En estos últimos 15 años, los que tiene la diaria, los que tiene de desarrollo el proyecto de “Institucionalización de los procesos de las selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas”, hemos tratado distintos tópicos en relación a la celeste, pero uno incómodo, ingrato e inevitable –el de los cuestionamientos a la tarea y la obra de Óscar Washington Tabárez– ha aparecido de forma cíclica en la transversalidad de nuestras vidas.

Casi siempre con insumos, datos chequeados por la realidad y no cuantificables en títulos mundiales o continentales, hemos tratado de refutar falacias, pero también de acrecentar ideas, opiniones, razonamientos que trasciendan los resultados de un partido, la ubicación detrás del primero en una tabla de campeonato, la comprensible posibilidad de no ser campeón, pero ganar en otras cosas no mensurables en una tabla de posiciones ni en un ranking de campeonatos.

Exitismo a perpetuidad

Vivimos tiempos en que la representación del fútbol como modelo de acción, crecimiento y superación volvió a ser la celeste con el modelo virtuoso de Tabárez, con su correlato exitoso en las canchas, pero fundamentalmente fuera de ellas.

Sin embargo, los códigos de utilitarismo y exitismo a perpetuidad sólo se alimentan con victorias y no con caminos. Entonces, el generador de un trabajo aplicado, pensado, disfrutado, de años de continuidad, estableciendo claros signos de qué es lo que podemos hacer para ser competitivos y sanos, pasa a ser una porquería que poco menos termina en un exagerado e inaplicable juicio sumarísimo in aeternum, por un partido, por la elección de un futbolista o de un sistema táctico, por una pelota en el palo o una pifia.

Después de 15 años de trabajo ininterrumpidos, con una idea meta, un montón de logros por el camino y otras tantas recompensas invisibles e intangibles, “la selección de Tabárez” ya es una entidad por sí misma, un modelo, una cuña en la historia que parecía transformarse en viga fundacional. Pero el sistema, que es y no es parte del fútbol, el brazo del poder travestido en inocentes o banales líneas de opinión, no deja de bombardear las acciones de la selección, simplemente cotejando resultados y prestaciones, entre las reales –en este caso, dos empates con escasa formulación de juego y pocos aciertos ofensivos– y las que imaginan, creen o en algunos casos promueven, a sabiendas de estar incurriendo en falacias con lo que podría ser si...

Hoy, 174 partidos después, tres mundiales, cinco copas América y decenas de futbolistas promovidos y absolutamente comprometidos y consustanciados con el proceso de selección y su propia formación con la celeste, los dueños de la opinión pública, a través de sus cámaras, micrófonos, suplementos y citas en las redes sociales, siguen cuestionando una línea de trabajo y acción que no tiene antecedentes en nuestra historia, ni siquiera en las páginas escritas por nuestros más grandes héroes futbolísticos, que son muchas y repetidas.

“La formación del futbolista” a través de un concepto de formación integral que influya positivamente en todos los aspectos que hacen al bienestar y al crecimiento total del individuo, a los que se le agrega la circunstancia de sus relaciones con el espectro futbolístico, nunca entran en consideración en estas discusiones y son apenas temas residuales o punto de partida de visiones invertidas.

Los doctores de las redes

El hincha, el periodista, el dirigente, el futbolista, el técnico. A lo largo de los años todos han tenido una definición de su ser, más o menos acotada a lo que una ficta descripción de tareas y funciones daría de estos roles. En algún momento, la opinión, la posición y la crítica de periodistas o sectores periodísticos han puesto en cuestión la idoneidad de algunos deportistas. Esto encontraba rápida retroalimentación en los sectores públicos, hinchas y demás, y parecía que acorralaba a decisores a tomar medidas. Desde el afianzamiento de la revolución digital y los enormes desarrollos de los medios sociales, los temas, las denostaciones, las promociones de jugadores o técnicos, el gusto o el disgusto por sus estilos de juego, las valoraciones por sus compromisos con el club ya no precisan el enorme envión de la prensa y el fogoneo es liso y directo por Twitter, por Instagram, por Facebook y, cuando podíamos ir a las canchas, finalmente por las voces de la tribuna.

Hay que parar con los doctores del fútbol por Twitter, con las tribunas virtuales sumariando deportistas, con la naturalización del resultadismo y sobre todo, parar la subversión de valores de los roles que cada uno de nosotros ocupamos en torno al fútbol.

¿Ustedes saben cómo era esto?

Después del Mundial de México 70 las selecciones ya no pudieron hacerse con jugadores sólo del Campeonato Uruguayo y empezaron las experiencias de los repatriados. Primó el concepto de que en la selección juegan los mejores de acá al momento de una competencia o “hay que aprovechar el momento de tal”, y entonces no había un núcleo básico por decantación de calidad y experiencias, al que se sumaban incidentalmente algunos nuevos valores. Eso permitía y remitía a la consideración de centenas de futbolistas citados por la opinión pública. Funcionaba a veces, pero otras tantas veces no, y angustiaba no tener un encuadre permanente, una promoción de nuevos futbolistas que se iban acercando a los mejores. Pero no, hoy me resulta inexplicable entender por qué quieren terminar con este estilo y proceso de trabajo que ha sistematizado mucho más que un patrón de juego, que un estilo de formación, que redunda en una celeste robustecida por sus futbolistas y muy metida en el entramado de nuestro pueblo.

Haciendo el mediocampo con trols mixtos

Es una maniobra burda, antigua y siempre vinculada a los peores tiempos. Sembrar cizaña, decir cualquiera, encontrar una boca de salida que lo legitime: “Está en Instagram, lo vi en Twitter, lo dijeron en la radio, apareció en el diario, lo vi en la página digital de…”. Y después dejarla correr. Hay miles de historias de estas, pero el modus operandi es el mismo, ya sea para quedarse con una ínfima porción de poder o para cercenar de la peor manera una línea de pensamiento.

No es preciso revisar a Carlos Vaz Ferreira para advertir que al partir del análisis de confusiones dadas en razonamientos concretos, esto es, en errores de falsa oposición, falsa precisión, falsa sistematización, falacias verbo-ideológicas, se generan bolas de nieve que no deberían pasar por nuestro filtro, pero sin embargo pasan, y los rebotes los encuentran en sus mayores cajas de resonancia.

Hoy prenderemos la tele, escucharemos la radio y asistiremos a un episodio más, en algunos casos como si fuésemos los desesperanzados seguidores de Truman, en The Truman Show, y nada podremos hacer, aunque seguro que tenemos ideas de lo que sí se debería hacer para que el fútbol uruguayo todo adopte el camino que lleva la celeste. Las recompensas serían para todos y no para unos pocos.