“Hacía bastante que tenía la propuesta hecha. Jonir Bordenave, quien está encabezando el club Fénix, fue el que le dijo a Héctor Rondán lo bien que yo estaba andando. Este hombre tiene un equipo en España, el Belori Women’s Team, y siempre lleva extranjeras a correr. Tenía dudas. Separarme de mi hija y mi esposo no quería y estoy segura de que no iba a poder. Pero todos juntos es distinto, no me desapego. En principio serán casi cuatro meses. Me voy. Vamos a hacer el esfuerzo familiar. Después la realidad será la realidad, pero el esfuerzo de jugársela estará. Es un sueño. Voy a estar corriendo en un pelotón de los que veo en la tele, el sueño de todo deportista”.

Fabiana habla con voz firme. Tiene la cadencia de quien conoce el tema, la piel color café con leche y ojos oscuros, apenas menos redondos que sus perlas. Nació hace 32 años y recuerda que desde los dos anda en bicicleta sin rueditas. Se lo dijeron mil veces: era una de esas niñas hiperactivas. No controlaba estar quieta. Lo cuenta y se ríe, se sabe en la picardía. Confiesa que la mandaron a muchas actividades a la vez, pero eligió el ciclismo copiándole al hermano un año más grande. Copiar es de familia, las historias siempre se repiten, las chivas van de generación en generación.

Sus casas fueron varias. Nació en Rocha, un par de años después vivía en Bella Unión y a los siete en Maldonado. Cambiaban las paredes, pero no el contenido: “Mis padres son mucho del deporte, eso fue fundamental. El ciclismo fue una casualidad, pero mi madre hacía fútbol sala y mi padre vóleibol. Los padres deportistas ayudan a la disciplina. Todo termina siendo un tema de constancia, no hay ciencia ahí”. Me quedo pensando en la ciencia. Sostiene su mirada. Le creo.

De las primeras carreras recuerda que no sabía frenar. La estrategia de los padres era así: uno se quedaba en la llegada, otro una cuadra más adelante y entre manotazos la barajaban. También tiene en la memoria que los pelotones de las carreras domingueras, fácil, andaban arriba de los 100 ciclistas.

De joven le vieron condiciones. En el entorno de los 15 años empezó con las convocatorias a la selección uruguaya. Compitió en Sudamericanos, Panamericanos, la Organización Deportiva Suramericana, más en lo que había en Uruguay. Andaba bien, crecía en el ciclismo, a la vez estudiaba en el Instituto Superior de Educación Física (ISEF). Nada hacía prever que su carrera se cortara. Hasta que pasó lo no deseado: a su hermana menor, que tenía 12 años, le diagnosticaron cáncer en el cerebro. La niña luchó todo lo que pudo durante nueve meses. Falleció. “La realidad no estaba para el deporte. Dejé de pedalear”, dice mientras mira para el costado de la misma forma que lo hacen quienes añoran otros tiempos.

Cuatro años después, en 2013, Fabiana intentó volver. Fue unos meses antes de quedar embarazada de Camila. El cicloturismo, una asignatura que tenía en el ISEF, fue el cómplice para poder pedalear hasta los seis meses de gestación. Ahí decidió cuidarse, cuidarla. Formar familia pasó a ser prioridad en la vida de ella y en la de Federico. A los cuatro años de haber nacido Camila ya andaba sin rueditas.

Foto del artículo 'Pedaleá mucho o poco, largo o corto, pero pedaleá'

Foto: Natalia Rovira

Volver es desafiar el futuro

En 2009, cuando abandonó tras la muerte de su hermana, vendió la bici. No se iba a dedicar más. El eterno retornar de “nunca digas nunca”: luego de ser mamá otra vez le picó el deseo deportivo. Fue y le compró en cuotas la bicicleta al mismo hombre a quien se la había vendido. En la herramienta se reparan los sueños de un deporte siempre propenso a las hazañas.

Se sintió lejos, pesada e incómoda. Dos cuadras eran 100 kilómetros. Entre la nutricionista, el grupo de corredores Los Andarines más su querer fue encontrando el ritmo, primero al trote y luego en los pedales. Al poco tiempo se presentó en una carrera en Maldonado. Salió cuarta y se entusiasmó. Los resultados siempre ayudan. Pero sostiene que fue duro y le llevó dos años volver a alcanzar el nivel que más o menos tenía.

En Uruguay el ciclismo para las mujeres fue y es difícil. A Fabiana le gusta que ahora sean más quienes se dedican y profesionalizan porque cree que es un paso para avanzar. Sin embargo, pese a lo que las mujeres ponen de sí, “falta espacio, falta trabajo. No hay trabajo pensando en la mujer en el ciclismo. Mirá: no somos categoría de calendario, al igual que los juniors a veces no sabés ni con quién te van a poner a correr; carreras sólo de mujeres casi no hay, salvo el Tour Femenino Internacional en Lavalleja; en todos lados nosotras pagamos inscripción mientras que los élite no. Es claro que no hay trabajo de base ni en la federación, ni desde más arriba. A la prueba está: la categoría mayores es de 17 años en adelante y la mayoría de las mujeres que corremos estamos arriba de las 30. ¿Tú ves la brecha?”, dice, y lo reafirma con los ojos como puñales.

En Uruguay el ciclismo fue y es difícil. Ya ni siquiera es la alegría de los pobres. Fabiana lo reconoce, no es una exclusividad de las mujeres. Todo vale plata. La equipación, la suplementación deportiva, tiritar de frío entrenando de madrugada porque a las ocho hay que trabajar, o sentir el fuego del cemento al mediodía, cuando el reloj corta laburos y el tiempo es oro. Por más que los ciclistas pongan todo, una cosa es desde el querer y otra desde el poder. Son pocos los que no precisan nada. “Algo tiene que cambiar”, reclama y obliga: “Muchos clubes dicen que no tienen presupuesto o que apenas lo tienen para los varones. Es así, pero es un tema que hay que cambiar. No sé, la operativa, tal vez. Si apenas te da para mantener élite hay que buscarle otra vuelta, ¿no? En Uruguay todo es trabajo a pulmón. La mayoría de los clubes se manejan con rifas, con beneficios o con colaboradores. Muy pocos tienen marcas que solventen el año. Es muy complicado. Hay algo que funcionalmente no anda”.

Fabiana se levanta temprano. Hay veces que son las 5.30. A las 6.00 está en el Campus Municipal haciendo pesas. Lo más común es levantarse un poco más tarde que eso, hacer algunas tareas de la casa y a las 8.00 llevar a Camila al jardín. 8.30 entra a la escuela de tiempo completo donde trabaja. Hay días que tiene ganas de seguir durmiendo. Come ahí, aprovecha la oportunidad. A las 12.30 sale a fondo. Se cambia y a la ruta. Pleno mediodía, lo cuenta con gestos de diciembre. Entrena entre las 13.00 y las 15.00. Antes lo hacía de noche, porque además de la educación física daba clases de inglés. Tras la ruta vuelve y se baña. De ahí se va al local de Specialized y trabaja hasta las 20.00. A Camila la va a buscar la abuela y se queda con ella hasta que Federico sale del trabajo. El papá la levanta y juntos la esperan.

“¿Por qué lo hacés?”, pregunto. “Me gusta, me encanta. Me crie con esto. Fue lo que me mostraron y fue lo que seguí. Lo que elegí y lo que elijo. Lo sigo eligiendo. Prefiero esto a otra cosa. A veces te desenchufás, te vas por ahí, hay mucho estrés por las carreras o por las expectativas de que ganes, ganes y ganes, cosa que no siempre va a pasar. Pero soy feliz”.

Será que la felicidad siempre termina explicando cosas que rozan lo irracional. Fabiana es feliz siendo ciclista y le creo. Luchó para eso, aunque se haya resignado cuando la vida se ensañó y pegó duro. Fabiana es feliz siendo ciclista. Ciclista: persona que practica el ciclismo.

No tiene carga de género el término ciclista. Si el artículo es él será varón, si es la será mujer, pero siempre ciclista. Pero pese al contenido, el ciclismo peca demasiado de deporte masculinizado, al menos en esta parte del planeta. No digo que esté bien o esté mal, digo que peca. En Uruguay la diferenciación en categorías es bastante nueva en el tiempo. En categorías infantiles no, pero a los 15 años hay un corte. Fabiana sostiene que, pese a correr en pelotones con hombres, siempre hubo alrededor personas “que velaban por un sistema de respeto”. Nota mucho compañerismo. También ve en el sistema familiar un sostén que contiene. Nunca sintió discriminación, “todo lo contrario”, indica. Tampoco la trataron de marimacho.

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Foto: Natalia Rovira

Epílogo

“Me estoy yendo el 1º de marzo hasta los últimos días de junio. No tengo definido si vuelvo enseguida o si de España me voy a Perú, donde tendría los Panamericanos. Este nuevo desafío de correr en Europa también lo tomaré como preparación para eso. El sueño es grande pero tengo que potenciar lo que hay”, cuenta. Sabe que allá será distinto. Debe hacer las cosas bien. El entrenamiento de una hora y media, con el que acá le alcanza para pelear cosas, allá ni pica. Ya bajó entre seis y siete kilos y debe perder otros cinco para llegar liviana. En el imaginario ve puertos de montaña, carreras UCI (la mayor categoría de la Unión Ciclista Internacional), competidoras del mejor nivel mundial. Pero cree en sí. “Voy a cumplir 32 años y no tengo mucho tiempo más en el deporte. Es ahora”, aduce.

Una vez Emilio, un amigo, me dijo que no creía en la suerte. No sé qué cree ahora, pero me quedó grabada la argumentación. Decía que la suerte era un facilismo para explicar las cosas que pasan y las que no. Para él lo que realmente suceden son las oportunidades –a veces azarosas, sí– en un determinado lugar y en un momento dado, situación que las personas aprovechan (o no) de acuerdo a su bagaje, entendiendo por bagaje todo aquello que sea conocimiento adquirido, estudios y experiencias.

Fabiana sabe que la oportunidad es ahora. Y hay que pedalear. Fuerte y duro, con los puños bien cerrados, apretando los dientes y las piernas, porque sabe, bien sabe, que arriba de la bicicleta puede encontrar el desquite de todas las injusticias anteriores de la vida.