Por lo que fue la contienda, la competencia en el estadio Rodrigo Paz de Quito, Nacional consiguió un resultado favorable, soportando casi todo el tiempo el buen juego rival. El empate 0-0 en el encuentro de ida de los octavos de final de la Libertadores, y como visitante, que por lo general es estimulante en condiciones de competencia normal, solo podrá ser valorado cuando veamos la expresión futbolística de los ecuatorianos en Montevideo el miércoles que viene en la revancha. Si juegan lo mismo que en el partido de Quito será realmente muy difícil. La diferencia es que Nacional en el llano podrá jugar distinto, tal vez más suelto o más liberado.

Un infierno soportar en campo propio el asedio y ataque continuo y permanente de los ecuatorianos. Sabemos lo que pasa en la mayoría de los casos cuando se repiten estas situaciones: te clavan. La sensación de literal y metafóricamente no dar pie en bola es desgastante, y promueve falencias, propicia errores.

Es muy incómodo soportar, de la peor manera como lo hizo Nacional por lo menos en la primera hora del partido, por no decir en todo el primer tiempo, o en casi todo el partido. Los de la vecina ciudad dormitorio de Sangolquí, explotan en Quito todas las peculiaridades que tiene jugar al fútbol a 2.600 metros sobre el nivel del mar, pero además, o fundamentalmente, juegan muy bien, concibiendo el ataque dinámico y preciso como el eje de su participación.

Fue extremadamente sufrida la primera parte para el equipo dirigido por Jorge Giordano, que debió armar una oncena muy distinta a la que habría imaginado como ideal una semana atrás, e inclusive muy distinta a la que quería cuando aterrizaron en Ecuador. Con una línea de cuatro absolutamente forzada, con una media cancha con Rafa García como eje central, dando soporte a otros cuatro mediocampistas, y solo Gonzalo Bergessio como delantero, Nacional formó con Sergio Rochet, Armando Méndez, Mathías Laborda, Renzo Orihuela, Ayrton Cougo, García, Alfonso Trezza (65′ Ignacio Lores), Felipe Carballo, Emiliano Martínez, Joaquín Trasante y Bergessio hizo lo que pudo.

Estaba claro que la idea central radicaba en neutralizar a Independiente, pero no estaba implícito en el planteo sufrir tanto en el área. Ahí era el joven equipo del valle el que obligaba a que las cosas pasaran así. A los cinco de la segunda parte el floridense Alfonso Trezza robó una pelota en su campo, y arrancó a velocidad en un largo de todo el campo ecuatoriano, que, cuando llegó frente al arquero rival, no pudo definir como la jugada de gol lo hubiese pedido, y Jorge Pinos se quedó con ella.

Cinco minutos después en el medio del asedio permanente de los sangolquinos un remate dio en el brazo de Renzo Orihuela –pegado al cuerpo, y queriéndolo esconder–, y el árbitro pitó penal, pero no pudo superar la revisión del VAR que demostró con sus imágenes que de ninguna manera era sancionable, y se levantó la sanción y la amarilla que le habían mostrado al joven zaguero tricolor.

Para paliar la falta de despliegue físico en todos los sectores del campo, Giordano hizo tres cambios simultáneos dando ingreso a Gonzalo Castro, Ignacio Lores y Claudio Yacob. Tuvo un poquito más de aire el equipo uruguayo, y una zurdazo de los del Chori, que propició una maravillosa atajada del arquero Pinos. Claro, también fue maravillosa la salvada en palomita en la línea de Mathías Laborda, en una jugada con sello de defensa uruguaya.

Siguió atacando y buscando Independiente, siguió defendiendo Nacional, que se trajo a Montevideo un punto que solo se potencia como importantísimo si en el Parque Central se logra doblegar a este muy buen equipo, que además tendrá la ventaja de buscar goles de visitante que ya sabe no tiene su rival. Habrá que esperar, pero mientras se respira bien.