El dato

Según proyecciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el crecimiento del PIB por habitante podría enlentecerse un 40% entre los países que forman parte del bloque, pasando de una tasa de crecimiento promedio del 1% (experimentado entre 2006 y 2019) a niveles del 0,6% entre 2024 y 2060.

De esta forma, para 2060 el ingreso por habitante de estos países habría acumulado un crecimiento del 25%, y no del 47%, como hubiese sucedido de haberse mantenido el ritmo de crecimiento observado antes de la pandemia.

El contexto

El crecimiento económico de los países de la OCDE se enlenteció a principios de este año, en un contexto signado por la incertidumbre derivada del enfrentamiento comercial y de las tensiones geopolíticas crecientes.

Sin embargo, detrás de lo anterior pesan también factores de carácter más estructural. Entre ellos, se destaca la caída en la tasa de natalidad y el aumento de la esperanza de vida, dos fenómenos que agudizan el proceso de envejecimiento de la población en muchos países. Esto reduce la población en edad de trabajar, erosionando el crecimiento potencial, y ejerce una presión creciente sobre el gasto público en dimensiones claves, como la de la salud y los cuidados. Así, de mantenerse constante la tasa de crecimiento de la productividad laboral, el crecimiento del PIB por habitante se enlentecerá.

Si bien el PIB por habitante no es la mejor medida del ingreso promedio de los hogares ni incorpora otros aspectos vinculados al bienestar de las personas (como la salud o la esperanza de vida), su tasa de crecimiento sí está vinculada con el ingreso disponible de los hogares, por lo que un menor crecimiento de ese indicador implicaría, en cierta medida, una menor disponibilidad de recursos con los cuales mantener los estándares de vida y el gasto social necesario para atender a la creciente población que transiciona desde su vida activa a su vida pasiva.

¿Es esto una mala noticia?

El aumento de la esperanza de vida no es una mala noticia en sí mismo, dado que esa mejora también se vincula con avances en las condiciones de vida generales de las personas: ingresos, educación, alimentación y acceso a otros bienes y servicios básicos.

Al mismo tiempo, la baja de los nacimientos refleja en parte que las mujeres jóvenes están teniendo la posibilidad de elegir cuándo tener a sus hijos, lo que en algunos casos implica que no se vean en la necesidad de postergar otros proyectos de sus vidas, como históricamente ha ocurrido como consecuencia de la desigualdad de género en el mercado laboral.

Sin embargo, las consecuencias de la transición demográfica son varias. En primer lugar, cada vez habrá menos trabajadores “jóvenes” en relación con los adultos mayores, lo que podría implicar dificultades para garantizar que los sistemas previsionales actuales sean sostenibles a largo plazo desde el punto de vista financiero si no se produce una mejora en la productividad.

De ocurrir un menor crecimiento del PIB por habitante, y ante las desigualdades que hoy caracterizan a las sociedades, podrían incrementarse las tensiones sociales en torno a la distribución de los recursos para atender las demandas sociales y el acceso a políticas públicas. En particular, estas tensiones podrían producirse entre diferentes grupos etarios.

¿Qué pueden hacer los países ante este menor crecimiento del PIB por habitante?

Para enfrentar esta tendencia mundial, el informe de la OCDE recomienda apoyar a los trabajadores mayores a la hora de mantener y actualizar sus habilidades, ayudándolos así a adaptarse mejor a los cambios tecnológicos, además de adquirir las habilidades necesarias para cambiar de carrera profesional, con lo que se busca evitar su salida del mercado laboral. También pueden promover el trabajo de personas mayores, ya sea en horarios flexibles o en otros roles, por ejemplo, para capacitar a los trabajadores más jóvenes.

Por otro lado, deben profundizarse los esfuerzos para continuar reduciendo la brecha de género, tanto en términos de la participación de las mujeres en el mercado laboral como del volumen de horas efectivamente trabajadas. Esto también contribuiría a incrementar la fuerza laboral y, por esa vía, las capacidades productivas de las economías.

Otra recomendación, reiterada en múltiples oportunidades, consiste en impulsar reformas estructurales que contribuyan a una mejora de la productividad, para contrarrestar el efecto asociado a la reducción de la fuerza de trabajo sobre el PIB. En esa línea, la incorporación de nuevas tecnologías, como la inteligencia artificial, además del desarrollo de otras innovaciones, podrían desempeñar un papel importante para impulsar la productividad (aunque también supone un riesgo latente en términos de las desigualdades preexistentes en los mercados laborales y, en términos generales, de la sociedad en su conjunto).

Joaquín Pascal, Centro de Estudios Etcétera.