El avión da vueltas en el cielo de África. Los futbolistas se impacientan y las azafatas dudan. Ya venía mal parido el viaje, por pura ignorancia. No se sabía nada de Costa de Marfil; ni los colores, ni sus costumbres, mucho menos se sabía qué tanto jugaban al fútbol allí. Cuando pegaron en la pared del vestuario de La Bombonera, al término del partido del domingo, la citación para el amistoso de entre semana, hubo caras largas, caras de sorpresa y caras quietas. Entre los jugadores estaba Ariel Krasouski. Ese periplo circundante del avión duró unos minutos que parecieron más largos de lo que en realidad fueron y que dejaron a la tripulación con el pensamiento en diagonal. La tripulación estaba integrada por veinteañeros futbolistas de Boca Juniors, juveniles, suplentes y refuerzos del equipo titular del domingo. Entre ellos, Diego Armando Maradona con sus famosos 21 años. El aeropuerto de Abidjan, en Costa de Marfil, estaba desbordado de hinchas desesperados por ver a Maradona. Por eso el avión se mantuvo casi en pausa entre la tierra y el cielo. Ya instalados en el hotel Ivoire, Diego sostuvo haber escuchado que lo llamaban Pelusa.

La noche del estreno había 25.000 personas en el Stade Abidjan. El equipo de Silvio Marsolini, quien se había quedado en Buenos Aires por un problema cardíaco, paró con la Pantera Rodríguez; Alves, Pancho Sá, Pasucci e Iturrieta; Brindisi, Krasouski, Maradona, Trobbiani; Escudero y Morete. Esa noche en la lejana Costa de Marfil lo dirigió Yiyo Carniglia. Los marfileños se subían a los postes de luz para ver a Diego. El partido terminó 5 a 2, con tres goles de Escudero y dos de Maradona para rematar la remontada de los locales. En la final, dos días después, Boca Juniors ganó 3 a 2 con dos goles de Trobbiani y uno de Alves bajo una lluvia copiosa. Dicen que se molieron a patadas. El trofeo fue un elefante blanco de marfil tallado.

“Teníamos dos equipos, prácticamente: los jóvenes que habíamos llegado ese año –Ruggeri, Escudero, Perotti, yo– y los que habían venido con algo más de experiencia –Maradona, Brindisi, Trobianni, Morete–. Además estaban los jugadores del plantel de Boca campeón de América y del mundo, que estaban en el final de su carrera: Pernía, Pancho Sá, Sanabria, Mastrangelo, Gatti. Era un plantel espectacular. Jugábamos los domingos y nos íbamos con Maradona a jugar al interior o al exterior. Cuando salió lo de Costa de Marfil se armó revuelo porque no todos querían viajar. Yo estaba enterito, viajaba y jugaba todos los partidos que me ponían por delante. Iba siempre. Estaba siempre listo. Cuando llegamos, no podíamos bajar porque estaba invadida la pista. Miles de morenos cantando ‘Diegó, Diegó, Diegó’. Eso me quedó para toda la vida. Lo miré al Chino Benítez y le dije: ‘Va a ser difícil la vida de Maradona en el futuro’”.

Ariel Krasouski fue un futbolista uruguayo originario de Central de San José de Mayo, club al que sigue vinculado hasta hoy. Jugó en Wanderers en Montevideo, fue campeón con la celeste en juveniles y mayores, y de ahí pasó a vestir la azul y oro de Boca Juniors durante siete años. Eso es todo un paréntesis en la vida de cualquier mortal. Pero un paréntesis aún más agudo, casi inexplicable, es haber compartido el vestuario del equipo de barrio más grande del mundo con Diego Armando Maradona en uno de sus máximos esplendores, el de 1981. Fue en ese tiempo que la delegación bostera arribó a tierras marfileñas, ya que luego de disputado el partido del domingo correspondiente al campeonato argentino, un equipo alternativo pero siempre con Maradona adentro, viajó a lo largo y ancho del planeta, semana tras semana, para mostrar al ídolo y recaudar la guita para bancarlo.

“Tuve de compañeros a Brindisi, a Mario Sanabria, Francescoli, Ruben Paz, Victorino, Morena; jugué en San Lorenzo con Reinaldi, Insúa, Chilavert; también jugué con Rodolfo Rodríguez, Venancio Ramos, Alberto Bica, Nadal, jugadores que fueron grandes. Pero Maradona era distinto”.

Después de su extenso paso por Boca, Ariel jugó en el Santo de Boedo y en Estudiantes de Río Cuarto antes de volver a Uruguay, donde vistió las camisetas de Liverpool, Rentistas, River Plate, Basáñez y Fénix. También fue director técnico; dirigió a Danubio cuando ganó el Apertura 2001, a Liverpool, a Defensor Sporting, a Tacuarembó, a Miramar Misiones, a Paysandú y a Rampla Juniors. Y se pudrió de los tejes, de los manejes y de los directivos. Se retiró de la dirección técnica y se dedicó a la intermediación de bajo perfil y a su querido club de San José, a donde va y viene semana a semana.