Y al final son esas cosas las que te dejan con rabia, pero muy pasajera, muy livianita, porque de última la sensación es de satisfacción, de gusto, de ganas. Uruguay terminó cuarto en el Mundial igualando entonces su segundo récord histórico después de los títulos de 1930 y 1950. Ya en 1954 cayendo ante Austria y en 1970, ante Alemania, como el sábado, había perdido la posibilidad de ser tercero. En un partido de calidad, con mucho vértigo, entrega y buenas concepciones de juego, Alemania venció de atrás a los celestes por 3 a 2 y se quedó con el juego de medallas con que se homenajea al tercero.

Si los partidos se definieran por méritos y merecimientos, y hasta por sensaciones, los futbolistas uruguayos pudieron haber terminado con esa medalla en el pecho, pero como se definen por goles marcados, no fue así. Los del maestro Tabárez hicieron un partidazo y tras el 2 a 1 convertido por Diego Forlán dejaron la sensación de que el tercer puesto estaba en casa. Un par de errores defensivos generaron dos goles inesperados que resultaron decisivos en la dilucidación del juego. La última pelota del partido fue reventada por Forlán en el travesaño, en lo que pudo haber sido la conquista que nos llevara al alargue. El partido ante los alemanes significó el último para los uruguayos y también el principio del fin del Mundial y esa coincidencia hace que se fundan y se desagreguen impresiones sobre la prestación uruguaya en el partido en sí y sobre lo que fue en todo el campeonato.

Frente a los germanos, Uruguay volvió a hacer un partido muy interesante, ante un rival de alta calificación, y entonces vemos cómo durante todo el torneo los celestes lograron presentarse en forma adecuada y generando ilusión ante los poderosos del torneo. Cada una de estas actuaciones se apoyó en la innegable capacidad de neutralización que ha logrado a lo largo de su historia el fútbol uruguayo, pero esta vez trabajado especialmente, afinado como el más interesante argumento y preparado especialmente para ello, sumado a una filosofía de posesión segura de pelota cuando se recupera y el accionar desequilibrante de dos delanteros de inusitada potencialidad, como Diego Forlán y Luis Suárez.

A los esenciales querer y creer, ya casi parte del fenotipo del deportista uruguayo como legado de los grandes héroes futboleros, se le agregó un proceso que apuntaba a optimizar cada una de las presentaciones internacionales en una escalera que usó encuentros de preparación ya no para armar una oncena, sino para ir desarrollando la idea, sus potenciales ejecutantes y las formas. Así se llegó a la máxima competición del juego de élite, con un grupo que no por casualidad ni por el momento de forma que tenían en abril y mayo, sino por acumulación y sedimentación de cuatro años de trabajo.

Y así fue como se pudo realizar un buen o gran partido ante Alemania el sábado, como había sido con Holanda, con Ghana, con México y con Sudáfrica. Tal vez ante Francia, en el debut, y ante Corea del Sur, en octavos, los celestes no realizaron el partido esperado, pero se mostraron en condiciones de competición ya sea ante un grande de Europa o frente a un equipo en amplio desarrollo y en condiciones extremas como los coreanos. Siempre como el sábado, soñando con el tercer puesto como en cada partido con la idea del partido casi perfecto, la mejor marca y buenos desarrollos con la pelota. Eso hizo que tanto los jugadores, el cuerpo técnico, los rivales y nosotros los seguidores tuviéramos la constante sensación de que este equipo podía. Y pudo. Pudo ganando, pero lo más interesante y menos visible, pudo perdiendo.

Saturday night fever

El del sábado fue un partidazo, seguramente uno de los mejores del Mundial, y encontró, como era natural y esperable, la permanente descalificación previa que pulula entre nuestros especialistas respecto al ánimo o interés de los alemanes por el juego. Uruguay empezó con un equipo bien cortito y compacto, moviéndose en bloque atrás de la pelota. Los primeros minutos tuvieron supremacía del toque alemán en velocidad, pero Uruguay respondió con una buena doble pelota quieta de Forlán.

Sobre los diez minutos, tras un córner después de reiteradas fallas defensivas, un cabezazo de Friedrich por el segundo palo reventó el travesaño, que volvió a ser amigo de Muslerita. Uruguay encontró desahogo por fuera usando la dupla Fucile-Maxi, y si bien no llegó con posibilidades netas, demostró que se podía. Estaba todo bien hasta que otra vez la Jabulani viboreante volvió a liquidar a Muslera, que dio un rebote feo para que el grandote Müller la mandara a guardar.

Cambió el partido porque se abrió la ruta del contragolpe alemán, pero Uruguay recuperó con tranquilidad, sin desesperación. Con furia, clase y jerarquía, el Ruso Pérez fue al piso iniciando un doble movimiento espectacular dado que robó en el piso y desde ahí le metió un gran pase a Luis Suárez que administró de la mejor manera posible el contragolpe. Por zurda venía expreso Cavani, quien entró al área, aguantó a su defensa y definió contra el palo. Otra vez cambió el partido, y en una buena, porque la verdad es que Uruguay, optimizando sus posibilidades de juego, sometió a los alemanes poniéndolos en su área. El de ayer fue un partido de elite, un juego de muy alta competencia y Uruguay otra vez dio con el papel de protagonista, agudizando su capacidad actual de juego.

Ni el tiro del final te va a salir

En la segunda parte arrancaron con tutti y a los tres minutos Suárez, mano a mano con el arquero, definió mal. Fue sólo esperar un ratito, porque en una síntesis perfecta de lo que fue Uruguay en el Mundial una nueva recuperación de los mediocampistas, en este caso Egidio Arévalo Ríos, que, además se fue por derecha como puntero y mandó el centro para que Forlán, con gran capacidad de remate, pusiera el 2 a 1.

Un rato después, cuando el partido estaba divino, un centro largo de Boateng, Muslera que no pudo salir bien y a cobrar, de cabeza llegó el empate de los alemanes por parte de Jansen. Qué lástima, porque estaba buenísimo. Pero los celestes no cejaron y volvieron a tener el dominio del juego, aunque ahora empatando, pero volviendo a poner contra el arco a los alemanes, que siguieron con traviesas intenciones de perforarnos. A lo último lo hicieron no más, esta vez con un gol tras una jugada sucia que Khedira mandó al gol con golpe de cabeza. Los celestes intentaron e intentaron pero no pudieron, ni siquiera cuando ese último tiro libre de Forlán hizo que la pelota pegara en el travesaño.

Edinson Cavani, en la jugada del primer gol de Uruguay a Alemania, en el partido por el tercer puesto de Sudáfrica 2010, en el estadio Nelson Mandela, el 10 de julio.

Edinson Cavani, en la jugada del primer gol de Uruguay a Alemania, en el partido por el tercer puesto de Sudáfrica 2010, en el estadio Nelson Mandela, el 10 de julio.

Foto: Sandro Pereyra

Las pérdidas también cuentan

Una derrota o dos derrotas, los últimos 2-3 ante Holanda y Alemania no sólo no cambiaron la idea ni la percepción general de que Uruguay hizo un gran Mundial y de que el equipo que apareciera en la cancha -jugaron los 20 futbolistas de campo- lograba buenas presentaciones y le hacía partido a cualquiera, sino que además fortificaron la idea de que aun perdiendo, cuando a uno no le da el naipe para superar a un antagonista que en ese momento, en la coyuntura de los 90 minutos, se presenta superior, uno puede quedar con un buen sabor de boca y pensar, sentir, que a veces cuando se pierde también se gana. Se gana en ilusión, en empatía y en convicción, pero fundamentalmente se gana en la eterna cuponera de los sueños.

Rómulo Martínez Chenlo, desde Puerto Elizabeth, Sudáfrica.