Actualmente en la Costa de Oro hay varios equipos amateur de fútbol femenino, que disputan campeonatos regionales. También viven allí muchas mujeres que entrenan en distintos equipos de la ciudad, con los que juegan los torneos oficiales de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF).

La zona está colmada de canchas de fútbol 5, en las que a diario se ven grupos de amigas divirtiéndose con la pelota. También suele haber mujeres peloteando en la playa o en plazas, y al verlas algunos nos preguntamos en qué momento jugar al fútbol se volvió una costumbre para las mujeres de la Costa de Oro.

En la década de 1990 los fulbitos amateur de varones eran moneda corriente en esta zona playera, y cuando faltaba algún jugador era frecuente que una vecina mujer se sumara a la disputa. Patricia Gularte es fiel testigo de lo que sucedía en aquel entonces.

Corazonada con forma de pelota

Nos encontramos en Calcagno y Avenida del Parque, en el espacio que supo ser un descampado, ideal para los partidos callejeros. Ahora está el Complejo Luis Suárez, en el que los socios practican natación, gimnasia, hockey y, por supuesto, fútbol, incluyendo el femenino. En ese recinto Gularte pasa sus mañanas y tardes trabajando como administrativa y colándose en partidos de fútbol de cualquier categoría.

La pionera, que a simple vista denota su compromiso con el deporte por su figura fibrosa y atlética, confirma que jugaba al fútbol mixto en Lagomar en la década del 90. “El 8 de marzo de 1995 comenzó un campeonato de fútbol femenino amateur organizado por el exfutbolista uruguayo José Enrique Pelado Peña en la Costa de Oro”, dice. Ella había llegado a la zona desde su Durazno natal con el fin de trabajar, sin imaginar que su destino era dejar su pueblo para convertirse en una de las primeras jugadoras del fútbol femenino uruguayo.

A sus 20 y tantos años, mientras tomaba clases de guitarra, la hermana de su profesor le consultó si le gustaba el fútbol. “Me gusta de alma”, respondió Gularte, porque desde muy temprana edad supo disfrutar del fútbol callejero. Entonces recibió la invitación para jugar en un equipo y abandonó la música para incorporarse al cuadro de Lagomar, por impulso, por seguir sus sueños, como si una corazonada en forma de pelota la hubiese guiado hasta el equipo llamado El Bosque. Así fue que disputó por primera vez un campeonato, recién organizado por Peña.

Un paso más

Un año después, en 1996, se crearon campeonatos amateur en los clubes, con equipos de Montevideo. Ese mismo año se formalizó el fútbol femenino de la AUF, y los conjuntos comenzaron a buscar talentos para disputar el campeonato oficial.

Gularte, que siempre se caracterizó por ser una jugadora dinámica y con mucha velocidad, recibió invitaciones de Cerro, Liverpool y Bella Vista. Se decidió por Cerro, que estaba terminando de formarse. Perteneció al equipo de la villa durante cinco temporadas; allí también jugaban sus amigas.

Con Cerro jugaba los clásicos contra Rampla Juniors de dos, de líbero, aunque normalmente era cinco, tanto en los equipos que integraba como en la selección. “Siempre fui profesional. Creían que era profesora de Educación Física por mi cuerpo; lo que sucedía era que siempre estaba jugando al fútbol, saliendo a correr, relajando los músculos y cuidándome en las comidas”. De esta forma logró ser la más veloz de la cancha en tantas ocasiones. “No te pueden parar con nada”, le solían decir los espectadores.

Foto del artículo 'Patricia Gularte, una de las primeras jugadoras del fútbol femenino uruguayo'

Foto: Natalia Rovira

El esfuerzo que implicaba realizar de forma profesional una actividad amateur se veía reflejado sobre todo en lo económico. “Nos enfrentábamos a muchas dificultades. Cerro sólo nos daba la camiseta y ropa para el campeonato, y nosotras bancábamos todos los viáticos y demás. No había ayuda de ningún tipo, porque estaba comenzando todo, eran los primeros pasos”, alega.

“Jugar al fútbol en esa época implicaba un gran sacrificio económico. Nos costeábamos todo; tanto en los clubes como en la selección, muy rara vez nos dieron dinero para los boletos. Pero siempre nos organizábamos entre nosotras para el traslado y para lo que se necesitara”, agrega.

La celeste como regalo de Navidad

Mientras entrenaba tres veces por semana en Cerro, recibió una de las mejores noticias de su vida. Un 24 de diciembre se enteró de que había sido convocada para formar parte de la primera selección uruguaya femenina de fútbol. “Una amiga, Alicia López, con la que siempre me juntaba para hacer la previa de Nochebuena en el Club Lagomar, me dijo: “Pato, ¿te enteraste?”. “¿De qué?”, le respondí. “Estás en la selección”, me dijo. Yo no lo sabía, y le avisé: “Me estoy enterando por vos. Gracias por el regalo de Papá Noel”, cuenta entre risas orgullosas.

El 26 de diciembre la llamaron para avisarle de que había sido citada para la selección y que debía acudir a las prácticas en la cancha de Bella Vista. “Los nervios estaban, pero éramos todas conocidas, haciendo nuestro deporte favorito. Representar a Uruguay y ponernos la camiseta de nuestro país fue un orgullo, jugarlo en nuestro propio estadio fue tremendo orgullo. Hasta el día de hoy te emocionás”, recuerda.

Entonces comenzó a entrenar de lunes a lunes con la selección, más los tres días que practicaba en Cerro, donde jugaban partidos los domingos.

En la época en que no existía el Whatsapp, y las llamadas telefónicas se realizaban de forma acotada, su familia en Durazno se enteró por los diarios de que jugaba al fútbol y de que estaba en la selección. “Estaban muy contentos, me decían que iba a llegar lejos. Principalmente a mi viejo le generó mucha felicidad que yo llegara a vestir la camiseta de Uruguay y a jugar en el Centenario. Fue un orgullo lograr esa meta, sobre todo por no tener apoyo de nadie, ni cuña, ni teacher, ni representantes”, valora.

Por siempre en la memoria

Las lágrimas bañan el rostro de esta mujer de 52 años, que vivió los mejores momentos de su vida con una pelota de fútbol a los pies, cuando llega el momento de hablar de su primer partido con la camiseta de Uruguay. “Tenemos muchos recuerdos. Nunca me voy a olvidar de que cuando jugamos frente a Canadá en el estadio Centenario fueron mis compañeros de trabajo y me abrieron en la cara una bandera de Lagomar, el equipo donde me formé. Fue muy emocionante”, aclara, como si sus ojos no hubiesen dejado ver ya esa emoción y cómo perdura hasta la actualidad.

De esos “mejores momentos” hay varios en la memoria de Gularte. “Todos fueron muy buenos. Cuando curtís el deporte que amás y con gente buena, personas que están para la misma, es hermoso”, expresa. Sigue recordando: “Cuando nos hicieron un homenaje en el Museo del Fútbol fuimos todas y comenzamos a charlar sobre lo que hacíamos, tanto en la selección como en los equipos. Éramos más una familia que jugadoras de fútbol. Todas nos entendíamos, éramos compañeras, nos llevamos re bien, nos seguimos hablando y viendo”, explica.

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Foto: Natalia Rovira

Luego de defender la camiseta de Cerro y de incorporarse a la selección, cambió al equipo de la villa por Basáñez. Más tarde, compitió un año en la Organización del Fútbol del Interior, en Alas Rojas de Pando, y volvió a Cerro para vivir otro de los mejores momentos con el fútbol: las de la villa se coronaron campeonas en la cancha de Central Español, tras ganarle el clásico a Rampla. Ese fue uno de sus últimos partidos formales, a los 33 años.

Sobre disputar un clásico en esa época rememora: “El clásico era como vestir la camiseta de Peñarol y Nacional. Dentro de la cancha había rivalidad, pero fuera de la cancha todo normal; alguna jodita, pero luego cada una cumplía su rol, terminaba el clásico, felicitaciones y nos vemos. Éramos todas amigas y bastante profesionales”.

Luego se lesionó el hombro, pero eso no le impidió seguir practicando su pasión. Actualmente sigue jugando, “con precaución, porque los huesos no son los mismos que antes, llevan más tiempo de recuperación y cuidado”, dice.

“A quien le apasiona de verdad, le da hasta que las piernas le den”.

Razón de vivir

El fútbol sigue siendo de lo más importante de su vida. Hincha de Nacional de corazón, suele ir a la cancha a alentar a su equipo, así como la alentaban a ella, mientras su trabajo se lo permite. Antes del Complejo Luis Suárez, trabajaba en el Club Lagomar. “Si tengo que entrar a una cancha a chivear no tengo problema, ahora está la colonia y me enrosco con los gurises a jugar al fútbol”, cuenta.

Y no deja de admirar esta actividad. “Es un deporte maravilloso, cada vez más curtido por las mujeres, y ahora es profesional mundialmente: las mujeres están más representadas, juegan más y lo disfrutan al máximo como los varones. Ya cobran, se venden, todo; antes era imposible. Para mí es lo más sagrado”, considera.

Con 52 años, se suma a un partido con amigas cada vez que puede. “Seguiré jugando hasta que las piernas me respondan. A quien le apasiona de verdad, le da hasta que las piernas le den. Tendremos 60, 70 y vamos a entrar con bastón a la cancha a jugar; es mi pasión”, asegura.

Dice que si mira para atrás sólo le quedó una cuenta pendiente: jugar en Europa, aunque es consciente de que no era muy fácil acceder a esa meta en su época de jugadora.

Fútbol y sueños

A las jugadoras de hoy en día les dice que sigan luchando, practicando y aprendiendo, porque tienen la posibilidad de llegar a cumplir las metas y sueños, “sobre todo porque económicamente hoy en día se puede salir adelante, se dan las cosas, aunque a veces se ponga difícil y en Uruguay no sea todo color de rosas”.

Estar en la selección, vestir la camiseta de su país y jugar a estadio lleno, “como en el 97, cuando jugamos el preliminar Uruguay-Argentina para ir a Francia 98, que el estadio estaba de bote a bote, y no lo esperábamos, fue un orgullo tremendo. Ver el estadio así y luego viajar a Buenos Aires, un viaje corto pero hermoso, son mis sueños cumplidos”, finaliza.