Desde el primer viaje de la diaria al exterior para la cobertura de un evento deportivo –la Copa América de Venezuela en 2007– estas páginas han tenido regularmente, en cada salida, prolongada o no, fuera de la ciudad de nuestra redacción, un espacio para crónicas viajeras. En aquel momento el espacio se llamó “Tienes un e-mail”.

En Sudáfrica 2010, con la combinación de la enorme cantidad de viajes con el encuentro de una cultura desconocida para nosotros, acrisolada desde su nacimiento como nación nativa, con los fuertes tintes colonizadores europeos y, por fin, con el renacer natural de los africanos, las oportunidades de generar cada día una nueva crónica de viaje fueron inmensas. Las hubo desde aeropuertos, desde ómnibus, desde las calles, desde canchas vacías, desde tribunas llenas, desde hoteles. Justamente la de mayor recuerdo –que no tiene por qué haber sido la de mayor impacto– salió de una habitación de hotel de Pretoria y por una necesidad física: habíamos llegado a la capital administrativa de Sudáfrica para jugar el segundo y decisivo partido del grupo frente a los locales.

El frío de Pretoria, unos días antes de que empezara el invierno, era casi insoportable. Nos esperaban no menos de cuatro horas a la intemperie, de noche, y sentí que no iba a poder cumplir con mi tarea temblando y tiritando. Tomé la decisión de comprarme más ropa de abrigo, sobre todo interior, y me volqué a algunas que se identifican por su uso con prendas femeninas. Apuntaba a una camiseta térmica para debajo de la camisa, y unas medias cancán para debajo de los pantalones. Las peripecias de su compra, y fundamentalmente de su uso, terminaron insospechadamente sustituyendo mi crónica de viaje de ese día, que apuntaba a presentar a Pretoria, su belleza, su gente, sus calles e, inevitablemente su frío, experimentado desde la llegada.

Su publicación, junto a la crónica de la primera victoria mundialista en 20 años, el excelente triunfo 3-0 sobre los sudafricanos, lo que nos colocaba en la antesala de la clasificación, hizo que los lectores siempre la recordaran. “La parte de adelante” (título de la crónica) trata, en medio de uno de los momentos más tensos y determinantes de aquellos primeros pasos del equipo de Óscar Tabárez en Sudáfrica 2010, las peripecias, torpezas y sensaciones de un enviado especial a un Mundial, sin narrar nada del partido, de nuestros jugadores, de nuestros seguidores, de la ciudad o del evento en sí mismo. Fue solamente la narración de unas horas vividas por un individuo criado en una sociedad dominada por el patriarcado y el machismo, que entiende que, con una banalidad como ponerse una pieza de ropa supuestamente femenina, llegará a posicionarse en la vida cotidiana con la cabeza abierta y sin estúpidos prejuicios.

Plaza de comidas en Tswane/Pretoria, con el partido Nueva Zelanda-Eslovaquia en la pantalla.  (archivo, junio de 2010)

Plaza de comidas en Tswane/Pretoria, con el partido Nueva Zelanda-Eslovaquia en la pantalla. (archivo, junio de 2010)

Foto: Sandro Pereyra

Desde el telegrama al e-mail

El estilo de la crónica epistolar tiene tantos años como seguramente lo tiene el periodismo escrito en diarios o periódicos. Bien podríamos pensar que los arranques de estas piezas comenzaron con algunos cronistas viajeros, y casi seguramente este estilo se empezó a pulir con corresponsales de guerra que, además de su dramática información puntual, brindaban al lector datos y visiones del lugar en donde estaban ejercitando su pluma.

En Uruguay este tipo de piezas se ha desarrollado intensa y fundamentalmente a través del deporte, más precisamente del fútbol. Es posible que antes de 1924 hubiese narraciones costumbristas de periodistas que, por una razón o por otra, salían del país o simplemente de su lugar de trabajo y ofrecían a los lectores de su periódico crónicas de viaje. Pero, sin duda, el primer gran referente y seguramente lanzador hacia el futuro de crónicas de viaje fue el primer enviado especial para un campeonato mundial de fútbol, los Juegos Olímpicos de 1924, donde Lorenzo Batlle se destacó ampliamente con sus crónicas desde París, siendo heraldo de aquella magnífica e iniciática victoria intercontinental. Ya en esa epopeya hubo otro singular destaque puntual, que, sin embargo, sería el punto de toque de una prolífica y excelente trayectoria en la escritura, la crónica y la opinión, como fue el relato de Carlos Quijano en Colombes, relativo al castillo de Argenteuil, el lugar donde José Nasazzi y compañía prepararon la histórica victoria.

Destacadísimos escritores, pasados al campo de la comunicación diaria, generaron también crónicas cotidianas maravillosas cuyo punto de partida fue el fútbol. Es el caso del estremecedor escritor argentino Roberto Arlt con su “Ayer vi ganar a los argentinos” y el de Gabriel García Márquez en “El juramento”.

En Uruguay, si bien podríamos hablar antes de 1924 de maravillas como las de Horacio Quiroga narrando desde París sus peripecias como ciclista, la épica gloriosa de Lorenzo Batlle en los Juegos Olímpicos de París abrió una senda prodigiosa, con distintos y sentidos formatos de escritura que hacían maridaje con el evento deportivo. Diego Sciutto, ex futbolista y rápidamente cronista, inició sus maravillosas crónicas populares firmando como Wing en el épico triunfo de Santa Beatriz en 1935, después coronada a lo largo de toda su carrera como Diego Lucero, presente en todos los Mundiales desde 1930 hasta 1994. Los hermanos Magariños, Mateo y Juan, publicaban crónicas después recopiladas en el libro de 1942, Del fútbol heroico. El enorme Julio César Puppo, El Hachero, nos legó un estilo casi único, y Mario Benedetti con su maravilloso cuento “Puntero izquierdo” creó una joya inimitable de la crónica costumbrista del ambiente futbolero.

Dactilografía a gamba

Desde los 80, en mis primeros viajes de trabajo he contado con la indulgencia y la generosidad de editores, secretarios de redacción y directores para calzarme la Olivetti sobre mis piernas, como había visto que hacía y hace un gran cultor de las crónicas de viaje, Atilio Garrido, y teclear mis cartas desde donde estuviera. Quería hacerlo como El Veco Emilio Laferranderie, a quien leía de adolescente, Ricardo Lombardo, Abayubá Hernández, Carlitos Badano. Descubrí a Jorge Savia y admiré al exquisito Jerónimo Roca. El etnocentrismo montevideano me llevó tempranamente a plantearme también proponer lo mismo para cada una de nuestras constantes salidas a ver y cubrir el deporte fuera de la capital. El “Tienes un e-mail” para viajes fuera de Uruguay se llamó “Te dejé un billete en la heladera” para las salidas caseras a nuestros pueblos y ciudades.

Jugadores de Uruguay tras el primer gol de Diego Forlán a Sudáfrica, en el estadio Loftus Versfeld, en Tshwane, Pretoria, el 16 de junio de 2010

Jugadores de Uruguay tras el primer gol de Diego Forlán a Sudáfrica, en el estadio Loftus Versfeld, en Tshwane, Pretoria, el 16 de junio de 2010

Foto: Sandro Pereyra

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