Pablo Peluffo se enfermó de a poco por el fútbol. De gurí era chicato, de adolescente se distrajo como todo adolescente, de grande se dio cuenta de que había estado más tiempo fuera que dentro de la cancha, y un amigo, siempre los amigos, lo convidó para pulir esa característica. Empezó a ver fútbol y a estudiarlo. Se dedicó al trabajo social, volvió a quedar el fútbol corriendo por el costado. Después de recibirse entendió que había una herramienta práctica que le estaba faltando y no sabía cuál era. Cuando se quiso acordar estaba haciendo el curso de técnico en un lugar inhóspito de Pando. El actual entrenador comprendió entonces que aquella herramienta que necesitaba era ni más ni menos que el deporte más lindo del mundo. Ese que por momentos había dejado ir, pero al que siempre terminó volviendo.

Trabajó en Gol al Futuro. Defensor, el cuadro del que es hincha, lo contrató como trabajador social, un rol nuevo que algunas pocas instituciones contemplan. Es, además, el propulsor de un proyecto que pone sobre la mesa las cualidades del club de amigos, la cuestión social del fútbol y la importancia de los contextos, la humanidad del futbolista y las presiones por ser o parecer. El proyecto se llama La Escalinata, un club que pisa en mayo los 55 años en las canchas chicas de Montevideo. Ahí encontró asidero para sus pasiones fragmentadas, una línea fina en la que hacer el equilibrio tan necesario entre fútbol y sociedad. Sobre esa forma de ver el mundo y el fútbol, y el mundo del fútbol, Pablo Peluffo habló con Garra.

Pablo Peluffo, en el club La Escalinata en el Complejo Pichincha.

Pablo Peluffo, en el club La Escalinata en el Complejo Pichincha.

Foto: Alessandro Maradei

¿Qué tiene que ver el proyecto La Escalinata con tu propia vivencia futbolera?

Este proyecto tiene mucho que ver con uno. Yo me crie en un barrio que si vos decís hoy el nombre, te genera otras cosas que no son las que a mí me generó la vivencia. Me crie en Punta Carretas, en Gregorio Suárez y Ellauri, y mi socialización fue en la calle. Estábamos todo el día jugando a la pelota en la calle, metiéndonos en casas abandonadas, haciendo casas arriba de los árboles, girando por el barrio. En la cuadra teníamos un equipo y a la vuelta había otro equipo, y así. Y cuando había partidos más importantes, nos citábamos en el Parque Villa Biarritz. Desde que tengo uso de razón es el fútbol, el fútbol, el fútbol. Aunque era muy limitado, es como un amor no correspondido. De los que siempre querés y vas y vas y vas. Soy corto de vista, usaba lentes, entonces en el cuadro del barrio, que era La Escalinata, no podía jugar. Después se fundó otro equipo, y otro, pero yo me sacaba los lentes y no veía nada. Es la historia de la imposibilidad. En el liceo me puse los lentes de contacto, pero el fútbol infantil ya había terminado. A los 14 años, con un amigo de mi viejo de toda la vida en la Liga Universitaria, fundamos Arquitectura Juniors. El tipo nos citaba todos los sábados a hablar de fútbol. De repente éramos 25 tipos hablando de fútbol. No entendíamos nada, pero el tipo era enfermo del Profe De León, de la Naranja Mecánica, de Rinus Michels. Nos decía “¿ustedes saben cuántos minutos tocan la pelota en la cancha?”. Nos hacía pensar, nos daba una especie de diario con los principios. Siempre me quedó eso de que el fútbol es un espacio a explorar, un espacio fascinante y de pasión. Un espacio que no tiene fin. Aunque parece que está todo dado, puede suceder cualquier cosa. Siempre está esa cuota de incertidumbre.

Pablo Peluffo y Pablo Hernández, ayudante técnico, durante la práctica del club La Escalinata en 
el Complejo Pichincha.

Pablo Peluffo y Pablo Hernández, ayudante técnico, durante la práctica del club La Escalinata en el Complejo Pichincha.

Foto: Alessandro Maradei

¿Cómo siguió la vida futbolera de ese chiquilín corto de vista?

En un momento de la adolescencia estaba para la noche, para esas cosas, entonces fui dejando y volviendo. Retomé cerca de los 20, en el mismo equipo, que había seguido funcionando. Pero, claro, había dejado pasar las mejores etapas de la fase sensible. Pasaba más tiempo fuera de la cancha que dentro, pero eso me permitió ver otras cosas. Cerca de los 30, me encantaba entrenar pero no tenía lugar para jugar. El mismo amigo me dijo que lo acompañara en el cuerpo técnico. Él hablaba de mi mirada social. Ahí empecé como autodidacta. Le hacía informes, iba a ver rivales, me empecé a enfermar.

“El fútbol es la herramienta de vinculación con el otro”

¿Cuando estudiaste Trabajo Social estaba el fútbol presente?

Estaba pero como hincha, porque soy hincha de Defensor. Iba a la cancha, pero olvidate de una mirada crítica sobre el tema, o de técnico táctico. Estaba en otro viaje, salía en murga, estudiaba. Lo que me faltaba en la profesión era un enclave de territorio. La profesión me permite ver un montón de cosas, pero si yo quiero intervenir, con jóvenes, con adolescentes y con niños, me faltaba una herramienta práctica. Y el fútbol es “la herramienta”, y se la peleo a cualquiera.Todo lo que estaba pensando y buscándole la vuelta se fue con el fútbol. El fútbol es la herramienta de vinculación con el otro.

“No podía creer que en Uruguay todo el mundo te hablaba de ‘a mí me parece’, ‘yo creo’, no había nadie que de forma certera hubiese sistematizado la información”.

¿Fue ahí que hiciste el curso de entrenador?

Iba a un gimnasio con el Gatito Cuervas, que es el entrenador de goleros de Boston River, me dijo que iba a salir un curso en Pando. Juntamos una barra de cuatro o cinco e íbamos a la Liga de Pando a hacer la Licencia C. El Loco Añón caía a darnos un técnico táctico en un salón que parecía la cantina de “Brindis por Pierrot”. El profe Cáceres nos daba clases, un tipo que había estado en todos lados, y si llovía no se escuchaba nada porque había techo de chapas. Parecía la Facultad pero en ese lugar, era muy bizarro. También teníamos algún profe que era cualquiera. Terminamos cambiándonos a Audef [Asociación Uruguaya de Entrenadores de Fútbol] y ahí hicimos todo el curso. No podía creer que en Uruguay todo el mundo te hablaba de “a mí me parece”, “yo creo”, no había nadie que de forma certera hubiese sistematizado la información. Me enrosqué y presenté un proyecto. Encima había pibes que hacía 20 años que no tocaba un cuaderno. Faltaban métodos de estudio, una articulación, un propedéutico, para ponerlos en caja a todos, para darles herramientas. Ahí salió la propuesta que se llamó “Introducción a los estudios académicos deportivos”, que fue un delirio. Yo decía que no era una clase, que era un espacio. Después presenté otro que fue “Fútbol, cultura y sociedad”. Lo que intentaba decirles a mis compañeros, porque para mí eran compañeros, era que el jugador de fútbol a los 15 años deja todo, y que el mundo académico con el mundo deportivo siempre tuvo esas escisiones, parecen dos mundos aparte.

“Porque te tabularon, como las hormigas: o sos guerrera o sos obrera. Entonces, como sos jugador de fútbol tenés que ser de determinada manera, y el jugador a la vez también se acomoda al entorno”.

¿Por qué es tan necesario ese abordaje?

Me llaman mucho la atención pibes muy inteligentes, o con una capacidad impresionante en cancha, que pasan la raya de cal y esa dimensión parece vedada. Si sos alguien tan creativo, que podés resolver en un espacio tan chico ciertas cosas ¿cómo en tu vida cotidiana no te permitieron avanzar en eso? Porque te tabularon, como las hormigas: o sos guerrera o sos obrera. Entonces, como sos jugador de fútbol tenés que ser de determinada manera, y el jugador a la vez también se acomoda al entorno. Pasa en otros ámbitos también, esa mirada bourdiana. Si te salís del molde, te miran raro, es una lógica que se da en distintos campos. Ser entrenador tiene un gusto obsesionante: estás controlando la incertidumbre, o disminuyéndola según tus herramientas. Si va a llover me armo un techo, ahora están las fotos de calor, los videoanálisis; yo iba a scoutear autodidacta cuando estaba en Arquitectura Juniors, y había jugadores que los conocía de memoria.

“Hoy en día el gurí es sujeto, ya no es un objeto llamado ‘lateral derecho’. Se ha podido humanizar esa mirada del jugador de fútbol, que antes era una cosa que funcionaba. Creo que el programa Gol al Futuro fue un quiebre, y no es menor el contexto Tabárez, que de alguna forma lo permitió”.

¿Cómo es el rol de trabajador social que llevás adelante en Defensor Sporting?

Trabajé durante nueve años en Gol Al Futuro, entonces trabajé en varios clubes, pero siempre mantuve Defensor. En 2018 me contrataron en Defensor Sporting como trabajador social. Ese era mi objetivo, de alguna manera, y es cierto que no pasa en muchos equipos que exista ese rol. Cuando empecé estaba muy sesgado a lo que hacía en Gol al Futuro, que era un acompañamiento educativo. La gran dificultad de los chiquilines era la deserción. También realicé un trabajo en la casita de los jugadores del interior de Defensor, que ahora está mismo en el Franzini. Hemos tenido números interesantes en cuanto a la inclusión educativa, pero también estamos aportando de otros lugares. Hay gurises que en las casas, cuando llueve, el agua les llega hasta la cintura, hay situaciones de desbalance alimenticio, se va construyendo el rol. Está muy tabulado todo en el fútbol, como que primero hay que atender la disfuncionalidad, o al gurí que es díscolo; hoy en día el gurí es sujeto, ya no es un objeto llamado “lateral derecho”. Se ha podido humanizar esa mirada del jugador de fútbol, que antes era una cosa que funcionaba. Creo que el programa Gol al Futuro fue un quiebre, y no es menor el contexto Tabárez, que de alguna forma lo permitió. En otro contexto no sé si se podría haber logrado, el proyecto Tabárez lo habilitó, digamos. En Defensor la idea es seguir esa línea de trabajo, con una mirada más de cuidado.

Práctica del club La Escalinata en el Complejo Pichincha.

Práctica del club La Escalinata en el Complejo Pichincha.

Foto: Alessandro Maradei

¿Cómo surge el proyecto en La Escalinata?

Nació de casualidad. Terminé el curso en 2017, en 2018 habíamos tenido algunas experiencias, y me llamó un conocido de La Escalinata, precisaban un entrenador. Al principio le dije que no podía… Es que en realidad siempre había sido anti fútbol infantil, porque me parecía que el baby fútbol era un espacio de destrucción masiva del niño. Pero me di cuenta de que era un desafío, si no siempre es puro blablá, entonces acepté. Era pre baby la categoría, el penúltimo año antes de salir. Al principio no fue para nada fácil, es un equipo muy competitivo, de los que “tienen que ganar”. Todo aquello de la fase sensible, del aprendizaje, de hablar con los gurises, no estaba. Los gurises querían ganar y los padres también, entonces me posicioné en un ámbito más contextualizado, salí de los libros. La experiencia fue tremenda, en un mes y medio jugábamos ocho o nueve partidos entre un campeonato y otro. Se generó una historia con ese grupo, llegamos a una final de Copa de Campeones y la perdimos por penales. No sabés cómo jugaban esos gurises, veías el trabajo en la cancha. No valía ganar en cualquier circunstancia, era más importante el aprendizaje. Terminamos armando un equipo para la Liga Universitaria. Empezamos en unas ligas que tenían sub 14 y sub 15, los mismos gurises armaron un Instagram y cuando nos quisimos acordar teníamos un plantel de 25, gurises que hoy están en AUF y otros que no sabían lo que era una pelota, que me hacían acordar a mí. Un padre que era herrero nos armó un arco de fútbol once con dos arcos que estaban ahí tirados para poder hacer finalización y al mes vino la pandemia.

Foto del artículo 'Entrevista con Pablo Peluffo, entrenador, orientador del proyecto La Escalinata y trabajador social de Defensor Sporting'

Foto: Alessandro Maradei

¿Qué pasó después del período pandémico?

Lo mantuvimos con Zoom como pudimos. Hablar de 442 era hablar de matemáticas. Ahí nos acompañó Ricardo González. Cuando arrancó todo de nuevo, jugamos y salimos campeones de la Copa de Plata por penales. Ese fue otro envión. Ahí apareció Martín Monroy, futbolista, que me lo encontré trabajando en una librería. Se interesó y empezó a trabajar con nosotros. Después sumamos a Pablo Hernández, mexicano, que había hecho unas prácticas mientras cursaba en Audef. Empezamos a hacer las gestiones para tener la cancha del Montero FC, que estaba bastante abandonada. Hablamos con todo el mundo. El año pasado nos metimos en otro campeonato, en la liga juvenil Colón, que tenía todo el barrio y el arrabal que a los gurises les estaba faltando, porque la vida les transcurre por otros lados, están institucionalizados, y precisaban encontrarse con otros chiquilines de otros barrios, con otros nombres, en otras canchas. Fue una experiencia muy interesante. Creo que al fútbol le falta eso, aunque ha cambiado con respecto a 20 años atrás, le falta el encuentro. Es que el fútbol es bastante jodido: vos estás ahí porque tenés un talento que alguien vio, ahora, el día de mañana esas capacidades no sirven o entienden que hay otro y ya no estás más. Es una lógica rara, porque por un lado te genera identidad, formar parte de un grupo, pero por otro lado estás ahí porque cumplís con determinada función. Esa es la diferencia con el club social, que tiene más que ver con este tipo de propuestas. Nos dimos cuenta de que, salvo el gurí que entra en una estructura AUF, para el otro no hay nada. Imaginate una liga interliceal. La única estructura formal es la Liga Universitaria, pero si vos agarrás el padrón de instituciones de la Liga, 90% son clubes o colegios. Los clubes de amigos son los menos, y cada vez es más difícil. Como que si no pagás no jugás. Ese es un tema para seguir trabajando: en el supuesto país del fútbol, en las edades que se están construyendo las personas, que el gurí se empieza a nuclear con otros, no hay posibilidades.