Cuando un futbolista corre atrás de una pelota y la camiseta flamea hay un montón de cosas que pasaron antes. Llegar no siempre es alcanzar la cima. El fútbol es un carrusel, un carnaval de telas del color del corazón de la gente y de uno mismo. El Zurdo Andrés Lamas bajaba corriendo del 181 en 8 de Octubre para alcanzar el bendito 109 que lo llevaba al Complejo Pichincha, casa de Defensor Sporting, donde hizo amigos para siempre. Escribió su nombre en la historia del club y muchos de esos amigos también lo hicieron. Los que no, forjaron a los otros en el camino. El fútbol es la escuela y la mesa donde se come. Atrás de una pelota viajó por culturas: Ankaragücü de Turquía, Las Palmas, Recreativo de Huelva, Alcorcón, todos del siempre competitivo fútbol de España, Independiente del Valle y Barcelona de Ecuador, Luzern de Suiza y Atlético Tucumán en la liga argentina. En el fútbol criollo defendió la camiseta de Liverpool y sudó para siempre la violeta. Es un contador de historias y es el personaje de sus propias aventuras. No tiene dos caras. La entrevista son pantallazos del destino con mates estacionados. Hay un antes y un después de una lesión que lo alejó de los más lindos prados 29 meses. Huelva fue el refugio, Sevilla un pulmón de callejuelas inspiradoras. Explica la sensación de volver a jugar con lágrimas apostadas y el gesto de vendarse los tobillos. Mira al cielo aunque haya techo. El Zurdo Andrés Lamas conversó con Garra, a la espera de escribir una nueva página en su historia.

Hay llamadas a Sevilla hasta en el nombre de tus hijas.

Triana es el barrio de los gitanos, que queda afuera de Sevilla, al otro margen del río. Está Sevilla, el río y Triana. En el barrio de Triana surgió la hermandad de la Virgen de la Esperanza de Triana, más conocida como la Virgen de Triana. Nos llamó la atención el nombre por la identidad. A Rocío también le pusimos ese nombre porque la Virgen del Rocío es símbolo de Huelva. El andaluz de por sí tiene mucha identidad, pero el sevillano es muy sevillano; es de su feria, de su Semana Santa, de su forma de comer, de su forma de vestir. La identidad la ves en la calle: callejuelas de dos metros donde de repente se abre un patio con una fuente y un naranjo. El olor del azahar cuando florece. El olor del ajo frito, el pescado, los bares.

¿Futbolísticamente también se reproduce esa identidad?

Futbolísticamente está dividida al medio: es realmente la mitad de Betis y la mitad de Sevilla, nadie puede decir que hay más gente de uno o de otro. El andaluz disfruta la vida. Los mangos que tiene se los gasta en la calle, en los bares, comiendo, bebiendo y estando con amigos. El andaluz te cruzó una noche, fuiste su compañero y esa noche fue tu mejor amigo; no le importa si después no te ve más. Córdoba, Almería, Huelva, Sevilla, Cádiz, Granada, Jaén, Málaga, todas tienen sus particularidades. Yo pensaba que era un tema religioso, pero en realidad es un tema cultural. Las hinchadas se diferencian desde esa identidad. En el aburrimiento del fútbol europeo, particularmente del español, esos equipos tienen otra cosa. Yo siempre les digo a los argentinos que después de jugar con la presión que juegan en Argentina juegan en cualquier lado. La Primera División del fútbol español es como jugar en un teatro: hermoso, pero aburrido.

¿Cómo fue volver por tercera vez a Europa, particularmente a Suiza?

Suiza es una postal. Fue el único lugar que Macarena me dijo para irnos. Indudablemente, hay diferencias culturales entre el europeo y nosotros. Claro que con los españoles y los italianos, capaz que con los griegos, con los rumanos, que son latinos, es con quienes menos diferencias hay. Pero con un suizo hay demasiadas diferencias. Y a nosotros nos pesa. Tienen un millón de reglas. Es como un Gran Hermano: parece que nadie te ve, pero en realidad alguien te está mirando. Por ejemplo, la basura hay que tirarla en una bolsa de basura que vale dos dólares y que se diferencia de color por pueblo. Hay un inspector de la basura que revisa hasta que te encuentra, y te mandan la multa a tu casa por correo. Ni los perros ladran. Hay pueblos en los que no se escucha un ruido de plato, una madre retando a un niño, la radio; nada, silencio. Es el tope de no molestar al prójimo, el extremo ridículo de no romperle los huevos a nadie.

De ahí regresaste a Ecuador, una cultura totalmente distinta, que ya conocías.

En Ecuador la vida volvió a tener sabor. En el plantel éramos cinco argentinos y Brahian Alemán. Ahí empecé a tomar fernet. Me había ido con dolor de Suiza, porque era la tercera vez que iba a Europa a jugar, yo que nunca fui un superdotado ni estuve lleno de virtudes futbolísticas. Con 30 años había tenido la chance de volver a Europa. Era una especie de resurgir, un orgullo para mí haber superado una doble lesión tan grande y tan dura. Pero nos volvimos porque no nos estábamos sintiendo bien. Macarena no estaba bien y al hilito de la familia no lo podés cinchar. Por suerte llegamos a Guayaquil y fue volver a reír. Fue una fiesta, hasta que me rompí la rodilla y me rescindieron el contrato. Por primera vez me di cuenta de que estaba deprimido. Me dolió en la autoestima, en el orgullo. En el penúltimo partido me mandé una macana que terminó en gol, y en el último partido jugué muy mal, debe haber sido el peor partido de mi vida. Hice un gol, me mandé dos cagadas, me expulsaron y me lesioné. Me dolió irme con esa imagen. Fue el único partido en mi vida en que me puteó mi propia hinchada, y eso me afectó. Me desenfocó del partido. Nunca me había pasado. Ese día terminé lesionado. En la charla técnica [Rubén] Israel nos había confirmado que no iba a renovar el contrato y nos pidió que jugáramos por él, de alguna forma. Yo me cargué una mochila demasiado pesada. Ahí me di cuenta de la importancia de la inteligencia emocional. Estuve 11 meses para recuperarme, hasta que volví a Defensor.

“Nadie sabe lo que es la emoción de ponerse el pantalón corto y vendarte los tobillos. El olor del linimento. Y eso que era un partido amistoso. Volví a nacer. Había llorado en ese vestuario, había llorado en el gimnasio, porque pensaba que nunca iba a poder trancar de nuevo”

¿Tiene explicación la sensación de jugar otra vez después de 29 meses?

Fue todo progresivo. En Alcorcón estuve a punto de jugar, ya estaba sano, estaba al máximo nivel. Pero los que estaban jugando estaban bien. Entonces no tenía la ansiedad de cuando jugué en Liverpool después de dos años. Lo que sí recuerdo es el primer partido amistoso que jugué. Fijate que Recreativo de Huelva me renueva dos veces roto. En 2011 quedaba libre en el mejor año de mi carrera, y faltando ocho partidos me rompo los cruzados. Me renuevan, me dividen entre seis el sueldo, porque Huelva era como mi casa. Me recupero, entreno un mes y me rompo de nuevo. Llegó Sergi Barjuan y volvieron a renovarme. Me recupero, pero el entrenador me dice en la cara que no me iba a tener en cuenta. Lo único que pedí es que me dejaran entrenar en el equipo hasta que consiguiera otro. Y un día hubo un amistoso y terminé jugando con un equipo alemán de segunda con la camiseta del Recre ya sin contrato. Nadie sabe lo que es la emoción de ponerse el pantalón corto y vendarte los tobillos. El olor del linimento. Y eso que era un partido amistoso. Volví a nacer. Había llorado en ese vestuario, había llorado en el gimnasio, porque pensaba que nunca iba a poder trancar de nuevo.

¿Cómo fue la llegada a Alcorcón, el primer equipo de la segunda etapa, digamos?

José Manuel Espejo es un representante que hoy en día es mi amigo. Me llamó en mi mejor momento y me dijo que me quería el Betis. Después me rompí y nunca dejó de llamarme. Me dijo que el Alcorcón estaba buscando un zaguero zurdo. Pero claro, ellos tenían que cerciorarse de que yo estuviera sano. Esa vez toqué una puerta que nunca pensé que iba a tener que tocar: la de los jugadores libres. La vida te demuestra ciertas cosas. El 16 de enero, día de mi cumpleaños, a la una de la mañana pasé a buscar a un compañero de Sevilla y viajamos 700 kilómetros hasta Alicante. Llegué a la concentración, pibes que nunca había visto en mi vida. Ese día nadie supo que era mi cumpleaños. Estaba en un camino que parecía eterno. Ahí me acordé de la Madre Teresa de Calcuta, que decía: “Dios proveerá”. Cuando empezamos los amistosos me había agarrado una tendinitis por forzar la pierna. En el Alcorcón estaba mirando los amistosos, y como en el primero no jugué me preguntaron por qué. El segundo, contra un equipo chino, la tendinitis seguía; el entrenador me puso de volante central, porque no tiene sprint, y el sprint del zaguero o del lateral es definitorio. En mi vida había jugado de medio centro. “Si te pongo de zaguero se te va a ver el plumero”, me dijo. Un crack. Anduve volando, era un niño corriendo. Llegué al vestuario y puse cumbia. Una alegría tenía. Había hecho una parte tan grande de lo que me correspondía a mí. A la salida me encontré con José Manuel, que, lejos de felicitarme, lo primero que me dice es que lo había llamado el director deportivo del Alcorcón para preguntar por qué había jugado de cinco y por qué había jugado vendado. Lo que tenía que saber es que yo estaba bien, no eso. Estaba en un pico de excitación y me vine a pique. El Alcorcón era mi única esperanza. Me fui a la habitación, volví a hablar con el representante, me calenté y llamé al director deportivo de Alcorcón, con el que había hablado una vez o dos. Le largué todo de una. ¿Qué importa si jugué vendado o si jugué de cinco? Yo hoy demostré que estoy sano. Me terminó diciendo que me fuera para Madrid, que a la mañana tenía la prueba. ¡Pa! Es como cuando la novia te dice que sí. Una locura, eran las nueve de la noche, tenía que manejar 500 kilómetros para entrenar al otro día, y con tendinitis. Pero esa es otra historia. En el camino para Madrid de madrugada iba haciéndome hielo. Al otro día tenía que hacer fútbol con un equipo que iba segundo en el ascenso. Y me acordé otra vez de la Madre Teresa de Calcuta: Dios proveerá. Dios proveerá.