En la mañana comenzó el tema. Ricardo y Susana pidieron permiso para compartir mesa y desayunamos juntos. La pelota como bandera y pájaro en flor a la buena discusión. Deben existir mejores maneras de empezar un día, indudablemente. Pero, teniendo el marco de la Copa América y con el empate de Uruguay-Japón aún fresco, más la camaradería que significa compartir mesa fuera de casa, no está mal hablar de fútbol.

A decir verdad, atrás mío ya lo estaban haciendo. No necesité ver sus camisetas puestas. Con sólo parar la oreja supe de qué equipo era cada uno. Propongo el ejercicio, es bien fácil. Uno, el que estaba casi pegado a mi espalda, le dio tres o cuatro palos a Nicolás Lodeiro: que cuándo no, que no repitió ni cerca lo que hizo en el debut ante Ecuador, que no le devolvía una a Rodrigo Bentancur y mucho menos a Edinson Cavani, que en las pelotas paradas no tiró un centro bien, que mucho mejor jugaron Nahitan Nández y Federico Valverde. “Valverde titular, señor”, le afirmó golpeando la cucharita contra el plato en cada sílaba; el otro retrucó, lógicamente, bajo los mismos parámetros: que “¡Por favor! ¿De Nández me vas a hablar? Pero si no corrió dos pelotas y no devolvió una pared, aparte Valverde no patea los tiros libres y Lodeiro sacó el córner del gol de Josema”. Estuvieron hasta el infinito en esa conversación. Hinchas de Nacional y Peñarol for export. Todo bien de bien. Pero por suerte llegaron Ricardo y Susana, también Alejandro, y nos metimos en lo nuestro.

Ricardo tenía 20 y pocos años cuando fue a México 70, esa fue su carta de presentación. Su pasaporte de validez de sabiduría futbolística, tal vez. Nunca vio nada como el Brasil de ese Mundial, dijo, y que Uruguay le gustó mucho y hasta lo sorprendió. Con la celeste le pasó lo mismo en Sudáfrica 2010, aunque no quedó muy claro si lo vio en vivo o desde su casa. Pagaba 1.10 en todas las casas de apuestas: habló de Diego Forlán. Que no tenemos un jugador así, que es el mejor que él ha visto después de Pedro Virgilio Rocha, que sería ideal para jugar detrás de Cavani y Luis Suárez, y que aparte nadie patea desde afuera del área. El hincha es así, divino. Enraba un concepto con otro, concluye, define, mete otro bocadillo, le agrega que él tenía nivel de selección cuando jugó en la 7a de Basáñez, se va por las ramas y listo, te arma el cuadro citando ex futbolistas, algunos vivos y otros fallecidos hace años. Me encanta, lo mismo que el pan de queso con dulce de mango.

Todos respondemos a (o desde) nuestras inquietudes. Lejos de ponerme en plan periodista, mire si iba a romper el lindo clima de desayuno ajustándome el nudo de la corbata, creo haber utilizado metáforas de relojería para alabar la táctica japonesa y cómo eso incidió en el juego de Uruguay. Fue de puro pícaro, aunque ni lo afirmo ni lo desmiento. Ante los nuevos datos Susana aprovechó para decirle un “viste, yo te dije”, Ricardo aceptó las ideas y relativizó algunos de sus dichos. Yo me quedé imaginando lo bien que jugaría Rocha, una afirmación que nadie en este hermoso país se atreve a desmentir.

Hubo más charlas porque el viaje entre Porto Alegre y Río de Janeiro se prestó. Esos que los periodistas llamamos parcialidad se saben algunas. Escuché a dos parejas, bastante jóvenes ellos, intercambiar conceptos sobre el rol de los periodistas. Me los guardo, pero fueron duros con nosotros. Hay veces que, como dice Martin Sivak, mejor elegir el discreto dolor de los derrotados.

En el puesto 9 de la playa de Ipanema está la fiesta celeste. Está la barraca del uruguayo y, entre música y otras espiritualidades, se seguirá hablando de la selección. Porque la copa continúa y porque este equipo está divino. Tabárez y los suyos han regalado muchas cosas. Hay una, tal vez porque trasciende el fútbol, que me la quedaré para siempre: volver a creer.

Hay fútbol que es como el olor de los que se fueron: irrecuperable. Entonces mejor mañana.