En la primera final de la Copa Nacional de Clubes B, Boquita de Sarandí Grande venció 2-0 a Wanderers de Santa Lucía con goles de Martín Luzardo en la primera parte y de Javier López en el complemento. La segunda final se jugará el jueves 23 en la ciudad de Canelones y no incidirá la diferencia de goles, por lo que si Wanderers logra el triunfo, habrá alargue y tal vez penales, mientras que a los sarandienses les alcanzará con un empate.

Boquita, el club que nació en 1995 en Sarandí Grande como una institución de baby fútbol, y que a medida que sus futbolistas pasaron a fútbol de cancha grande empezó a competir en formativas y mayores, consiguió el triunfo más importante de su cortísima historia, y por ello lo festejó con alborozo ante su colmada tribuna del estadio Batalla de Sarandí. Pero estamos recién a mitad de camino, y ni que hablar que el añejo Wanderers de Santa Lucía tiene juego, clase y jerarquía como para intentar dar vuelta la cosa en la revancha.

Una final de nuestro mundo

Una final es una final. Una final del mundo. Una final entre clubes de pueblos. Se juega, se vibra, se disputa. Se vive. Una final en la que participan unos muchachos que hace unos años eran niños defendiendo esa misma camiseta y que han traído para su pueblo, para sus familias, para sus vecinos el partido más importante de todos los que se han jugado en 100 años, porque justamente 2021 ha sido el del centenario de la Liga de Sarandí Grande.

Mientras voy entrando al 12 de octubre pienso en la frase que algunos tifosi napolitanos dejaron estampada a la entrada del cementerio en 1987, cuando el Napoli de Maradona dio vuelta la historia: “No saben lo que se han perdido”.

Se juega así, viviéndola, sintiéndola, cuidándola, arriesgándola. Se juega como se jugó. Como se jugó la primera parte, con un sol que rajaba, con una cancha que hervía, literal y metafóricamente, con futbolistas que se sentían como si estuvieran en el Centenario, en Maracaná o en el Camp Nou, aunque tuviesen que tratar de conseguir zapatos de amianto para soportar el calor del piso.

Juego liso, simple y hasta ramplón de las líneas de cuatro. Todas las pelotas queman, y entonces cuando pica algo blanco cerca, un mínimo intento de control, y pumba. Pero no por miedo ni por incapacidad para asumir la responsabilidad de la situación, sino porque hay una forma de minimizar riesgos. Eso es ser responsable: pimba y afirmarse.

Boquita, y también Wanderers, partieron de esa base; pero los locales, los auriazules de Sarandí Grande, tenían de mediacancha hacia adelante un intento de juego más asociado que partía del duraznense Walter Chipi Olivera, que hace la diferencia en el equipo de Sarandí y también en esta copa.

Olivera tiene una enorme capacidad de juego e igual tesón, a lo que se suma una condición táctica similar a la de Walter Gargano: ser eje central, fuerte y aplicado, pero asimismo ubicarse en sectores del campo para recibir y hacer jugar a su equipo.

Wanderers apostó un poco más a la transición urgente y rápida, pero no pudo disparar juego para sus delanteros, y fue Mariano Rubbo, desde el medio, quien protagonizó las pocas jugadas de posibilidad ofensiva de los santalucenses.

¡Preparados, listos, ya!

A los 27 minutos apareció, y con sorpresa –por la jugada en sí, no por el juego–, el gol de Boquita.

Fue una pelota en la que el fuerte y pesado centrodelantero de Boquita, Martín Luzardo, pivoteó y generó una infracción a unos 30 metros del arco. Se paró y no se la iba a sacar nadie a Chipi Olivera. Estaba todo armado para el potente remate del duraznense, pero sorprendió a todos. En una jugada preparada, pegando una curva al llegar al momento de patear, la sacó hacia la derecha, donde llegó el lateral para mandar un centro a espaldas de la sorprendida defensa santalucense. Entró con mucha fuerza y decisión Martín Luzardo, su remate dio en el palo, pero el insistente Luzardo estaba atento al gol más importante de su carrera y arremetió sobre la pelota para inflar la red.

El gol, el cambio táctico más importante del juego, fortaleció el juego, la idea y las ganas de los de Sarandí, que solidificaron su defensa y su concentración en el juego esperando la segura recarga de Wanderers. Los de Santa Lucía, por medio de Mariano Rubbo, quisieron posicionarse en ataque aprovechando la movilidad y efectividad de Joaquín Irazoqui, e incluso el ingreso del sanducero goleador Manolo Gómez debido a la lesión de Matías Trasantes, pero Boquita estaba en el partido de su historia y nada pasó. No dejaron que nada pasara, con los duraznenses Dellapiazza y Olivera mandando en el medio, y la línea de cuatro como juega una línea de cuatro en una final del mundo en el pueblo. Ojos abiertos, dientes apretados y dale que va.

18 de diciembre de 2021

No sé cuántos partidos habrá jugado Martín Luzardo en su vida de tan sólo 20 años, pero seguramente este lo recordará por siempre. Por su gol de la primera parte y porque, a pesar de que no tiene la forma física que seguramente él también quisiera tener, hizo un segundo tiempo genial, en el que participó en los cinco o seis arrancones de contragolpe que propició Boquita cuando el martilleo permanente de Wanderers, que buscaba el empate, generaba transiciones verticales mediante el inteligente juego de Walter Olivera. Luzardo fue y fue contra sus marcadores, y generó el segundo de Javier López a los 20 del complemento.

Luzardo es uno de los niños del baby de Boquita, que se llamaba Boca pero como era un equipo de niños lo empezaron a llamar Boquita hasta que así se bautizó en el registro civil de los estatutos del Ministerio de Educación y Cultura.

Wanderers siguió probando de todas las maneras, con jugadores nuevos, con variantes posicionales, pero Boquita ya estaba crecido, solvente, fortalecido, y así fue como resolvió el partido más importante de su historia.

A los 20 minutos del complemento, una vez más desbarató la defensa de los hombres que fueron niños con esa camiseta, y Walter Olivera, que me parece el Gargano de estos días, siempre ubicado donde tiene que estar en su campo, pero sólo y dispuesto a lanzar, puso en carrera a Luzardo, que habrá cancelado sus sueños de futbolista profesional de élite cuando hace cinco años se fue a Nacional, pero no los de ser futbolista y goleador, a pesar de que se faja todas las noches y madrugadas en la fábrica de soda. Martín, que en cada toque y cada enganche iba recuperando sus movimientos prodigiosos a pesar de su tempranamente ancha cadera y su incipiente rollito abdominal, arrancó otra vez, pudo llevarse a rastras al experimentadísimo Junior Vidal, y definió cruzado. Olivera no pudo evitar que la pelota siguiera su curso , y en el segundo palo Javier López la empujó para hacer explotar a los sarandienses, de Boquita y de los otros clubes que completaron su tribuna.

Wanderers buscó, de todas maneras. Entró el grandote goleador Iván Pailos, pero nada.

Era para Boquita, era para Sarandí, y así se vivió, se sufrió y se disfrutó.

Ahora viene otra final del mundo, y no será nada fácil.