“El Ramírez es la fiesta más grande del turf nacional. Una fiesta netamente popular. El turf en Uruguay, a diferencia de otros países, tiene una integración cultural muy interesante. La gran fiesta, la que mueve, el clásico, es la de Reyes. Somos mucha gente que pauta o recuerda su vida en base a los caballos que fueron ganando el Ramírez año a año. Si hago un poquito de memoria te digo que en el Ramírez de 1984 ganó Strong Kid, en el 85 ganó Compadre, en el 86 Vivaz, Falero ganó el del 90 con Galicio, los del 94 y 95 los ganó el maestro Arturo Piñeyro, primero con Riomar y después con Vienese. De eso te hablo: para la gente común y corriente el Ramírez es la gran fiesta del año, más allá de que el turf, en todo el año, es parte emblemática de mucha gente. El caballo forma parte de nuestras raíces y forma parte de la identidad cultural. La emoción que genera el caballo es indescriptible”, decía Óscar mucho antes de que Ajuste Fiscal ganara el Gran Premio Ramírez 2020 y de que un fenómeno histórico, Pablo Falero, dijera adiós emocionando a un pueblo; lo manifestó incluso antes de que la fiesta empezara y Saltando Charcos cruzara el primer disco de la reunión. Óscar, al igual que muchísima gente que llegó a Montevideo desde todos los rincones del país, sabe que el 6 de enero es un día especial.

“Hay que estar donde hay que estar”, le dice un veterano a otro, uno que está con el programa de carreras en mano y la lapicera como si fuera un pucho. Está buscando la fija que le pasaron, pero, cuenta, va a jugar una combinada porque le tiene fe a otro pingo. Minutos más tarde son los mismos que gritan contra la baranda “¡Filomeno nomá! ¡Filomeno viejo y peludo, carajo!”, y Filomeno, montado por Yair Pereira, saca distancia para ganar la séptima carrera, la última antes del primer clásico: el Gran Premio Pedro Piñeyrúa.

Gaucho influencer

Todos conviven. Pasa un paisano con bombacha marrón sostenida por un cinto con monedas antiguas, camisa naranja, una pañoleta negra al cuello, los Ray-Ban de aviador bien puestos, en una mano lleva un llavero del Barça y con la otra se empina una Corona con limón. Unos metros más adelante, uno le confiesa a otro que trajo “el jarabe para la tos”. “Bueno, presentelo, compañero”, le sugiere el más alto, y el señor no demora nada en sacar una petaca de Gregson.

La pareja de adultos mayores se sienta en la sombra. Es lunes pero sus vestimentas son endomingadas. Él le pasa el sombrero de paja y a ella le gusta. Es un sombrero típico del lugar, aunque también puede servir para un all inclusive en Panamá. Capelinas hay, pero pocas. Las boinas son más, ganan por varios cuerpos. Parecen más equitativas, además, porque se encuentran en todos los sectores: en los palcos, en las carpas para invitados, pidiendo bebida, jugando o cobrando los boletos, allá en las tribunas y también en la explanada. Al final del Piñeyrúa, que ganó Aero Trem, un señor re caliente se saca la boina bordó y la revienta contra el suelo. Esa jugada salió mal, parece. Le costó levantarla, como que le dolió la cintura.

“Bo, sos loco, tarao. Tarao, sos loco, bo”, exclama un paisano joven, y me llama la atención lo capicúa. Bien pudo ser una señal para jugar un boleto combinado al 14 y al 1. La cuestión de la charla era uno de los caballos que corrió el segundo clásico, el Gran Premio Ciudad de Montevideo - Presidente Jorge Batlle. “El burro le va a andar, hermano. Téngale fe, no haga caso a eso que le chiflaron. El bicho va a responder”, son las palabras que buscan convencerlo. “Bo, sos loco, tarao”, contestó. Por varios cuerpos de distancia el ganador fue Sentimental. Ninguno de los dos festejó.

En uno de los bancos antiguos una señora abrió un tupper. Llamó a dos niñas y les dio un pedazo de torta a cada una. Bien sudadas las gurisas, jugaban y comían al lado del escenario donde pasó Christian Cary y la Sinfónica Juvenil del SODRE. Del otro lado charlaban uno peinado a lo Gardel con camisa celeste, un engominado para atrás con caravana en la oreja izquierda, un adolescente en crocs y otro en alpargatas. Ninguno se parecía con ninguno, pero ahí estaban todos.

Hay un “preconcepto cultural que viene del siglo XIX”, comenta Óscar cuando hablamos de la diversidad del público. “Los que lo conocemos por dentro, conocemos lo que se llama la industria del turf, una industria que genera miles de puestos de trabajo en todo el país. Fijate que en Maroñas trabajan más de 1.000 personas todos los días. En esa industria están el peón, el vareador, el herrero, el jockey y tantas otras personas más. Todo eso es la gran clave del turf. Pasa que hay veces que se pone el foco en el glamour de la foto, en el palco, en el lugar donde van los ganadores, etcétera. Pero el turf no es eso. La esencia del turf son los caballos. Mirá, en Uruguay se da una particularidad: existen amigos de clase media o baja que se juntan para tener entre todos, o sea grupos de diez, 15, 20 personas, un caballo de carrera. Eso es una ilusión muy grande, es pasional. Lo otro es estigmatización, porque Maroñas hace 100 y pico de años era el lugar de la alta clase del turf. Pero no tiene nada que ver con lo que pasa en las reuniones en todo el país. Te digo más: el turf es integrador. En una cena o una comida de turf te vas a encontrar a los tipos más ricos del Uruguay comiendo un asado a cuchillo junto a los más pobres del Uruguay. Y todos con el tema en común que los une: los caballos. Ese es el idioma, la ley motiv”, concluye.

Pablo Falero y su esposa Patricia, ayer, en Maroñas.

Pablo Falero y su esposa Patricia, ayer, en Maroñas.

Foto: Mariana Greif

Pasional

Brilla la nacarada nuca cuando el sol va perdiendo complicidad. La perfección del animal se debe parecer mucho a esa yegua zaina que camina mansa, con porte esbelto, mirando el camino que conduce a las lejanas gateras.

Es otro el clima cuando se acerca el momento del Ramírez. Los niños quieren colarse en la baranda porque no se lo quieren perder. En los lugares de apuesta las colas son largas, más allá de que son varias las personas que noto jugando con el celular. Un hombre de bigote gordo se aprieta el rosario blanco cerrando su mano derecha junto al pecho, y luego de tirar el cigarro al piso lo pone sobre sus labios cerrados. Pantalón de pana beige, una camisa simple, como salida del barrio, unos championes que simulan ser zapatos y tiene la esperanza escondida en su creencia. “Vamo’ mijo, vamo’ mijo”, susurra mirando al cielo casi oscuro.

Se sabía en la previa que sería uno de los Ramírez más parejos de los últimos tiempos. Para Héctor Puchi García, periodista especialista en la materia, eran 11 los caballos con chance. Por ahí asomaban con más chances Miltitoplp, Cap Bon y Ajuste Fiscal, los tres mejores potrillos de 2019; también Cap Bon, los brasileños Keep Down, Cerro Largo y Bobby Q; u Olympic Harvard, caballo adulto que montó Pablo Falero. Esa especie de incertidumbre hizo crecer las apuestas. Y la locura, también, inquieta en el murmullo desde que la trompeta avisó que los 2.400 metros se acercaban a su inicio.

En la carrera hubo dos protagonistas. El primero fue Bobby Q, que prácticamente punteó desde el inicio. Varios se le pusieron a tiro, pero ninguno lo pasó. Hasta que apareció Ajuste Fiscal. Los últimos 300 metros fueron vibrantes entre ambos, cabeza a cabeza. Fue en los últimos 100 metros que el ganador tomó distancias indescontables a favor del de chaqueta marrón y blanca para que quedara al tope del marcador, como dice aquel viejo tango. Bobby Q entró segundo, tercero fue Cap Bon, mientras que Olympic Harvard, montado por Falero, fue cuarto.

Ajuste Fiscal fue uno de los mejores caballos de 2019. Ganador de los premios La Polla y Jockey Club, no ganó la triple corona por poco, cuando perdió el Gran Premio Nacional. “El caballo sorprende con lo que corre. Le tengo una confianza enorme. Habíamos hablando con el cuidador de hacer una carrera tranquila, meternos al derecho y esperar el momento. Salió todo espectacular. El caballo respondió como lo suele hacer él”, dijo un eufórico Héctor Lazo, el jockey ganador.

Como los mejores

Las emociones estuvieron, una vez terminado el Ramírez, en Falero. El de Conchillas, Colonia, ganador de más de 9.500 carreras, fue despedido con una ovación perfecta para uno de los mejores jockeys de la historia del turf uruguayo, el cuarto con más victorias a nivel mundial. Hubo alguien que gritó sin dudas: “¡Falero nomá! ¡El mejor de todos!”.

Su homenaje fue casi a las 22.00. Falero ya no tenía la chaqueta negra y roja a rayas verticales con la que corrió su última carrera y sí una roja con mangas doradas y estrellas blancas, la primera chaquetilla que usó en su largo historial. Paseado en un auto, abriendo los brazos y chocándoles las manos a quienes estaban cerca en la baranda, posando para los miles de celulares que buscaban un para siempre y con una sonrisa de oreja a oreja, así fue Falero hacia el escenario.

El escenario: un podio que lleva y llevará su nombre.

El presidente electo, Luis Lacalle Pou, le entregó un disco del Maroñas como homenaje. Los aplausos se sostuvieron muchos segundos, mientras a Falero lo rodeaban varios de sus pares.

Emocionado, al borde de las lágrimas, Falero se despidió con palabras: “Contento de haber llegado acá. Me enfoqué siempre en tratar de superarme. El tiempo pasó muy rápido. Los números son violentos siempre, pero ganar 9.500 para mí es mucho. No me di cuenta de cómo pasaron. Gracias por tanto cariño, por tanto reconocimiento a la persona y al profesional. Infinitas gracias al caballo de carrera. Siempre me apasionó el caballo. Al principio fue el de andar, desde los 14 años fue el de carrera. Y voy a tratar de darle al caballo la calidad de vida que él me dio a mí”.