Cuando desde estas páginas el año pasado empezamos a denominar a la posible reanudación de la Libertadores -en la primera ola de la pandemia- como la Copa Vectores de América, lo hacíamos con una mezcla de ironía y pertinencia para la situación; con sorpresa, incredulidad y algo de rabia contenida.

Nunca imaginábamos que, como sucedió hace unos días en medio del descontrol y la muerte, veríamos con sorpresa, incredulidad y rabia contenida que Montevideo sería presentada de forma casi festiva, y graciosa, con el supuesto beneficio de ser sede de las finales continentales del año en que la covid-19 tronchó miles de vidas.

Aquella copa, la del miedo inicial, la del virus metiéndose con ferocidad por casi toda América, se jugó, hubo decenas de casos positivos, protocolos que no pudieron ser efectivos o que fallaron, pero finalmente terminó con la final jugándose en Río de Janeiro entre dos equipos paulistas. Desde el 12 de marzo del 2020, fecha en que se jugaron los últimos partidos coperos sin covid-19, hasta esa jornada final del 30 de enero del 2021, los partidos se jugaron sin público, como una forma de igualar las medidas y políticas de estado de cada país en relación a la epidemia, y todos fueron televisados generando la idea de que aquellos miles de deportistas que semana tras semana se entrecruzaban en aeropuertos, ciudades, hoteles y estadios de una veintena de ciudades de sur a norte de Sudamérica, nos estaban dando entretenimiento y esperanza al resto de los mortales. En realidad, por si no queda claro, se estaba cumpliendo con los contratos comerciales por los cuales la Conmebol ya había cobrado el resto de los 93 partidos que aún quedaban por jugarse cuando apareció el sars cov-2 por estas tierras.

El día después

“Llegará el día en que los riesgos se reducirán y será posible reanudar actividades hoy paralizadas. Desde la Conmebol queremos estar preparados para ese momento. Por ello, un equipo de expertos especialmente convocados por nuestra institución elaboró un protocolo para los entrenamientos, viajes y competiciones, así como un manual operativo de llegadas y salidas de vuelos de delegaciones de fútbol a los aeropuertos civiles y/o militares que serán utilizados”, anunció Alejandro Domínguez, apareciendo como presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol, en un hecho sin precedentes durante el traspaso del mando en el Mercosur. Fue a instancias de su correligionario del Partido Colorado de Paraguay, el presidente Mario Abdo, hijo de quien por 15 años fuese secretario privado del sangriento dictador paraguayo, Alfredo Stroessner.

Alejandro Domínguez, apareció en aquella instancia máxima del Mercosur desde Asunción, donde estaba junto a Abdo, hablándoles a Luis Lacalle Pou, Jair Bolsonaro, Alberto Fernández y también Sebastián Piñera, presidente chileno, y Jeanine Áñez, en ese entonces investida por las fuerzas golpistas de Bolivia como presidenta -que participaban como estados asociados del Mercosur-, y expuso cómo su organización seguiría adelante con sus competencias.

El año después

Este año, ya con la segunda ola en muchos países y una devastadora primera ola de contagios en Uruguay y Paraguay, la Conmebol decidió organizar -también para cumplir con todos los compromisos comerciales ya pactados- las copas Libertadores y la Sudamericana a calendarios completos, lo que en este último mes y medio ha representado seis semanas de fuerte intercambio entre 64 delegaciones de hasta 55 personas, de 10 países, y 36 ciudades distintas interactuando con 32 viajes semanales desde el norte de Venezuela al sur de Chile, generando una virtual ingeniería de vectores que ni al doctor Peters en la película 12 Monos se le hubiese ocurrido.

La disputa comenzó con la noticia de que la empresa china Sinovac donaría 50.000 dosis de su vacuna contra la covid-19, gestionadas y obtenidas por el presidente uruguayo Luis Lacalle Pou a pedido de Dominguez. Es que en 40 días el presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol desde hace 5 años, visitó Uruguay dos veces con el salvoconducto de evitar la cuarentena habilitado por el gobierno uruguayo “por razones de necesidad impostergable y de carácter urgente que se entienden justificadas”.

La primera vez coincidió con su amigo personal Pedro Bordaberry, y con Luis Alberto Lacalle, en la inauguración del complejo de Montevideo City Torque, y fue ahí que Lacalle Pou, además de preguntar dónde está la globa y demostrar sus habilidades, empezó la gestión después reforzada por tres camisetas del Barcelona autografiadas por Lionel Messi.

Asado de trabajo

La segunda vez, la del segundo asado, fue el 28 de abril, cuando una comitiva de la Conmebol encabezada por su presidente llegó al aeropuerto de Carrasco para ver la llegada con el contenedor de las 50.000 vacunas donadas por Sinovac, y promover y difundir como corresponde una acción con la que “el fútbol sudamericano estará eternamente agradecido”.

“Siempre lo vamos a llevar en el recuerdo como un hecho histórico, como un hito en el fútbol sudamericano. Es la mejor noticia que puede recibir la familia del fútbol sudamericano, a la que debemos nuestros mejores esfuerzos en la CONMEBOL. Es un paso adelante enorme para vencer a la pandemia de COVID-19, pero no significa de ningún modo que vayamos a bajar la guardia”, decía Domínguez, quien además de nuevamente agradecer a Lacalle Pou y al gobierno uruguayo por conseguir las dosis de Sinovac, aclaró que las vacunas no sustituirían los protocolos ya establecidos, sino que simplemente serían una herramienta más para luchar contra la covid-19.

Fue un mensaje atinado porque hasta ayer solo tres países habían retirado las dosis correspondientes y comenzado su proceso de vacunación: Uruguay, Paraguay y Ecuador.

Con o sin vacunas, los protocolos no están funcionando y los casos de coronavirus se están multiplicando en estos días en delegaciones que están jugando las copas: River Plate de Argentina, tiene 25 casos activos, Nacional suma ocho, Independiente Santa Fe cinco, Caracas tuvo 11 y así en cada plantel.

La envidia es mala consejera

La semana pasada, después de que con sostén de fuentes institucionales se supiese la noticia, la Conmebol confirmó al estadio Centenario, a Montevideo y a Uruguay como sede de las finales únicas de la Copa Libertadores y de la Copa Sudamericana. Ambas serán en noviembre de este año, con una diferencia de dos semanas. El sábado 6 la final de la Sudamericana y el sábado 20 la de la Libertadores.

De manera casi inaceptable e impertinente para el pueblo uruguayo, el presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol anunció a través de las redes sociales que: “con una envidiable situación sanitaria, Uruguay está listo y el Centenario empezará una remodelación para las finales únicas y seguirá con miras a la Copa del Mundo 2030”.

¿Qué es lo envidiable de lo que habla Alejandro Domínguez en un país que camina por el pretil de una meseta en el Aconcagua, que lleva quince días consecutivos siendo el país en el mundo con más muertes en relación a su población? El país al que la Conmebol parece otorgarle como gracia y beneficio unas finales únicas es el de más alto índice por muertos cada millón de habitantes con 14,39 seguido además por Argentina, 10,13; Colombia, 9,73; Paraguay, 9,67; Perú, 9,17, y Brasil, 8,94, y no se están tomando los países de Sudamérica sino de todo el mundo, lo que da una idea de cómo está el continente.

Según la CSF “La buena situación sanitaria proyectada para noviembre en Uruguay, país que planea vacunar a un alto porcentaje de su población en julio, fue determinante para la decisión en un año excepcional”.

Marcelo Fiori, integrante del Grupo Uruguayo Interdisciplinario de Análisis de Datos de covid‑19 consultado por Garra aclaró que “Decir que la situación de hoy es envidiable, es lo contrario a la realidad”.

“Es claro que Uruguay ‒dejando de lado el buen avance en la vacunación‒ tiene los peores números en la región, por lejos”, agregó ante la consulta de qué podía tener de envidiable la situación sanitaria uruguaya en relación a la epidemia, más allá de la esperanza por la acción de la vacunación.

Inyección y vacunas

La fijación del Centenario generó alegría, salutaciones y celebraciones en algunos sectores, en algunas personalidades, que seguramente verán en esa instancia elementos de proyección y superación, así como una fuerte inyección económica.

Estaría bien plantearlo en esos justos términos y que quienes quieran festejar esa situación que otra vez privilegia las decisiones sobre economía por sobre la salud, lo hagan. Lo que no está tan bien es que pretendan que el pueblo futbolero, y tal vez el no futbolero también, se encienda de alegría en medio del avance del virus, y de la muerte, porque habrá una final casi virtual en el estadio Centenario, que sería lo mismo que fuese en el Mané Garrincha de Brasilia, o en el Monumental de Guayaquil, si fuese a puertas cerradas. ¿Y si fuese con público? Cómo estaremos en noviembre los uruguayos para ir a ver al Centenario a dos clubes posiblemente extranjeros.

Hoy en día hemos naturalizado el disparate de 3.000 casos diarios y más de 50 muertes por día ¿podemos proyectar que en cinco meses volveremos a la vieja normalidad para estar en el estadio?

Si lo que haremos los uruguayos, Montevideo y el Centenario, es ser el centro de una fiesta para visitantes, habría que pensar cómo estará la “envidiable” situación sanitaria de esos días para estar recibiendo a decenas de miles de visitantes de otros países afectados más o menos igual que el Uruguay.

De acuerdo a una minuciosa investigación de Mathías Da Silva en nota publicada hace unos días en estas mismas páginas se precisaría de unos 26.000 visitantes que tomando como antecedente lo que sucedió en la única final a un partido que se jugó con público, la de Lima 2019 entre Flamengo y River Plate, se quedasen un promedio de 4.5 noches y gastaran 760 dólares por cabeza, para alcanzar la cifra de 20 millones de dólares que proyectan algunos dirigentes y actores políticos, como si fueran Beto, el personaje que encarna César Troncoso en la película El baño del papa.

¿Es realmente posible que de unos meses para otro, lleguen decenas de miles de personas a Uruguay, sin cuarentena, sin seguridad de inmunidad adquirida y hagan sus macro burbujas mientras los demás miramos en pantalla lo que sucederá en esa fiesta ajena que podía ser en cualquier lugar del mundo?

Aldyr García Schlee, el gaúcho fronterizo que tras la tragedia brasileña de Maracaná, fue quien por concurso le dio nuevos colores a la selección de aquel país, y que además escribió el cuento El día en que el papa fue a Melo, que dio lugar al guion de la película El baño del papa, relató en términos de ficción un acontecimiento real en nuestras tierras.

Ahora solo falta saber si esa idea de la final en el Centenario se termina transformando en realidad y, de ser así, si a los uruguayos nos termina yendo mejor que a Beto Troncoso.