de herramientas de inteligencia artificial inclusivas. De manera similar, para integrar estos valores a nuestras estrategias será necesario involucrarnos con las comunidades y tener un firme compromiso con la equidad y los derechos humanos.

Puesto que la inteligencia artificial está muy en camino a ser tan ubicua como la internet, debemos aprender de los éxitos y los fracasos de la revolución digital. Si seguimos en nuestro actual trayecto, nos arriesgamos a perpetuar –o incluso exacerbar– la brecha de la riqueza mundial y a alejarnos más todavía de las comunidades vulnerables del planeta.

Pero si, por el contrario, reafirmamos nuestro compromiso con la equidad, la justicia y la dignidad, podríamos establecer un nuevo marco global que permita que cada persona reciba la parte que le corresponde de la innovación tecnológica. Debemos hacer uso de este año que comienza para cultivar alianzas de múltiples socios y promover un futuro en que la inteligencia artificial genere prosperidad para todos.

Yolanda Botti-Lodovico es directora de Políticas y Promoción de la fundación Patrick J. McGovern. Vilas Dhar es presidente de la fundación Patrick J. McGovern. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen. Copyright: Project Syndicate, 2023.