La lluvia dejó el piso del Paladino más parecido al Paladino noventero que otra cosa. El fluorescente amarillo fuera de moda, se pareció más al boom textil estridente de los años dos mil y poco. El partido fue entrando en la lentitud espesa del lodo. Una lentitud como de Ciudad Vieja a las cinco un viernes. Como de Bulevar Artigas a mediodía por Tres Cruces el mismo día. Y lloviendo. Así pero lloviendo.

Hay nombres que escuchamos hace años, como el de Walter Gargano que pateó de lejos. Como el de Maxi Pereira que se paró en ese sector del mundo al que pertenece, una vez más desde el primer grito. Hay otros nombres nuevos, como el de Agustín Álvarez Martínez. No se sabe si es compuesto o no pero se sabe que suena bien y que rima con la red. Fue el más terco con el arco en Peñarol.

En el equipo de La Teja, Danilo Asconeguy ya es como una calle. Un camino por donde agarrar para ubicarse en el barrio. En el temple del cuadro. Progreso casi siempre cuida a los que quiere. La lluvia siguió cayendo.

El barro hace al fútbol algo más cotidiano. Mucho más cotidiano que el VAR. El barro hace al fútbol lo que un guiso a una tarde de lluvia. Rodrigo Viega tiene esas cositas que Riquelme tenía todo el tiempo. Plasma un recuerdo escénico como el de Rubén Paz pero con otras glorias, mínimas, quizás.

Peñarol convirtió el primero en un tiempo que habita. El de la entrada a los descuentos. Como que siempre pasa algo con Peñarol en esos lapsos indómitos de tiempo. En este caso, el cabezazo de un húngaro que se hace entender y la aparición de un zaguero de nombre extraño en el palo más lejano de la escena. Gary Kagelmacher hizo el primero para que el segundo acto nada tuviera de esperable.

Jugar de fluorescente fue como salir de pantalón blanco en bicicleta con la lluvia que cayó sobre Montevideo. Pero Agustín Álvarez Martínez también sonó de tiro libre. Puso el segundo sobre el barro. ¿Quién no recuerda un partido con barro?

Progreso mordió como una fiera chica, filosa pero sin tanta fuerza. El área fue la orilla. A Torres le dieron pero también hay un arte en quejarse. Se la banca, no hay caso. Con barro, en cancha chica y con tapones número 13. Medio país en el tobillo del botija cuando tuvo que salir sustituido.

De la línea del medio fue quedando una estela parecida a la de una babosa en la pared. La ropa se fue ensuciando como la de un guri en el patio, sobre todo en el medio del patio. Agustín Álvarez Martínez desató aplausos frente a la tele en casas y comercios. Fue suplantado faltando diez como en un homenaje olvidable.

Para el fin de la jornada laboral, Progreso se quedó sin fuerzas. El equipo de Maxi Viera no encontró cabida. Peñarol presentó otro temple. Un gol de Progreso hubiese sido un postre tardío, pero ni eso. Se fue con todo el espesor de la sal a lamentarse en una carpa improvisada junto al alambrado. Peñarol volvió a casa como para seguir en el ruido. Casi todos pensamos en el invierno ésta tarde.

Detalles

Estadio: Parque Abraham Paladino

Árbitros: Daniel Fedorczuck, Santiago Fernández, Marcelo Alonso

Progreso (0): Rafael Sánchez; Danilo Asconeguy (63’ Alex Silva), Martín Marta, Matías Gallardo, Mauricio Loffreda; Alex Silva (58’ Anthony Sosa), Esteban González (84’ Joaquín Gottesman), Gonzalo Andrada (82’ Rodrigo Vidal), Rodrigo Viega; Fabricio Fernández, Facundo Peraza (63’ Nahuel Roldán) Entrenador: Maxi Viera

Peñarol (2): Kevin Dawson; Gary Kagelmacher, Fabricio Formiliano, Maxi Pereira, Joaquín Piquerez; Kriztian Vadocz, Walter Gargano (70’ Jesús Trindade), Facundo Torres (70’ Ezequiel Mechoso), Giovanni González (82’ Juan Manuel Acosta); David Terans (92’ Christian Rodríguez), Agustín Álvarez Martínez (82’ Matías Britos) Entrenador: Mauricio Larriera

Goles: 48’ Gary Kagelmacher (P), 59’ Agustín Álvarez Martínez (P)