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Corrió un año más, y la comisión se decidió al fin a reemplazarlo. Medida dura, si las hay, y que un club mastica meses enteros, porque es algo que llega al corazón de un muchacho que durante cuatro años ha sido la gloria de field. Horacio Quiroga.

La espantosa noticia nos impactó poco antes del mediodía: murió Santiago Morro García. El brillante futbolista fue encontrado sin vida en su apartamento en la ciudad argentina de Mendoza, en donde residía desde hacía cuatro años por su condición de jugador de Godoy Cruz, club con el que se convirtió en goleador argentino en la temporada 2017-2018.

El Morro se había suicidado. No hay razones ni razonamientos en un suicidio. Tampoco explicaciones que coincidan con la lógica de la vida. Hay apenas pistas y una certeza, la de la vulnerabilidad extrema de la salud mental de quien decide que su salida es la muerte.

El dolor nos invade, la incredulidad deja un resquicio para que sea una mentira, pero no. El Morro, uno de los tantos brillantes futbolistas avasallados por el repentino cambio de vida que significa la muy temprana fama, cuando los demás apenas manejamos cómo ubicarnos en la clase de tercero de liceo o en el próximo cumpleaños de 15, había logrado consolidar en Argentina, en Godoy Cruz de Mendoza, toda su capacidad futbolística, pero su salud mental estaba debilitada, seguramente por la incómoda situación que estaba viviendo desde diciembre, cuando, a pesar de su pericia futbolística y goleadora, había sido dejado de lado del plantel principal de su club a instancias de su presidente.

Esa es por lo menos una de las situaciones que lo afectaron, como podrá haber tantas otras, que nos lastiman, nos debilitan, nos sacuden, nos hacen trastabillar y, en algunos casos, nos tiran.

Murió Santiago García, se mató, y en Uruguay se jugó la etapa con decenas de dolientes sobre el césped y sin siquiera recordarlo con un minuto de recogimiento en las canchas, “porque la etapa ya había empezado” y no había comunicación administrativa posible. La burocracia del dolor. La empresa no perdona un momento de locura. Era una dolorosa, una dramática oportunidad de darle apenas un cachetazo al fútbol-negocio y no jugar porque estábamos de duelo, una oportunidad de rescatar el juego como lo que fue, un elemento socializante y fundacional de algunos códigos humanos de la uruguayez, y parar como señal de dolor por la pérdida, de reflexión por los días que vivimos.

No hubo ni un partido que no se jugara, pero lo que es peor: no hubo una medida institucional mínima de los clubes, de la Asociación Uruguaya de Fútbol, que son la misma cosa, para disimular que, aunque el show deba seguir, nos queda alma y quedan lugares para el dolor compartido.

Por la noche le tocaba jugar a Peñarol, que venció en el Centenario 2-1 a Boston River. A los cuatro minutos del segundo tiempo Fabián Larry Estoyanoff, que había ingresado tras el entretiempo, anotó el primer gol de Peñarol. Tal vez hubiera tenido prioridad la narración de cómo lo consiguió, pero emocionalmente lo que siempre se recordará es que se lo dedicó al Morro García, que en la cancha siempre había sido su rival, pero en la vida era su igual, su colega, y tal vez hasta un potencial amigo. Estoyanoff, que antes de ingresar al campo había cuestionado a las autoridades por la ausencia de un minuto de silencio por el suicidio de Santiago García, había escrito en las redes sociales: “Una tristeza inmensa. Un gran futbolista, pero una mejor persona. Hoy el fútbol está de luto”.

Muchos de sus colegas se expresaron. El ahora entrenador argentino César Carignano escribió: “Las partidas prematuras siempre duelen. Pero muchas veces lo prematuro, lo sorpresivo, es para los lejanos, los de afuera. De cerca, las vidas se ven diferentes. Imperfectas, complejas, irregulares. La imagen idealizada del futbolista como un ser de otra dimensión pone a la mayoría del lado de la sorpresa ante estos episodios porque bajo el paraguas de la fama y el buen pasar económico pareciera que nada afecta. Pero nadie es invulnerable, imperturbable. Lo triste es que deban ocurrir situaciones como estas para que muchos entiendan al futbolista como un ser humano que juega al fútbol. Un ser social plagado de temores y defectos más allá del brillo de su profesión. Ni más ni menos que eso. Ni más ni menos que nadie. A veces la carga se siente tan pesada que no hay opciones a la vista que la alivianen ni la reviertan. Aunque desde afuera, como siempre, parezca fácil. Ojalá encuentres paz, Morro”.

Hace más de 100 años el inigualable escritor salteño Horacio Quiroga publicó en la revista argentina Atlántida el que muchos consideran uno de los primeros grandes cuentos relacionados con el fútbol. Es “Juan Polti, half-back”, la historia de la vida, el suicidio y el fútbol de Abdón Porte.

Quiroga remata su cuento así: “El entierro del half-back Juan Polti no tuvo, como acompañamiento de consternación, sino dos precedentes en Montevideo. Porque lo que llevaban a pulso por espacio de una legua era el cadáver de una criatura fulminada por la gloria, para resistir la cual es menester haber sufrido mucho tras su conquista. Nada, menos que la gloria, es gratuito. Y si la obtiene así, se paga fatalmente con el ridículo, o con un revólver sobre el corazón”.