Una deportista transgénero participará de los Juegos Olímpicos por primera vez en la historia. Laurel Hubbard, levantadora de pesas neozelandesa, se convirtió desde su clasificación en una de las protagonistas indiscutibles de la edición que será recordada por un nuevo logro en materia de igualdad. La atleta tiene 43 años y compite desde sus 20, pero recién desde 2012 lo hace en la categoría femenina. A pesar de que no es de las favoritas en su disciplina, su presencia es observada por muchos con preocupación.

El lunes 2 de agosto a las 7.50 de Japón (19.50 del domingo 1º de agosto en Uruguay) se producirá el debut de la deportista neozelandesa en el grupo A de la categoría +87 kilos en halterofilia femenina.

Transgénero y cisgénero

La polémica se instaló tras el anuncio de su participación, a la que varios se opusieron. Quienes lo hicieron plantearon que Hubbard cuenta con una ventaja física injusta, bajo el argumento de que las mujeres trans tienen en promedio más fuerza que las cisgénero (neologismo que define a los individuos cuya identidad de género coincide con su fenotipo sexual, diferenciándolos, por oposición, de los individuos transgénero). Sin embargo, aún es difusa la evidencia respecto a en qué medida esto afecta el desempeño atlético.

Independientemente de las generalidades, lo cierto es que Hubbard mejoró sus resultados luego de su transición y que, tras tantos años de entrenamiento, sus músculos adquirieron una resistencia que no se elimina con la hormonización.

Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), se mantuvo firme ante las críticas y defendió a Hubbard, pero también reconoció que las normas que regulan las participaciones de atletas trans están en pleno proceso de construcción. A pesar de que este es un caso sin precedentes, no es el único. Las limitaciones que presenta el actual sistema binario de categorías poco tienen de novedad.

Antecedentes

Un minuto, 55 segundos y 45 milésimas. Ese tiempo bastó para que cambie la vida de Caster Semenya, la sudafricana que, con sólo 18 años, ganó la prueba de 800 metros en el Campeonato Mundial de Atletismo de 2009, disputado en Berlín. Su marca, que para cualquier atleta sería el augurio de un próspero porvenir, significó para Semenya el principio de una carrera cargada de debates y juicios sobre su cuerpo.

Además de su velocidad, llamaba la atención su complexión musculosa. Tanto, que algunas personas (incluidas sus compañeras de competencia) afirmaban que no era mujer. En medio de rumores y polémicas, la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF) comenzó una investigación sobre su sexo, cuyos resultados nunca publicó. Aunque no se confirmó de forma oficial, la versión más aceptada fue difundida por el medio australiano The Daily Telegraph, en donde se aseguró que, tras una extensa serie de análisis, habían descubierto que Semenya no tenía ni útero ni ovarios, pero sí testículos internos.

Sin desmentir las diferentes versiones ni brindar ninguna información, en 2010 la IAAF anunció que Semenya tendría la posibilidad de competir en la categoría de mujeres. Para hacerlo, debía reducir sus niveles de testosterona mediante una cirugía o medicamentos.

Cuatro años después un caso similar reavivó el debate cuando la Federación de Atletas de India (AFI) suspendió a una de sus deportistas por la misma razón que había sido investigada Semenya. A Dutee Chand, quien también tenía 18 años al momento de su exclusión, se le notificó que no podría participar de los Juegos de la Commonwealth 2014 por un exceso de testosterona. Luego de negarse a medicarse o realizarse una operación quirúrgica, Chand demandó a la federación de su país y a la IAAF ante el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS), que finalmente falló a su favor.

La última disposición del asunto se presentó en 2018, cuando la IAAF modificó el reglamento sobre la elegibilidad de las atletas a las que describe como personas “con diferencias en el desarrollo sexual” y fijó un límite en los niveles de testosterona que una deportista debe tener para competir.

Para contextualizar, conviene saber que generalmente la concentración de esta hormona en mujeres es de 3,08 nanomoles por litro de sangre, mientras que en hombres el promedio es de 10. En la nueva normativa se establece que las atletas pueden tener un máximo de 5 nanomoles por litro, desde por lo menos seis meses antes de la competición. Para quienes superen esa cifra, continúa vigente la posibilidad de apelar a un tratamiento o una intervención.

Aunque son las más populares, estas deportistas no son las únicas que han sufrido la presión de los organismos internacionales. De acuerdo a un estudio citado por The New York Times, en 2012 a cuatro atletas hiperandróginas de entre 18 y 21 años les extirparon sus testículos con el objetivo de disminuir la testosterona. Además, las sometieron a intervenciones que excedían lo relativo al rendimiento deportivo, entre las que se encuentran tratamientos para reducir el tamaño de su clítoris y terapia de reemplazo de estrógenos.

Testosterona

Tanto Semenya como Chand fueron diagnosticadas con hiperandrogenismo. El término hace referencia a la condición mediante la cual mujeres presentan una cantidad de andrógenos inusual en el sexo femenino. Los andrógenos, también conocidos como las hormonas sexuales masculinas, son la testosterona, la androsterona y la androstendiona.

Según lo argumentado por la IAAF, la testosterona beneficia el rendimiento físico porque mejora el crecimiento de la masa muscular. Por lo tanto, cuando una atleta presenta niveles elevados de esta hormona, tiene una ventaja sobre las demás. En su denuncia, Chand, que trabajó con el apoyo de una investigadora especializada en género y deporte, alegó que no corresponde excluir a las deportistas por niveles hormonales naturales, y aún menos obligarlas a someterse a un tratamiento que atente contra esa naturalidad.

Más allá del debate sobre su situación, la atleta también cuestionó el hecho de que estas pruebas y análisis sólo se apliquen en la categoría de mujeres. No sólo los límites hormonales existen únicamente para ellas, además se estipulan alrededor de una única hormona, considerada masculina. Con su caso y el de sus compañeras, Chand expone una profunda carencia en la construcción de las categorías: la femenina existe a partir de la masculina y se transforma en función de ella.