¿El fútbol para contar la historia del país entre 1891 y 1930, o al revés?

Narrar sobre fútbol, pero es una narración que, al mismo tiempo, implica cosas. Es como cuando vos arrancás pasto y sale tierra. Naturalmente, hay cosas ligadas, que se desprenden del fútbol según cómo lo mires y hasta dónde lo mires. En el libro hay mucho de lo que pasó en la cancha, pero muchísimo más de lo que pasó afuera.

En ese sentido, hacés mucho hincapié en cómo incidió lo sociopolítico para que el fútbol se afianzara, y de alguna manera también en cómo se jugó.

Hago una división, insisto mucho en un concepto, porque no lo veo mucho y creo que es importante: la cultura futbolística. Uruguay tiene una cultura futbolística, así como otros países tienen una cultura culinaria. Es decir, una cultura o subcultura de una actividad determinada y que el país hace relativamente bien. En aquellos años se construyó esa cultura futbolística, se construyó una forma de practicar el juego que se hizo en un ida y vuelta permanente con Argentina, porque el concepto rioplatense era muy fuerte. El fútbol reafirma eso. Ambas ciudades al margen del Río de la Plata ocuparon esos espacios de la competencia: quién jugaba mejor, quién ganaba. Y quién ganaba qué, también. En eso hubo una hermandad y una competencia que fueron fundamentales para crear esa cultura.

Pero al fútbol lo trajeron los ingleses, ¿cuándo o cómo se fue dando esa cultura rioplatense?

Hay un momento clave, sobre todo en los últimos cinco años del siglo XIX, que es la apropiación del fútbol por parte de los criollos. Empiezan a ver, a jugar, les gusta, se empiezan a apropiar y lo llevan a los barrios. Primero el fútbol se jugaba sólo en algunos lugares, como en los campos en donde jugaba el Cricket o en Punta Carretas. Ese acriollamiento del fútbol tuvo consecuencias en el estilo. Uno de ellos fue abandonar el juego físico de los ingleses –o sea, abandonarlo porque no lo podían jugar, no se podía competir en igualdad con un grupo que era físicamente más grande–, e inventar una serie de cosas, o adoptar, porque el juego de pases es un invento escocés.

En el libro defendés muy bien la idea de que el entramado social de Uruguay estaba preparado para que el fútbol prendiera así como prendió y no por casualidad.

Había cosas que eran triviales, quizás. Había campo y pasto por toda la ciudad, abundante. Tenías una vida barrial con una relación estrecha, mucha sociabilidad barrial, la gente se conocía, las familias se conocían. Y además, aunque se trabajaba mucho, había tiempo para jugar. Esa conjunción de tiempo, atracción del deporte y espacio para jugarlo en la ciudad fue fundamental. De alguna manera eso explica la cantidad de equipos barriales que se fundaban y, con una estructura mínima, competían. La estructura de ligas amateur fue muy grande en esa época. Ninguno de todos estos factores parece muy sorprendentes, pero cuando los ponés todos juntos son muy potentes.

¿Eso fue lo que incidió, además, para “apropiarse” de las reglas y jugar a lo rioplatense?

Carlos Sturzenegger, que era jugador en el siglo XIX y después árbitro en el XX, en el libro que publicó en 1911, que se llama Football, leyes que lo rigen y modo de jugarlo, él comenta alguna de esas cosas. Es más, deja de arbitrar después de una batalla campal que hubo en un clásico, caliente con lo que había pasado, porque lo sintió como una violación total del espíritu del juego. Es fácil de entender: se pasó de un juego de caballeros, en el que importaban más las reglas de etiqueta y que cumplirlas fuera el objetivo, a que ganar fuera el principal objetivo.

Ese querer ganar puede entenderse como un “ganar a toda costa” o con lo que después se llamó garra. Vas en contra de esa idea e incluso lo desmitificás. ¿Por qué?

Ganar jugando bien es lo que logró Uruguay en su mejor expresión y es lo que le dio los grandes triunfos. Pero cuidado, no hay que idealizar al fútbol rioplatense como eso. El fútbol rioplatense siempre tuvo violencia, trampas, viveza. O sea, las dos cosas son verdad. En el libro intento hacer énfasis en esa parte virtuosa que me parece que durante largos períodos de nuestra historia hemos dejado de ver. Pero no es un pensamiento unilateral. No niego nada, y de hecho lo muestro con datos. No se trata de decir que el fútbol rioplatense jugó limpito hasta los 60; lo que pasa es que hubo un impulso de inventar un estilo nuevo que fue impresionante, que le pintó la cara al mundo entero durante 50 años.

“La garra es una concepción nacionalista de la peor especie”.

Eso sorprendió a los que manejaban el discurso del fútbol: Inglaterra, Italia...

No lo esperaban. Para Inglaterra fue una herida muy grande, y no lo manejó del todo bien. Incluso hoy como que quiere reescribir la historia y no darle importancia o legitimarlo. La división entre profesional y amateur que ellos tenían en la isla la quisieron trasladar y no pudieron. Tiene mucha importancia en esa cultura antigua de caballerosidad, que es la de los colegios ingleses. Acá aprendieron esa cultura, pero la sociedad se la llevó puesta. [Héctor] Scarone no tenía ningún interés en la caballerosidad inglesa ni en nada por el estilo, era otra cabeza. Era gente de otro origen, con otras metas y con otro tipo de inteligencia y de prioridades. Inglaterra tiene su propia visión del fútbol, son los inventores y se siguen sintiendo dueños. Y la verdad que no son dueños; tuvieron un hijo que se les fue.

Aquello de las reglas y los diferentes uso, si se quiere, se perpetúa hasta el día de hoy.

Hay que decir una cosa: 1924 fue algo perfecto, irrepetible, en el sentido de que nadie veía venir a Uruguay, y demostró una superioridad abrumadora. Fue un choque de estilos en el que lo rioplatense era muy superior. Los europeos mostraron admiración, sorpresa. 1928 ya fue distinto, lo esperan a Uruguay. Y además fue Argentina. Ahí hubo violencia contra Uruguay y Uruguay contestó. El partido con Alemania fue una carnicería. Pero fue una excepción. Incluso las finales con Argentina fueron limpias. En 1930 había más rivalidad entre rioplatenses, y también de Argentina con los otros equipos. Se reportaron muchos partidos violentos. Después la final, con toda la polémica que la siguió.

¿Qué lugar ocupaban los otros sudamericanos en ese conflicto de relatos entre lo europeo y lo rioplatense?

Hay que distinguir a Brasil, a Chile y a Paraguay, un poco más tarde. Básicamente eran esos cinco países. Después se agregó Perú. Pero la rivalidad era la misma: Argentina-Uruguay.

¿La idiosincrasia y la mezcla social tuvieron que ver en el modelo de juego?

Creo que sí, claro. O sea, cuando el fútbol se armó, digamos de 1908 a 1912, fue cuando se comenzó a tallar el factor integrador, la apertura a los que jugaban bien, más allá de la clase social. El fútbol fue netamente integrador. Después creció hasta 1924, y ahí, en 1923 o 1924, era totalmente criollo. No había ningún inglés en la selección, digamos. Y era un fútbol en el que los importantes eran casi todos gente de clase media baja o baja. Fue una generación que hizo todo, hasta 1935. Ganó un Mundial, dos Juegos Olímpicos, tres copas América.

El libro trata de estructurar cómo se fue dando el fútbol en Uruguay y en el corte deja muy bien planteado el tema de la garra, que fue posterior. ¿Por qué?

Es muy cansadora la discusión cuando se da mal. No es un problema de concepto, sino de discurso. Por eso hablo del inicio del discurso equivocado. Por supuesto que hay factores emocionales en el fútbol y que son centrales, por supuesto que hay que pelear en la cancha y ganar los mano a mano. Eso lo entiende cualquiera. No se trata de negar eso, se trata de que la generación que supo ganar ponía en el centro la calidad futbolística. Nosotros hace décadas que venimos escuchando, de gente muy mal informada, una serie de falsas oposiciones. Paralogismos y hasta disparates directos. Uno: Uruguay siempre jugó a defenderse y contragolpear. Otro: Uruguay siempre ganó con goles de cabeza. Es gratis decir cualquier cosa. Ni en Maracaná Uruguay ganó defendiéndose. No fue así, se ganó jugando mejor, se ganó porque Uruguay siempre había sido mejor. La garra no es el problema, el problema es reducir todo a la garra.

¿Por qué ese discurso de la garra se afianzó después, en los 60?

En 1960 el discurso que construyó el Uruguay del siglo XX se empezó a cuestionar en todos los planos. En el fútbol también. O sea, se trató de negar el país de la excelencia, el pequeño país que intentaba ser modelo, se empezó a negar todo lo que se había logrado. Y en lugar de construir sobre lo mejor que se había logrado, la onda fue destruir o negarlo. Cosa que sigue hasta hoy. Mi libro es, de una manera indirecta, un gesto contracultural. No estoy de acuerdo con que haya que negar lo que se hizo bien para construir una cosa mejor, sobre todo cuando no se la construye.

“Tabárez ha profesionalizado el fútbol en el mejor sentido. Lo volvió a hacer respetable”.

¿Y los otros, los rivales, con su crecimiento o profesionalismo, no influyeron?

En la segunda posguerra los europeos retomaron un rumbo que habían empezado en los años 20 y 30, que era de formación atlética y científica de los jugadores. Y nos pasaron por arriba. Los argentinos y los uruguayos, desde 1958 en adelante, tuvieron enormes dificultades para jugar con los europeos. Y creo que no se superó eso hasta 1978.

Unos la tienen y otros no, ¿termina siendo racista la garra?

Para mí sí. Es una concepción nacionalista de la peor especie. Alguien en Facebook me dijo que yo soy un tecnócrata que científicamente quiere negar la garra charrúa, que es lo que nos dio la independencia. ¡Es un delirio! Pero así lo lee alguna gente.

¿Dónde pondrías o dónde queda esta resignificación que ha hecho Óscar Tabárez?

Creo que Tabárez entiende muy bien la historia del fútbol uruguayo y el lugar que ocupan la calidad, el orden, el fair play. No te olvides de que Tabárez se fue de la FIFA después de lo de Luis Suárez en el Mundial de Brasil. Los dirigentes uruguayos, salvo excepciones, son muy hábiles para defender sus intereses clubistas y demás, pero no han tenido capacidad de hacer un discurso del fútbol uruguayo para el mundo. Es un debe, algo que hay que mejorar. Entender esos objetivos, que son de imagen, y llevarlos adelante. Eso lo ha hecho Tabárez, felizmente. Pero no la Asociación Uruguaya de Fútbol, y así es difícil revertirlo. Por historia, simbólicamente, si se hiciera un discurso más atractivo, más vendedor, por sus buenas características y por la historia, sería una chance de ocupar otro lugar, porque a las grandes organizaciones también les sirve que haya un país que sea presentable y que al mismo tiempo no compita en plata. Uruguay podría ocupar ese lugar, pero no lo está haciendo porque nuestros dirigentes no han sabido.

¿Y por qué Tabárez sí?

Tabárez está en el buen camino, y ojalá su sucesión esté a la altura y entienda bien las cosas. Tabárez reorganizó la cultura futbolística de Uruguay, porque conoce la historia vieja y entiende dónde están los puntos fuentes. Él ha dicho que la garra mal entendida no está bien, que son cosas irracionales, dice, y que no sirven porque han desviado a Uruguay.