Las señales son más que elocuentes. Emergió del pasado El Eternauta y un apagón sacudió España dejando viejos atrapados en los ascensores y jóvenes con el celular apagado que no se atrevían a cruzar la calle porque no podían ver la ubicación. La gente debió recurrir a la radio a pilas para saber lo que estaba pasando. Lo viejo fue lo único que funcionó. Mucha gente se tuvo que tomar la cerveza caliente y, como si todo esto fuera poco, hace unos días nevó en Cardona.
Es una señal inequívoca de que estamos al borde del colapso de la civilización tal como la conocemos. No sabemos si será una invasión de cascarudos o bichitos de la humedad gigantes o de tatadioses asesinos, pero alguno de esos bichos horribles hará que todo deje de funcionar y, en medio de todo ese relajo apocalíptico, los que tengamos la dicha de sobrevivir deberemos acordarnos de las sabias palabras de aquel personaje encarnado por César Troncoso cuando existía Netflix. Y empezar a familiarizarnos con todo lo único que va a funcionar.
Los ómnibus de Cutcsa con gallegos
Cuando estos ómnibus eléctricos que tienen entradas USB con choferes jóvenes y tatuados, y hasta choferas, queden parados, atravesados en el medio de la calle, y la tarjeta STM no sirva ni para tomar merca, deberemos volver a aquellos viejos y grises ómnibus de Cutcsa con choferes gallegos que insultaban a los otros conductores y con guardas también gallegos que cobraban con voz firme por todo el ómnibus “buletu, buletu” y gritaban “¡un pasitu más al fondu qui hay lugar, coño!”. Y con orgullo les enseñaremos a nuestros hijos que para pedir que te abran la puerta en la parada siguiente hay que chistar con determinación y ahínco para que el gallego escuche.
El primus con el ladrillo arriba
Sin posibilidad de prender ni la estufa a cuarzo ni el aire acondicionado, nuestro hogar se parece al refugio del Palacio Peñarol en el que, mientras tiritamos de frío, estamos haciendo cucharita con un indigente. De modo que no quedará más remedio que recurrir a los métodos de la abuelita allá en el pueblo. Darle bomba al viejo y querido primus a querosén y colocar un ladrillo encima para calentar el cuarto. Y antes de ir a dormir, como en los viejos tiempos, habrá que envolver el ladrillo caliente con un diario para calentar la cama y no quemarnos las patas, porque las bolsas de agua caliente también dejaron de funcionar.
El mimeógrafo
Sin posibilidades de acceder a Montevideo Portal para comprender a ciencia cabal el complejo puterío entre Marcelo Tinelli y Florencia de la V, habrá que volver al formato papel para estar debidamente informado de qué carajo está pasando tanto en el mundo como acá a dos cuadras. Pero las pocas imprentas que quedan están paralizadas y con escarcha, de modo que no habrá más remedio que recurrir al mimeógrafo. Volveremos al Gallito Luis en papel, aunque mimeografiado, tanto para buscar trabajo (que seguramente no habrá, como en 2002) y alquileres de cuartos de pensión compartidos como “masajes especiales”.
La máquina de escribir
No es tan difícil de usar como parece. “Es como un Word antiguo”, dijo un día un niño que observaba una que estaba de adorno en la vidriera de una librería. Pero ahora dejarán de ser adornos vintage para volver a protagonizar la historia del periodismo. Todos los egresados de la FIC van a tener que hacer un posgrado para aprender a poner la tecla que hace escribir con mayúscula y también cómo usar el liquid paper para corregir los errores, ya que esta no tiene Ctrl+Z. Ahí sí van a entender lo que sentía Rodolfo Walsh cuando escribía.
El sun
–No, el sun no entra.
–¿Por? Si es algo viejo.
–Es viejo pero se enchufaba. Y se supone que no hay electricidad.
–Ahhh... tenés razón...
El walkman
Sin celulares ni esos auriculares modernos con los que escuchar música, no quedará más remedio que patear toda la feria de Tristán Narvaja en busca de algún walkman que ande. Y tendremos la posibilidad de explicarles a nuestros hijos cómo rebobinar un casete con una lapicera Bic para ahorrar pilas, como en los 90. Y vamos a tener la oportunidad de vengarnos y humillar a esos guachos de mierda que nos vivieron tratando de viejos chotos porque nunca entendemos bien cómo funcionan las aplicaciones. Eso sí: los viejos casetes de Los Wawancó y Pablo Estramín que antes se encontraban en las volquetas pasarán a valer fortunas.
El timbre
Como se hacía antes, el enamorado que vive en Piedras Blancas y quiere visitar a su percanta en el Barrio de los Judíos (no quiero quedar como antisemita justo ahora, pero se llama así el barrio) tendrá que hacer unas señales de humo avisando que se está cambiando los calzoncillos para ir a visitarla y desear que ella no piense que debe ser alguno que está haciendo un asado allá a lo lejos. Y arrancar chiflando despacito por General Flores –si el 175 no pasaba nunca antes, imaginate ahora– y sin poder avisar por mensaje con el clásico “yendo”. Al llegar a la casa, imposibilitado de mandar un mensaje que diga “estoy”, deberá recurrir al antiguo método de tocar el timbre. Y si este también dejó de funcionar, tirar unas piedritas a la ventana sin romper el vidrio.