Suele haber quiebres, puntos de inflexión que definen que la pelota caiga para un lado o para el otro. Se construyen, lógicamente, más allá de que en varias ocasiones son hijos de las casualidades o los accidentes. Ayer Wanderers le ganó a River Plate con contundencia, 5-0, y fue más bien por construcción, por méritos en el fútbol, por saber aprovechar los momentos en los que pudo plasmar un juego que se impuso al del rival.

La primera fue un penal para el darsenero. Todo hacía prever que empezaría ganando River a los siete minutos de juego, pero Ignacio de Arruabarrena atajó el tiro. Atenazó, mejor dicho, porque ni rebote dio. Y Wanderers, luego de un rato de partido a campo abierto –porque ambos demostraron que estaban para apostar al ataque por sobre otra forma de jugar–, usó el envión a favor: Nicolás Albarracín sacó una de sus pinceladas y metió el 1-0.

La expulsión de Luis Urruti complicó a River, aunque con uno menos los darseneros no aflojaron con sus pretensiones atacantes. De la misma forma en que insinuaron y estuvieron cerca del área bohemia, dejaron huevos atrás. En eso radicó el oportunismo de Wanderers. Fue otra vez Albarracín el que la mandó guardar, esta vez con un tiro desde el borde del área grande. El punch final fue la seguidilla de tres goles que hicieron entre Manuel Castro y Bruno Méndez. Si una diferencia de dos goles y un hombre de más eran mucho margen, imaginen el efecto que habrían de tener otros tres goles en cinco minutos.

Lo remoto de los números dice que Wanderers tiene chances de pelear el Clausura. Difícil pero cierto. Lo que también es cierto es la muy buena segunda parte del año bohemio, que lo tiene metido ahí, entre los mejores del año.