No son pocos los locos lindos que tienen como práctica viajar hacia lugares donde alguien o algo tiene que ver con la gloria deportiva. Si uno va a Atenas, por ejemplo, es ineludible la referencia de los Juegos Olímpicos; si se anda por el sur de Italia, más específicamente por Nápoles, Diego Armando Maradona es mucho más que el mejor futbolista de todos los tiempos. Así tantos otros nombres y muchos más paisajes. Será que nuestro destino nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas, como dijo Henry Miller.

Hay dos formas de armar esos itinerarios relacionados al deporte. Está la de hacerlo al voleo, acordándose de que uno andará por cierta ciudad que tiene que ver con la materia, entonces redirecciona para lo que le interesa. Me cuenta un fanático del fútbol que, estando en París y antes de viajar a Londres, en el último día en la capital francesa, se acordó de la idea de Colombes: Uruguay campeón en Francia, la vez que la vuelta olímpica se inventó para siempre. Y él, hablo del fanático del fútbol, se tomó un ómnibus, un tren y otro ómnibus para llegar a ver el césped de aquel estadio que era otro, nunca el mismo, pero en donde pudo sentir el eco de la historia.

La otra forma de tener ese tipo de viajes es la premeditada: elegir destino, planificar algunas cosas, realizarlo. El primer relato de Elogio del Maracanazo –que le da nombre al libro– tiene a dos chilenos en Uruguay, más específicamente en Montevideo. El objetivo central de su visita es uno: encontrar a Alcides Ghiggia. Si es real o ficción, poco importa. Adentro está la esencia.

Elogio del Maracanazo, de Víctor Hugo Ortega (sujetos editores, 2020) no es un libro específico sobre la final del Mundial de 1950, ni tampoco sobre la copa mundialista en sí. Abre y se cierra en Montevideo, idea romántica que habla de la pasión cotidiana que se puede encontrar en este fútbol celeste, referente sudamericano que transmite mucho más allá de la pelota.

Se ha escrito un montón sobre el Maracanazo. Son varias las voces uruguayas que se han detenido en aquella gesta, del mismo modo que no son pocas las extranjeras que le han dedicado su visión al tema. Y eso, que un o una extranjera hablen sobre la hazaña celeste, es bien interesante, entre otras cosas, porque habla de nosotros mismos sin ser nosotros mismos: la mirada del afuera y todo su significado. “Una sonrisa exactamente así”, cuento escrito por Eduardo Sacheri, es –sin dudas– la pieza más maravillosa que existe al respecto.

Llevarte adentro de mi corazón

Con prosa llana y sencilla, el libro empieza con el relato “Elogio del Maracanazo”. Lo dicho: rápidamente la historia se sitúa en Montevideo y el destino es Las Piedras, ciudad donde Alcides Ghiggia residió en sus últimos años de vida. Dos chilenos amantes del fútbol tienen como objetivo encontrar al delantero que silenció Maracaná, hombre que alguna vez dijo, sobre la construcción del mito del que se cumplen 70 años: “Uruguay se olvidó de Maracaná, sólo se acuerdan los 16 de julio. Pero no me importa. Yo sé lo que hice y lo que dejé de hacer. Con mi país cumplí”.

Sí, el relato es un elogio a la final de 1950. Pero es un elogio lindo, lindo por lo sutil, sin ensalzar la historia y agrandar personajes. Como muestra va un breve extracto: “Cuando el reloj marcó la medianoche y entramos en el ansiado domingo, nos instalamos en el computador del tercer piso y nos pusimos a ver una vez más los videos en Alcides Ghiggia en Youtube. A Matías le gustaba ese de la serie Yo hice un gol en una final de la Copa del Mundo, en donde Alcides decía que al Maracaná lo habían silenciado solo tres personas, el papa, Frank Sinatra y él. A mí me mataba un video que pasaba imágenes de la selección uruguaya, con la canción Crónicas de la soledad de Eduardo Larbanois y Mario Carrero de fondo”. Lo dicho al principio: dos relocos tratando de hacer el turismo deportivo soñado.

Hay nueve relatos que no tienen a Uruguay como punto en el mapa, al menos desde la referencia directa. Esas lecturas atraviesan el fútbol con la ley del puntero: de la punta hacia el medio. Se puede leer sobre aquel tiempo de Iván Zamorano y Marcelo Salas, temible delantera de la selección chilena; sobre Salvador Allende y la cercanía con el Everton; de fotografías y Marcelo Bielsa, quien cobra vida como cada vez que se habla de fútbol en Chile; también sobre José Luis Coto Sierra y su clase de 10 para meter un gol mundialista ante Camerún, entre otras lecturas.

La despedida también es en Montevideo. No para describir la ciudad (aunque sí lo hace: ese cielo único, el agua color café oscuro o el policía jubilado que pasa el tiempo pescando), sino para hablar de la relación de un padre y un hijo. Es que el fútbol es así, tiene esa relación directa, ese amor incondicional, esas ganas de ser los mejores siempre, aunque se sepa de las imperfecciones de la vida. Es metáfora y también es real. Como elogiar el Maracanazo: una cosa de locos, de locos lindos.

Bien regados

El relato “Elogio del Maracanazo” tiene una reminiscencia para muchos de nosotros. Así como la narración nos va llevando por ciertos puntos de Montevideo, en especial los lugares muy turísticos, en determinado momento entramos a lo que en su momento fue nuestra casa: el café La Diaria: en determinado momento los protagonistas de la historia van al bar que quedaba debajo de nuestra redacción y beben cervezas con dos amigas mientras miran el número que había en el escenario. Ya no estamos ahí, pero tenemos el recuerdo como riqueza. Salú por eso, la próxima está paga, muchachos, así que vayan pelando las chauchas.