Es el mediodía de un martes otoñal. Da gusto seguir la pista del sol por las veredas bien montevideanas de Villa Dolores, ese rincón agradable de la ciudad en el que los desarrollos inmobiliarios primos de Pocitos todavía conviven con pasillos del tiempo de Maracaná. Los apartamentos son racimos en el corazón de cada manzana. De uno de ellos sale Irasema, mamá de Luciana y abuela de Agustín. Atraviesa el corredor y abre la puerta. Bienvenidos a la casa y a la historia de una futbolista uruguaya como tantas otras.

Agus tiene tres meses y medio y se banca como el mejor los sonidos de la vida a las 12 del día: que el motor del lavarropas, que la cocina, que algún parlante. Desde los brazos de una golera que hace algo más de un año se deshizo de la pelota para esperarlo, mira con ojos redondos el flash que dispara la cámara de la diaria. La última vez que Luciana Gómez estuvo en el arco de Nacional fue contra Colón, un partido importante aunque no tanto como el que vendría después: “El ginecólogo me derivó a una clínica y después empecé el proceso, exámenes de rutina, y el 15 de mayo del año pasado hicimos la inseminación. Por suerte, en un intento quedé embarazada”, cuenta.

En la vida de un futbolista varón, un año sin jugar es casi una tragedia. La rotura de ligamentos, el mayor cuco entre las lesiones más frecuentes, demanda algo más de seis meses de recuperación. En eso están los Corujo, Mathías y Guzmán, jugadores de Peñarol y Nacional que salieron reiteradamente en los titulares cuando recientemente la padecieron. En la vida de una jugadora, en cambio, un año sin actividad es tan normal como ser madre. Designios de la biología. “Pregunté cuándo podía empezar a hacer deporte y me dijeron ‘en un mes estás pronta’, y, la verdad, eso no me influyó en nada. El tema es el cuidado del bebé”, precisa Luciana. Claro: a los designios de la biología hay que sumarles los de la cultura. Está la cuestión del cuerpo y sus cambios, sí, pero también están los cuidados, esa mochila que suelen cargar las mujeres. En eso están Luciana, su esposa Florencia y la abuela Irasema, que se va desde el Cerro hasta Villa Dolores para poner el hombro mientras su hija se toma los últimos días de licencia reglamentaria. Ya no falta tanto para retornar al trabajo diario en la cocina del sanatorio Etchepare.

Volver a las canchas representa un desafío triplemente duro. Además de la recuperación de la forma física o el tono deportivo y de la respuesta a las necesidades de una familia ampliada, las madres jugadoras también deben atender sus trabajos y estudios. El fútbol femenino es amateur, se sabe. Menos se habla de las ingratitudes de tal realidad: por debajo del romanticismo color sepia que idealiza los tiempos en los que “se jugaba por la camiseta” se esconde el hecho de que en esas condiciones no hacen deporte quienes quieren sino quienes pueden. Quienes pueden, por ejemplo, tener profesores o patrones permisivos. O quienes pueden sacar plata de su bolsillo para costear lo que los profesionales reciben por contrato. Las madres futbolistas tienen algo de malabaristas. Luciana lo tiene claro desde que era una chiquilina, cuando empezó su carrera en Rampla Juniors, con 14 años. Isabel Peña, actual presidenta picapiedra y entonces responsable del fútbol femenino del club, la vio jugando en las calles de la Villa del Cerro y la invitó a entrenar. De los primeros días, recuerda que “había una madre que iba con su niña a las prácticas”. Habla de Ana Pereira, una compañera de aquel plantel. “Iba con la nena con un año o dos, no recuerdo bien. La llevaba a las prácticas, capaz que una compañera que estaba lesionada se la vichaba y ella entrenaba a la par”.

Apenas adolescente, Luciana asimilaba tal realidad con la misma intensidad con la que observaba a sus primeros referentes del arco. Morían los 90. “Me gustaba mucho, cuando empecé, [el alemán] Oliver Kahn. Me gustaba mucho [el colombiano] Óscar Córdoba. Goleros corpulentos que salían al achique”, apunta. Conocer a las grandes goleras del momento, en cambio, era casi imposible. La globalización ya traía al living de casa partidos masculinos de las ligas más diversas, pero no había chance de ver uno entre mujeres. “¿Sabés dónde nos conocíamos? En los sudamericanos. Nada más. Había compañeras que te decían: ‘Aquella te patea a tal lado, juega así, tiene estas características’”. Y las oportunidades de conocer a las mejores futbolistas del continente fueron unas cuantas, porque Luciana integró distintas selecciones uruguayas durante unos 12 años. Gonzalo Rivas la citó en 2002. Fue el comienzo de un recorrido que terminó hace cuatro años, cuando defendió a la Celeste por última vez. Su trayectoria une épocas bien distintas en el desarrollo del fútbol de mujeres local. En el ínterin, la competencia se enriqueció con el aporte de las primeras camadas formadas en la Organización Nacional de Fútbol Infantil. “Ahora ya tenés nenas de cinco años jugando en baby fútbol. Es la mejor edad para aprender cómo pegarle a la pelota”, dice una futbolista hecha en los tiempos en los que los fundamentos se adquirían mucho más tarde, en la calle o en el campito.

La superación de las falencias organizativas acelera el ritmo de juego y sigue una tendencia reconocible en el fútbol profesional masculino. Antes “tenías el diez tradicional, que ahora ya no existe. Son más volantes carrileras, son más polifuncionales ahora las jugadoras”. Pero el vértigo del juego de estos días, como la maternidad, no puede con la determinación de una madre arquera que ya piensa en el retorno a las canchas. Tampoco la hacen dudar sus 33 años ni una temporada de inactividad acumulada. Menos aún, el qué dirán. “Me molesta muy poco que [alguien] venga y me diga algo”, responde al ser consultada por la reacción del ambiente futbolero ante su orientación sexual y la decisión de construir una familia con la mujer a la que ama. Una buena arquera sabe jugarse la ropa.

Igualdad en los papeles

El lunes pasado, la Asamblea de la Mutual aprobó el proyecto de estatuto elaborado por los interventores de la gremial. El organismo pudo sesionar para considerar la propuesta, luego de que la Justicia desestimara el último recurso de amparo presentado por los integrantes de la Comisión Directiva removida a fines del año pasado. El texto ahora está en manos del Ministerio de Educación y Cultura, cuya aprobación resulta inminente y, a la vez, necesaria para cumplir con el último paso previo a la normalización de la vida de la organización: la elección de nuevas autoridades. La redacción respaldada por los socios incluye varias novedades, entre las que se cuenta la posibilidad de que las mujeres futbolistas se incorporen al padrón social en la medida en que se profesionalicen.

El saludo a la igualdad de género tropieza con la realidad aún incambiada del amateurismo que rige los vínculos establecidos entre las jugadoras uruguayas y los clubes locales. Las futbolistas están lejos del derecho al salario, sus conquistas resultan insignificantes bajo la lupa profesional. Para ejemplificarlo, Luciana Gómez aporta que “lo que se ha logrado hasta ahora, con las luchas que hemos tenido al menos en Nacional, es que nos paguen los viáticos por cada práctica asistida”.