La suspensión de la FIFA a la Federación Rusa de Fútbol no es la primera que la Federación Internacional de Fútbol Asociado impone sobre selecciones promotoras de conflictos bélicos, aunque sí lo es para el caso de una nación animadora de sus torneos, y organizadora además de la última justa ecuménica. La sanción sólo es comparable, por potencialidad futbolística y por haber sido organizador, a la que recibió México en 1988 por haber fraguado documentación de los futbolistas de su selección juvenil y olímpica, por lo que fue sancionado por dos años, lo que le impidió precisamente, cuatro años después de haber organizado su segundo Mundial, jugar en Italia 90. Pero no era por una acción bélica, ni una invasión a otra nación.

Otro país de buena incidencia en el mundo del fútbol europeo de posguerra fue Yugoslavia, que en plena acción bélica, guerra civil, separatista, o independentista, fue separado de la fase final de la Eurocopa que se realizó en Suecia, cuando ya los futbolistas estaban concentrados en suelo sueco, y dos días antes del comienzo del torneo fueron sustituidos por Dinamarca, que finalmente salió campeón. También en esas mismas horas se puso en cuestión la permanencia de los futbolistas de la URSS, porque en esos días había quedado desintegrada la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Finalmente participó como Comunidad de Estados Independientes, y después de eso la FIFA admitió por separado a las naciones que estaban en la URSS, en donde por supuesto estaban Rusia y Ucrania.

Ahora que sabemos que los rusos no jugarán el repechaje, y por tanto no accederán al Mundial de Catar 2022, no podemos dejar de recordar el increíble acontecimiento de otros rusos y ucranianos, que en 1974 no pudieron completar el repechaje para llegar a la fase final de Alemania 74.

En aquel Mundial llegaban a Alemania 16 selecciones. Ocho de ellas serían europeas, Alemania como organizador y los ganadores de cada uno de los siete grupos, pero además se podía sumar por repechaje el segundo del grupo con más participantes, que jugaría contra el ganador de uno de los tres grupos de Sudamerica. La Unión Soviética, con muchos rusos, pero un ucraniano excluyente, el fantástico delantero Oleg Blokhin, que quedará en la historia como el futbolista que más veces vistió la camiseta de la URSS, terminó segunda en el grupo 7, apenas un punto debajo de Yugoslavia, y se preparó para jugar el repechaje.

Estado de sitio

Como Uruguay, Chile empezó en democracia su eliminatoria para Alemania 1974 y terminó consiguiendo en dictadura su pase al Mundial. En todo caso, la mayor diferencia radicaba en el tono de los gobiernos antidemocráticos, dado que acá fue el mismo presidente quien se convirtió en dictador, y en Chile se pasó del primer gobierno socialista de América del Sur a una de las más sangrientas y reaccionarias dictaduras.

Chile estaba en una compleja serie con Perú y Venezuela que no tenía premio directo, sino que debía jugar un repechaje con el ganador del grupo 9 europeo, en el que asomaba Unión Soviética como candidato. Venezuela renunció a participar y el grupo quedó reducido a Chile y Perú, que se ganaron mutuamente de locales 2-0 y debieron ir a un tercer partido en Montevideo el 5 de agosto.

El golpe en Chile, apenas dos meses y pico después de Uruguay con el Plan Cóndor sobrevolando Sudamérica. La roja, la de “¡Chi-chi-chi-le-le-le, viva Chile, mierda!”, la que llegó a Montevideo con los últimos estertores de la democracia y del sueño de la Unión Popular, cuando acá Bordaberry ya había dado el golpe, la misma que llevó a decenas de miles de uruguayos a volcarse por aquel equipo en el que descollaba Carlos Caszelli en la definición ante estadio lleno en el Centenario con Perú el 5 de agosto de 1973, tres meses y algo después, cuando ya era la roja de Pinochet y fue protagonista de una de las farsas más repugnantes, en un estadio que estaba teñido de horror, sangre y muerte.

La clasificación para el repechaje se ganó y se preparó bajo el cobardemente asfixiado gobierno de Salvador Allende, pero el primer partido ante la Unión Soviética por llegar al Mundial fue dos semanas después del cruento golpe de Pinochet, en Moscú, el 26 de setiembre. Tres días antes había muerto Neruda, y obviamente, ni por aquí ni por allá iba a haber muchas noticias de la URSS.

El estupendo periodista y escritor Luis Urrutia O’Nell (Chomsky) cuenta en una crónica titulada “El partido que no vimos” que “No hubo transmisión de radio ni televisión, tampoco fotografías ni se publicitó el encuentro”. El partido se inició a las 21.00. Había cinco grados bajo cero y una sensación térmica de 12 grados bajo cero. “Los jugadores se echaron una crema en la cara, manos y piernas para que no se les partiera la piel”, cuenta Urrutia. El presidente Salvador Allende había dicho que la Unión Soviética era el hermano mayor de Chile, y, para no avalar la dictadura militar, en Moscú no se anunció ni una línea del partido. Los jugadores nunca vieron periodistas, cámaras de televisión, cámaras fotográficas, grabadoras ni libretas de apuntes. Se les avisó de que no habría intercambio de banderines. Cuando el equipo chileno salió a la cancha, hubo silbidos de los 75.000 espectadores. El partido salió 0-0 y, al parecer, el profundo anticomunismo del juez brasileño Armando Marquez jugó un papel importante en el punto conseguido por el equipo dirigido por Luis Alamos. “Los jugadores dicen que, con otro arbitraje, Figueroa habría sido expulsado, porque antes de la media hora sacó de la cancha en camilla al centrodelantero Andriasian. Más tarde, cuando el puntero izquierdo Oleg Blokhin, el mejor 11 de Europa, estaba complicando a Machuca, Figueroa lo cruzó con pelota y lo tiró a la pista de tartán”.

Sin revancha

La revancha debía ser en Chile, en el Estadio Nacional donde desde el mismo día del golpe se había instalado una cárcel sangrienta, un campo de concentración. Miles de ciudadanos, bajo la sospecha de ser de Allende o de la Unión Popular, fueron sometidos a torturas y tratos indignos en el mismo escenario donde se debía jugar el partido. En el capítulo 16 del libro de Urrutia O’Nell Colo Colo 1973, el equipo que retrasó el Golpe, que se titula “El juego fantasma” dice: “De acuerdo con el libro Terrorismo de Estadio. Prisioneros de guerra en un campo de deportes, de Pascale Bonnefoy Miralles, Cesoc (Centro de Estudios Sociales) 2005, el presidente de la Asociación Central de Fútbol, Francisco Fluxá, le propuso a la FIFA jugar el partido en Viña del Mar, idea aceptada por la URSS y autorizada por el general Gustavo Leigh, miembro de la Junta de Gobierno. Sin embargo, poco después Leigh le informaría que por órdenes superiores, el partido se jugaba en el Estadio Nacional, o no se jugaba”.

La URSS había roto relaciones diplomáticas el 22 de setiembre y no iba a jugar en Santiago. El 23 de octubre llegaron a Santiago el secretario general de la FIFA, Helmut Kaeser, y el vicepresidente, el brasileño Abilio D’Almeida, quien serviría como inspector del partido Chile-URSS. En conferencia de prensa ese día, D’Almeida restó importancia a las críticas... La Unión Soviética se negaba a disputar la revancha en un escenario que había sido un campo de torturas de los prisioneros políticos. “Por consideraciones morales, los deportistas soviéticos no podemos jugar en este momento en el estadio de Santiago, salpicado de sangre de patriotas chilenos”, informó el gobierno de Moscú por medio de su agencia oficial de noticias, Tass.

“Entonces, la Junta Militar que encabezaba Augusto Pinochet ordenó desocupar el estadio y los detenidos fueron trasladados a recintos en el norte del país”, sigue el libro de Luis Urrutia. No se iba a jugar. Pero fue peor aún. Fue el 21 de noviembre de 1973. En el Estadio Nacional que aún era la imagen de la opresión y la vergüenza, había 18.500 espectadores, poco más de los 7.000 presos que hasta poco tiempo atrás sufrían el golpe. Por lo menos uno de ellos, Hugo Lepe, mundialista en el 62, había estado preso allí, y estaba viendo a sus colegas ser protagonistas de una farsa promovida por Pinochet.

Reality fiction

La escena fue una de las más patéticas de la historia del fútbol, cuenta Urrutia en su libro. El miércoles 21 de noviembre de 1973, Chile dio inicio al juego en el Estadio Nacional, pero no había adversario. Los jugadores hicieron pases y avanzaron hacia el arco que estaba sin arquero. El capitán, Francisco Valdés, en posición adelantada anotó y conmemoró la victoria frente a sólo 18.548 espectadores. La Unión Soviética había cumplido su promesa de boicotear el partido de vuelta y la selección chilena sacaba pasajes para la Copa del Mundo Alemania Federal 1974.

Por supuesto que aquella patética payasada no era necesaria, ni aún con la excusa/ argumento de que los soviéticos estaban en Mendoza, Argentina, que aún contaba con el gobierno democrático de Juan Domingo Perón.

Después del gol los chilenos jugaron con Santos, que estaba sin Pelé ‒lesionado‒ y perdieron 5-0.

Chile fue al Mundial 74, pero no por ese gol, el más triste del que se tenga recuerdo. Los soviéticos, rusos y ucranianos quedaban fuera sin poder completar el repechaje, tal como sucederá ahora.