“¿Cuál es tu sueño?” es la pregunta que se les hace a los deportistas de diversas disciplinas. “Quiero llegar a los Juegos Olímpicos”, responden de la primera al último, casi todos amateurs y cuyo sacrificio diario tiene el premio cuando llegan a la máxima cita del deporte mundial. Uruguay no escapa a ello, por más que casi nunca sea algo que se vea redituado desde lo económico o con un resultado deportivo trascendente (es cierto: estamos lejos del superprofesionalismo del mundo).

Una historia dentro de la natación cumple con estas características. Nicole Frank, de 17 años, cuando tenía 16, a finales de 2019, decidió hacer uso de una beca que consiguió por intermedio de la Federación Uruguaya de Natación y se fue, con la valija repleta de ilusiones, a vivir a Estados Unidos, lejos de su familia, de su club –Olimpia– y de sus amistades, pero más cerca de su sueño.

Nada fue fácil: llegar a una institución importante como Azura, en el estado de Florida, vivir en una casa diferente, aprender a madurar antes de tiempo y tener que tomar a la piscina como la gran amiga que le iba permitir concretar aquel viejo anhelo que le había transmitido su abuela Angelika. Ella se había clasificado a la cita de 1940, que casualmente también iba a ser en Tokio, pero esa gran aspiración se vio frustrada al cancelarse la competencia por la Segunda Guerra Mundial.

Nicole nunca desistió de tirarse al agua cada día, recorriendo el camino, persiguiendo una quimera para acercarse a esa meta sabiendo que era posible. Y con una sola cosa en la cabeza: “ser olímpica”.

Nada es fácil

Una olimpíada (tiempo que transcurre entre una edición y otra de los Juegos Olímpicos) generalmente dura cuatro años, pero para la cita japonesa debió extenderse uno más a causa de un hecho inesperado: la crisis sanitaria mundial generada por la covid-19.

“Cuando empezó todo esto del coronavirus, con mi familia decidimos que me quedara en Estados Unidos y siguiera entrenando”, dijo Frank tiempo atrás, mientras pasaba de trabajar vía Zoom a ir volviendo lentamente a la normalidad, lentamente, con el correr de los meses.

“Tengo la suerte de no estar sola”, explicó, y contó: “En la casa donde resido estoy muy bien acompañada, tanto por las compañeras que viven conmigo como por la familia que nos está alojando, que por suerte me quieren y me tratan como una hija más. Además, obviamente, todos los días hablo sin falta con mi familia y amigos de Uruguay”.

Mencionó entonces la frase una vez más, esa que resulta común a todos sus pares: “Clasificarme a los Juegos sería todo un sueño y para eso lucho”.

El 24 de marzo de este año, cuando el mundo comenzó a transitar vías mucho más acostumbradas y el deporte, principalmente fuera de fronteras, comenzó a tomar el protagonismo habitual, ella tuvo su noche esperada. En la final del torneo ISCA International Senior Cup, en Estados Unidos, batió el récord nacional de los 200 metros combinados con una marca de 2 minutos 18 segundos y 24 centésimas, un crono que le aseguró el cupo de universalidad para los Juegos Olímpicos de Tokio.

La noticia se confirmó el 20 de junio, por lo que pasaron días de mucho trabajo para tratar de mantener y mejorar las marcas hasta que llegara la confirmación oficial, con un llamado de su familia. Todo fue alegría, emoción y felicidad.

El sueño se va a cumplir, todo el sacrificio aplicado tuvo su recompense. La ilusión frustrada de la abuela Angelika será cumplida por la nieta, Nicole, aquella niña que se formó en el Olimpia de Colón y que ahora será de las pocas privilegiadas que desfilarán siguiendo el pabellón celeste en la ceremonia inaugural que se celebrará en poco menos de un mes.

Sí, es cierto, lo económico no es parte de la ecuación, no lo es para ninguno de los uruguayos que están clasificados a Tokio. Pero el valor pasa definitivamente por otro lado, más emparentado con el orgullo, la dedicación y el amor por un deporte que tiene en la cita olímpica su máxima competencia. El sueño cumplido, el sacrificio aplicado para lograrlo, levantarse una y mil veces ante cada obstáculo, son motivos de admiración absoluta por ellas y ellos, los olímpicos.