La aparición de nuevas cepas del coronavirus, como la británica, la brasileña y la sudafricana, son motivo de preocupación para las autoridades sanitarias de todo el mundo, ya que no se sabe mucho acerca del efecto que pueden tener sobre ellas las vacunas que se están aplicando en la actualidad. Pero estas variantes también son una oportunidad para rastrear el origen del coronavirus. Un claro ejemplo de ello es la detección de la cepa austrohúngara, que, para los expertos en infectología, podría probar que el coronavirus circula entre los seres humanos desde mucho antes de lo que se creía. “Sospechábamos que el virus era anterior a 2019, pero no imaginábamos que pudiera ser anterior a 1919”, explicó un científico europeo, haciendo referencia al año en que el Imperio Austrohúngaro dejó de existir como estado.

En otras partes del mundo también se produjeron descubrimientos similares que podrían abonar esta teoría. En Asia, por ejemplo, fueron detectadas primero una cepa soviética y más adelante una cepa bizantina. También Uruguay tiene sus antecedentes en la materia, como demostró un estudio de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, que detectó la existencia de una cepa cisplatina. “Esto es la comprobación de que en la primera mitad del siglo XIX el coronavirus ya había llegado a Uruguay, seguramente desde lo que hoy conocemos como el departamento de Rivera”, aseguró uno de los responsables del trabajo.