El dato

Después de una mejora inicial tras el fuerte impacto que generó la pandemia, en los últimos años el porcentaje de hogares con ingresos insuficientes para adquirir una canasta básica alimentaria (cuyo costo se estima en torno a los 3,65 dólares diarios) en América Latina continuó escalando, incluso entre los trabajadores que reciben transferencias del Estado. De hecho, entre estos últimos, la pobreza se ubica hoy en el máximo nivel en lo que va del siglo, superando el pico alcanzado en 2020 a raíz de la pandemia.

Esta es una de las principales conclusiones que se desprenden del informe recientemente difundido por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID),1 titulado “Oportunidades regionales en medio de cambios globales. Informe macroeconómico de América Latina y el Caribe 2025”.

El contexto

Durante la primera década de este siglo la pobreza laboral mostró una tendencia bajista generalizada, en el marco del ciclo de crecimiento económico que experimentaron varios países de la región –impulsado principalmente por el “boom de las materias primas”– y las consecuentes mejoras en el ámbito laboral y de las políticas públicas.

En este sentido, la mejora de los salarios y el despliegue de políticas focalizadas para los segmentos más vulnerables que se produjeron durante ese período permitieron reducir la pobreza laboral en los hogares latinoamericanos, que llegó a ubicarse en un mínimo del 8%.

Sin embargo, estos avances se detuvieron a partir de la segunda mitad de 2014, cuando las condiciones externas se tornaron más restrictivas y comenzaron a afectar el desempeño económico de las economías emergentes. En este nuevo contexto, la región ingresó en una fase de estancamiento y varios países experimentaron fuertes recesiones, interrumpiendo la trayectoria de mejora que venía mostrando la pobreza laboral durante la década previa.

De hecho, para 2019, los avances alcanzados durante los primeros diez años de este siglo ya se habían revertido y, obviamente, la situación se agudizó luego de la irrupción de la pandemia, cuando la pobreza laboral escaló rápidamente, y de los shocks negativos que se sucedieron posteriormente.

A este respecto, es importante distinguir la evolución de la pobreza entre los trabajadores que perciben transferencias y los trabajadores que no, como se aprecia en el gráfico. Esta distinción es relevante en tanto refleja el impacto de las políticas sociales como amortiguador de este shock, dado que durante 2020 la pobreza laboral entre quienes no estaban bajo la malla de protección social alcanzó su valor máximo; no así la pobreza entre quienes reciben asistencia del Estado, cuya situación es actualmente peor que la que fue en aquel momento.

¿Qué sugiere la evolución de estas dos mediciones?

De forma general, la trayectoria de la pobreza durante el último cuarto de siglo evidencia el peso que tienen los factores estructurales sobre las privaciones materiales de los trabajadores, dado que, incluso durante el período histórico de bonanza económica, la tasa de pobreza en hogares no logró caer más allá del 7% (lo que marca la existencia de un núcleo duro de trabajadores cuya situación no varía significativamente ante los vaivenes del ciclo económico).

También, como se adelantó, la brecha que separa las dos trayectorias graficadas ofrece una aproximación útil para dimensionar la importancia que tienen los mecanismos de protección social y las políticas de transferencias monetarias, sea condicionadas o sin condicionar.

Sin embargo, el principal mensaje que se desprende de este análisis es que, en la región, al igual que en nuestro país, contar con un empleo no garantiza evitar caer por debajo de la línea de pobreza, dados el bajo nivel de los salarios (que en parte refleja problemas estructurales de productividad) y la elevada inestabilidad laboral, que es particularmente aguda en el caso de quienes se desempeñan al margen de la formalidad.

Por tanto, la creación de nuevos empleos, por sí sola, no garantiza cambios sustanciales en el plano de la pobreza, algo que requiere esfuerzos más relevantes en materia de formación, reconversión, formalización y políticas de transferencia focalizadas. Todo ello demanda, como precondición, acelerar las tasas de crecimiento para revertir el estancamiento que atraviesa América Latina hace ya más de diez años.

En este sentido, si bien las transferencias focalizadas siguen siendo fundamentales para aliviar las privaciones de los hogares más vulnerables en el corto plazo, no constituyen un mecanismo suficiente para paliar esta problemática a mediano y largo plazo. Se requiere, por el contrario, incrementar las capacidades productivas de las economías, desplegando acciones más ambiciosas para promover mejoras en múltiples frentes interconectados (integración comercial y financiera, cooperación internacional, innovación, adecuación tecnológica, educación, formalización, sofisticación de la matriz de producción y estabilidad macroeconómica, entre otras).

En síntesis, el análisis de la trayectoria de la pobreza evidencia el doble desafío que enfrenta la región: apuntalar la productividad para hacer sostenible el crecimiento económico (condición necesaria, pero no suficiente) y lograr que ese crecimiento derrame sobre los segmentos más fragilizados de la población, permitiendo avanzar en un conjunto amplio y diverso de reformas estructurales.

En ausencia de esas políticas, la pobreza seguirá siendo una característica persistente de nuestras sociedades, más allá de la condición laboral de las personas (con todo lo que ello implica en términos de cohesión social y estabilidad política).

Joaquín Pascal, Centro de Estudios Etcétera.


  1. Ayres J et al. (2025). “Oportunidades regionales en medio de cambios globales. Informe macroeconómico de América Latina y el Caribe 2025”, Banco Interamericano de Desarrollo.