Antes de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30) de este año, que ya está en marcha en Belém (Brasil), Bill Gates, presidente y financista de la fundación que lleva su nombre, publicó un ensayo titulado “Tres duras verdades sobre el clima”. La primera de estas verdades es: “El cambio climático es un problema grave, pero no será el fin de la civilización”.

Gates reconoce que el cambio climático es “un problema muy importante”, que “hay que resolver”, y “cada décima de grado de calentamiento que evitemos traerá enormes beneficios, porque con un clima estable es más fácil mejorar la vida de la gente”. Sin embargo, decir que el cambio climático no será el fin de la civilización no puede sino disminuir nuestro sentido de la urgencia de mitigarlo. De modo que debemos preguntarnos cuán verdadera es esta “verdad”.

Gates defiende su rotunda afirmación de que el cambio climático “no será el fin de la civilización” con un gráfico según el cual, incluso con los países siguiendo por la senda actual, “el calentamiento global será probablemente inferior a 3 °C en 2100”. O en términos exactos, el gráfico sugiere que si los países siguen haciendo lo mismo que hasta ahora, la temperatura media mundial en 2100 será 2,9 °C superior a los niveles preindustriales.

Supongamos que le concedemos a Gates que un aumento de 2,9 °C en las temperaturas mundiales, a pesar de volver inhabitables algunas partes de nuestro planeta como resultado del calor extremo o de la subida de los mares, todavía dejaría suficientes zonas habitables como para que la civilización pueda continuar. Aun así tenemos que hacernos esta pregunta: ¿se detendrá el aumento de temperaturas en 2,9 °C?

Para demostrar que sí, Gates hace un recuento de innovaciones tecnológicas que, en su opinión, pueden llevarnos al nivel cero de emisión antes de que termine el siglo. Pero pasa por alto algo muy importante. Para ver de qué se trata, hagamos un poco de historia.

La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), que incluye entre sus 198 firmantes a todos los miembros de Naciones Unidas, nació con la Cumbre de la Tierra que se celebró en Río de Janeiro en 1992. Su artículo segundo establece como objetivo último “la estabilización de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera a un nivel que impida interferencias antropógenas peligrosas en el sistema climático”.

Respecto de los niveles admisibles de calentamiento global sin interferencias antropógenas peligrosas en el clima, la convención no fijó ningún límite específico. En aquel momento no había coincidencia sobre el tema entre los países, y el conocimiento científico estaba desarrollándose.

Pero 18 años después, en la 16ª Conferencia de las Partes de la CMNUCC (COP16) celebrada en Cancún, la ciencia había avanzado lo suficiente como para acordar que, para evitar riesgos, era necesario poner un límite de 2 °C por encima de los niveles preindustriales. Luego, en 2015, con la obtención de pruebas del peligro de la subida de los mares para los estados insulares de baja altura, en la COP21 de París se introdujeron nuevos refinamientos al acuerdo, de modo tal de buscar que el aumento se mantuviera “muy por debajo” de 2 °C y “proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5 °C”.

Cuando el límite de 2 °C recibió críticas, fue por considerárselo demasiado alto. Por ejemplo, un panel de expertos que analizó el tema durante dos años comunicó a la CMNUCC en 2015 que “la idea de que hasta 2 °C de calentamiento sería un ‘límite seguro’ es inadecuada, de modo que sería mejor considerarlo como un límite superior, una última línea que hay que defender estrictamente, aunque sería preferible un calentamiento menor”.

Embarcación de pueblos indígenas y organizaciones sociales en Belém, en el marco de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático COP30, el 12 de noviembre.

Embarcación de pueblos indígenas y organizaciones sociales en Belém, en el marco de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático COP30, el 12 de noviembre.

Foto: Pablo Porciúncula, AFP

No hay ningún país importante ni ningún organismo experto autorizado que haya sugerido la posibilidad de elevar en forma segura el límite de 2 °C. La razón principal no es que la civilización no pueda sobrevivir en un mundo 2 °C más cálido que el preindustrial o que (como señala Gates) sea más fácil mejorar la vida de las personas con un clima estable. En cambio, la razón principal es que, una vez superado un calentamiento global de 2 °C, aumenta en forma significativa el riesgo de activar circuitos de retroalimentación positiva, que pueden llevar a un mayor aumento de temperaturas incluso si las innovaciones tecnológicas que menciona Gates nos permiten reducir a cero las emisiones por las que los seres humanos tenemos responsabilidad directa.

Entre estos circuitos, se destacan en particular los tres siguientes:

  • Existen inmensas cantidades de carbono encerradas en materia orgánica que ahora está congelada en el permafrost ártico. Por encima de 2 °C, hay alto riesgo de un descongelamiento veloz de esa materia orgánica, seguido de su descomposición, que liberaría dióxido de carbono y metano (un gas de efecto invernadero mucho más potente); esto a su vez supone un mayor calentamiento global y más deshielo.

  • El hielo (terrestre u oceánico) refleja la radiación solar. Si las capas de hielo de Groenlandia, la Antártida y el océano Ártico empiezan a derretirse, las superficies de tierra y agua (más oscuras) que quedarían expuestas absorberían más energía solar, llevando a su vez a que se derrita más hielo.

  • La selva amazónica es otro enorme almacén de carbono. Con un aumento de temperaturas superior a 2 °C, existe riesgo de que comience a morir y libere a la atmósfera el carbono almacenado.

Al incluir en los cálculos estos y otros circuitos de retroalimentación, ya no es tan fácil ignorar el riesgo que plantea el cambio climático al futuro de la civilización.

Gates pretende restar importancia a la amenaza existencial del cambio climático, para “poner el bienestar humano en el centro de las estrategias climáticas”. Pero esto no nos dice hasta qué punto sería admisible el riesgo de crear un clima que será desastroso para el bienestar humano por siglos. A largo plazo, tolerar un calentamiento de 2,9 °C en 2100 puede ser mucho peor para el bienestar humano que hacer todo lo posible por mantenerlo por debajo de 2 °C.

Peter Singer es profesor de Ética Médica en el Centro de Ética Biomédica de la Universidad Nacional de Singapur y profesor emérito de Bioética en la Universidad de Princeton. Es autor de The Life You Can Save (Hachette, 2019) y fundador de la organización sin fines de lucro del mismo nombre. Traducción: Esteban Flamini. Copyright: Project Syndicate, 2025.