Una piba con la remera de Danubio, la franja atravesando su vida. “Danubio franja negra que la vida me ha tatuado, ni la muerte te podrá borrar jamás”. El partido empieza en el 110. El viaje termina con los muros del Hipódromo también pintados a franjas, intervenidos por lo electoral de la coyuntura. Más allá el mundo de las apuestas y los equinos y los jockey. Por Módena primero y con el cauce por Viena, el otro mundo, que también tiene sus pingos. Danubio y Wanderers se enfrentan en el estadio de nombre María. A mi izquierda se sienta Saturnino, un veterano nacido en Lugo que me habla de las injusticias. Las del fútbol y las otras. Se vino a los 17 y se instaló en el barrio y se hizo socio se Danubio, claro, y desde entonces viene a estos sillones de cemento, del lado de la tuna, cerca de la popular. Alguien habla de que la palmera de enfrente también es un símbolo.

En los parlantes de antaño suena Gerardo Dorado, el Alemán. Tiembla un nido de hornero en las alturas del alambrado. La voz del estadio también es mujer. César a mi derecha, un veterano de la misma edad que Saturnino pero oriundo de la Curva de Maroñas, guarda un asiento para un tal Hugo que está al caer. Las tribunas son en blanco y negro. El himno por la Batalla de las Piedras lo cantamos todos y, casi como en un disco de enganchados, La Más Fiel arranca su cantarola sucesiva.

Wanderers juega con un 4-1-4-1 que a veces se parece un 4-4-2. Danubio pesando por la localía. La plena afónica del redoblante contrasta con la lengua de los Danu Stones. Pablo Siles en el medio como una referencia constante. La primera es de la franja, con Sergio Felipe conectando en el área. Danubio propone un 4-4-1-1 que se irá transformando con las jugadas. Siles siempre se mete en esa línea de cuatro que Federico Cristoforo abre para salir jugando. Hugo al fin llega con un gorro amarillento por los años que bien puede datar del glorioso año 1988. Lamentablemente para Hugo, Wanderers anota el primero con un anticipo sorpresivo de Federico Andueza y lo tildan de mufa.

La Más Fiel termina de despertar con el baldazo. Saturnino me avisa que Peñarol va ganando en el Capurro. Cae el segundo del bohemio del Prado en jugada parecida y con el mismo autor. César insiste con que Hugo no debería haber venido o que debería volverse para que siga el cauce habitual de la superstición. Maravilla Carlos Grossmüller responde con una delicadeza que se pierde tímida por la última línea. Cambian insultos por aplausos en la platea, todo puede llegar a pasar. Se pica el partido después de una protesta local por supuesto penal en el área que el juez desestima. El árbitro reparte amarillas y rojas. El primer tiempo se va con el pregón de los panchos y las cocas.

Para el arranque del segundo, Hugo recuerda a Daley Mena, por un pelotazo sin destino que ni el colombiano hubiese alcanzado. Diez contra diez en el terreno. Cuando el Cangrejo Javier Cabrera la agarra es casi imposible sacársela. Saturnino sigue apuntando los resultados cada vez que un gol cae en otra cancha. La radio como un apéndice tras el auricular. Se ríe porque Danubio no la agarra y me contagia. Otra protesta por otro penal lo pone a Hugo de pie por primera vez en toda la tarde. Danubio no afloja la tenida. Efectivamente las formaciones son móviles. Santiago Martínez y Barboza manejan el útil. Cuando Grossmüller es sustituido por sangre nueva, no hay tutía con los aplausos.

Juan Manuel Gutiérrez hace una maradoneana que podría haber sido el descuento por insistencia. El partido se pica nuevamente. César acota que “parece el cumpleaños del arquero de Wanderers” porque ya tapó más de una. Riolfo se retira aplaudido por Los Vagabundos, insultado por La Más Fiel. Gutiérrez es el mejor de los franjeados, pero no alcanza. Llueven centros en el área de los celestes de turno que juegan con otra carpeta. Sobre el final el desorden. Los Vagabundos serenos con el sol que queda en la tribuna visitante. Los de Danubio optan por cantar. Algunos se retiran antes de tiempo y César protesta. Se agarra la cabeza. Lo mira a Hugo de costado que se acomoda el gorro amarillento.

El partido se esfuma, Saturnino me extiende la mano antes de partir. Lo que queda es la postal de la Curva, desde la altura de Jardines, con razón y sin embargo.