En 2018, cuando Xi Jinping introdujo en la Constitución sus “pensamientos sobre el socialismo con características chinas” y la posibilidad de ser elegido de por vida, nadie imaginaba que la preparación del congreso, a realizarse el 16 de octubre, sería mecida por el malestar de la clase media, el destino de Taiwán, y las relaciones con Estados Unidos y Rusia.
“Debemos hacer de la supervivencia nuestro objetivo principal”.1 La alarma del muy poderoso fundador de Huawei, Ren Zhengfei, tuvo el efecto de una minibomba en el círculo comunista chino. Este empresario poco acostumbrado a revelar sus pensamientos apuntaba a su grupo, por supuesto. Pero todo el mundo comprendió que el diagnóstico iba mucho más allá, y es poco común que un dirigente conocido se muestre en público tan pesimista. Sobre todo, en pleno mes de agosto, cuando los altos dirigentes del Partido Comunista Chino (PCCh) se encuentran en cónclave en la estación balnearia de Beidaihe, en plena preparación del XX Congreso.
Un congreso que se presagia fuera de lo normal. Su número redondo, testimonio de la longevidad del partido en el poder, invita a ello. En lo fundamental, marcará una ruptura con la tradición establecida desde la muerte de Mao Zedong, en 1976, al designar por tercera vez al mismo secretario general, Xi Jinping –hasta ahora no se podían ejercer más de dos mandatos–. Además, esta reunión tiene lugar cuando el país debe responder a una serie de desafíos internos (disminución del crecimiento, covid y política de confinamiento total, contaminación) y externos (relaciones degradadas con Estados Unidos y con los vecinos del Mar de China, guerra rusa en Ucrania), sin olvidar las tensiones con Taiwán.
Hubo que esperar hasta el comienzo de setiembre para conocer su fecha: el 16 de octubre, cinco años, día por día, después del XIX Congreso. Se supone que esta precisión de metrónomo debe mostrar a los 96,7 millones de afiliados, a los 2.300 delegados de toda China que convergerán entonces en Pekín, e incluso a los simples ciudadanos, que la dirección aborda esa fecha con serenidad. Es cierto que, si la mayor parte de los posicionamientos y, sobre todo, de la composición del equipo dirigente no estuviera resuelta, la cita hubiera sido retrasada. Porque, al contrario de lo que a menudo se escucha en Occidente, hay un debate en el interior del círculo íntimo comunista. Silencioso, incluso secreto, pero real. Este año, los temas de fricción no escasean –son más numerosos de lo que esperaba el “presidente de todo”, como se denomina a veces a Xi para indicar que nada de lo que es importante se le escapa–.
Entre los puntos de tensión, figuran las cuestiones económicas y sociales. Por supuesto, el balance de su decenio parece totalmente honorable: una media de seis por ciento de crecimiento, aun cuando las tasas de dos cifras ya no son de rigor; una absoluta erradicación de la pobreza, aunque China permanece en el 72º puesto mundial en términos de riqueza por habitante, según el Fondo Monetario Internacional (FMI); la construcción de infraestructuras modernas (ferrocarril, autopistas, aeropuerto) en un país inmenso que los necesitaba de manera imperiosa; un exitoso incremento en la gama de las producciones, a punto tal que, por ejemplo, el valor agregado chino en un iPhone de Apple, que se elevaba al seis por ciento hace veinte años, hoy alcanza más del 25 por ciento.2
No obstante, este caso en sí mismo prueba que la industria permanece dependiente de las tecnologías extranjeras, en particular respecto de los semiconductores de última generación concebidos en Taiwán y del software. La guerra económica estadounidense lanzada por el presidente Donald Trump (2017-2021) y reforzada por su sucesor Joseph Biden, con su cortejo de prohibiciones de importaciones y exportaciones, compromete seriamente el porvenir. Así, a Huawei, en la vanguardia mundial del 5G y de las redes de telecomunicaciones, le cortaron las alas.
Sin embargo, lejos de la imagen transmitida por los medios de comunicación, “Xi Jinping abrió aún más la economía al comercio exterior y a las inversiones”, señala el economista estadounidense David Dollar, con cifras de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) como respaldo. En 2020 –precisó– “China superó a Estados Unidos en la recepción de inversiones extranjeras directas (IED): ingresaron 253.000 millones de dólares contra 211.000 millones. También aumentaron las IED en 2021, en particular en el sector de los servicios y de la alta tecnología”.3 Para los capitalistas, las ganancias sirven de guía, más que la ideología, y un mercado de más de mil millones de consumidores no se rechaza. Esos capitales extranjeros se dirigen hacia las ramas con mayor valor agregado, mientras que las producciones de ensamblaje se deslocalizan hacia Vietnam (como Apple), Malasia o Bangladesh, que “ofrecen” salarios que con claridad son menos elevados.
Pero lo cierto es que la economía patina: en el segundo trimestre de 2022, el crecimiento permaneció estancado (0,2 por ciento) –algo nunca visto en treinta años–. La disminución del comercio mundial y la estrategia de cero covid que paraliza metrópolis y regiones enteras explican, en parte, estas debilidades. Asimismo, la brusca interrupción de la construcción inmobiliaria, que había sido irracional en los últimos decenios y había conducido a una burbuja que el poder quiere hacer estallar con suavidad, sin lograrlo del todo.
Desempleo de jóvenes calificados
Se suman a ello la voluntad de controlar a los gigantes de la economía digital que extendieron sus tentáculos financieros, como Alibaba,4 y las inversiones en infraestructuras públicas que se tornaron ineficaces. Así, las 33 medidas de ayuda fiscal y presupuestaria (más de 500.000 millones de euros) tomadas por el gobierno en abril, y luego en junio, no llegan a encauzar la desaceleración. David Dollar toma el ejemplo representativo de los ferrocarriles: “Las primeras líneas ferroviarias de alta velocidad prestaban servicio a corredores densamente poblados y eran utilizadas de manera amplia; pero las inversiones más recientes extendieron la red a zonas poco pobladas, donde es poco utilizada”. Nadie duda, como él sugiere, de que “más servicios sociales, para los migrantes [gente de campo que viene a trabajar a las ciudades], las personas mayores y la población rural, podrían ser financiados reduciendo esas inversiones inútiles en infraestructura”.5 De hecho, el comentario no es válido solamente para China.
Al fin de cuentas, el desempleo escala peligrosamente, en particular entre los jóvenes calificados: cerca de uno de cada cinco (19,6 por ciento) no encuentra trabajo. Ahora bien, en el país del hijo único, la situación es explosiva. Si el contrato social –promesa de un futuro mejor a cambio del monopolio del PCCh– se ve menoscabado, el futuro estará comprometido. Se entiende que los más altos funcionarios y mandos del partido, que se juegan su destino personal, no sigan de forma unánime las directivas del “presidente de todo”...
El otro tema de preocupación se llama Taiwán. El rechazo a permitir que la isla declare su independencia es casi monolítico en el seno del PCCh y sin dudas en la sociedad. En cambio, la manera de tratar a Taipéi es cuestionada, ya que Xi Jinping no parece, en verdad, ser el más belicoso. Algunos, en particular en los círculos militares, estiman que Pekín debería golpear rápido y fuerte, “antes de que Estados Unidos use a Taiwán para hacerle a China lo que le hicieron a Rusia con Ucrania, una guerra por interposición”, explica un mando del ejército de tierra, hoy reconvertido, que encuentra al presidente demasiado indeciso. Otros, que defienden la misma idea, estiman que el país debe continuar preparándose en el terreno militar.6 Los últimos, aun mucho más discretos, lamentan que el presidente no se mantenga con el “perfil bajo” del difunto Deng Xiaoping y no dé muestras de paciencia. De hecho, tres acontecimientos cambiaron la situación taiwanesa en el transcurso de estos últimos años.
En China, Xi incluyó la unificación del territorio en su vasto proyecto de “rejuvenecimiento” del país. Taiwán es entonces considerada “la pieza faltante”7 que debe regresar al regazo con la mayor rapidez posible. Según la doctrina precedente, el tiempo jugaba a favor de una incorporación considerada ineludible y no había ninguna razón para precipitar el asunto.
En la isla, los habitantes han aprendido las lecciones de la puesta en vereda de Hong Kong. Concluyeron a partir de ello que la fórmula “un país, dos sistemas”, que pretendía asegurar su autonomía democrática, no era más que un eslogan destinado a dorarles la píldora de una centralización a ultranza. Ello, por cierto, permitió que Tsai Ing-wen, con un balance social cuestionado, fuera triunfalmente reelecta como presidenta de Taiwán en enero de 2020. Esto intensificó aún más las aprehensiones de Pekín.
En Estados Unidos, el frenesí antichino y la importancia geoestratégica de la isla impulsan a los dirigentes a salir de la política de reconocimiento “de una sola China”, en vigor desde 1979.8 Un mes después de la visita a Taipéi de la presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Nancy Pelosi, la administración Biden anunció un envío de armas por un monto de 1.100 millones de dólares. El propio presidente declaró que “Estados Unidos defendería a la isla”9 en caso de invasión –lo que se vivió como una incitación a declarar la independencia–. Inmediatamente después, la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, compuesta por representantes demócratas y republicanos, adoptó, el 14 de setiembre, una nueva ley sobre la política respecto de Taiwán (Taiwan Policy Act). Esta conlleva medidas que cuestionan el statu quo, entre ellas, la integración de la isla en tanto “aliado principal extra OTAN” (Organización del Tratado del Atlántico Norte),10 al mismo nivel que Japón, Australia o Corea del Sur, y el otorgamiento de una ayuda militar de 4.500 millones de dólares en cuatro años. Por supuesto, la ley debe ser adoptada en sesión plenaria del Senado, y luego en la Cámara de Representantes, antes de ser promulgada por Biden. Sin embargo, demócratas y republicanos están en sintonía sobre esa cuestión, lo cual intensificó el miedo de los dirigentes chinos respecto de la seguridad. Ahora bien, el miedo nunca es buen consejero.
Todo ello fortalece a Xi en su voluntad de volcarse hacia el mundo no occidental y, en especial, hacia Asia. Si bien no tuvo éxito en contener el poderío militar y estratégico de Washington en la región, logró consolidar allí sus vínculos por medio de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, en inglés), el mayor acuerdo de libre comercio jamás celebrado, con los países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (mejor conocida por su acrónimo en inglés, ASEAN), Australia, Corea del Sur, Japón y Nueva Zelanda. “En 2012, Estados Unidos era el mayor mercado para los productos chinos”, señala David Dollar; en lo sucesivo, fue remplazado por los países de la RCEP. Esta interdependencia económica llevó a la mayor parte de los dirigentes de la ASEAN a negarse a elegir entre Washington y Pekín, a pesar de las presiones de cada bando.
Debates inesperados
China también mueve sus peones hacia Asia Central. En su primera visita al exterior en dos años y medio, el presidente Xi Jinping fue a Kazajistán y luego a Uzbekistán, a la mítica ciudad de Samarcanda, donde se llevaba a cabo, a comienzos de setiembre, la Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS). Esta tiene como particularidad que reúne a las cuatro repúblicas centroasiáticas (Kazajistán, Kirguizistán, Uzbekistán y Tayikistán), a Rusia, China y Pakistán, miembros de pleno derecho, a los cuales se suman los observadores: Azerbaiyán, Armenia, Camboya, Nepal, Sri Lanka, Mongolia, Turquía (miembro de la OTAN), Egipto, Qatar, Arabia Saudita e Irán, quien solicitó su adhesión.
Los dirigentes chinos citan a menudo a este grupo de Shanghái como modelo de su concepción de un nuevo orden internacional, sin dominación occidental, donde países que se enfrentan sobre ciertos temas a veces vitales (India con Pakistán sobre Cachemira, o Irán y Arabia Saudita) pueden trabajar en conjunto sobre otros, o en todo caso dialogar.
La cumbre de setiembre estuvo marcada, principalmente, por la guerra rusa en Ucrania y los encuentros bilaterales entre el presidente ruso, Vladimir Putin, y su par chino, por una parte, y el primer ministro indio, por otra. Pocas cosas se filtraron, tan sólo que el presidente ruso declaró a Xi: “Apreciamos mucho la posición equilibrada de nuestros amigos chinos respecto de la crisis ucraniana [...]. Comprendemos sus dudas y sus inquietudes a propósito de la guerra”.11 No hubo precisiones acerca de las “inquietudes chinas” –la prensa de Pekín se mantuvo silenciosa al respecto–. Se sabe, en cambio, que el premier indio, Narenda Modi, aseguró con claridad que “no es momento para la guerra” y recibió más o menos la misma respuesta: “Conozco sus inquietudes”.
En realidad, la invasión a Ucrania contradice la inviolabilidad de la soberanía nacional a la cual está apegada China. Wang Wenbin, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores chino, recordó, al margen de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, que Pekín “llama a las dos partes al cese el fuego y a negociar”.12 Más aún cuando la guerra perturba los proyectos del presidente Xi de valorización de un mundo multipolar que reconoce el poder del Imperio del Centro. Pekín no desea alienarse por completo de Occidente, ni dejar a Estados Unidos y sus aliados aplastar en los terrenos económico y diplomático a Rusia, que se opone al orden estadounidense. El equilibrio es difícil de mantener.
En todo caso, es discutido con fuerza en las filas del PCCh, donde personalidades de primer plano criticaron de manera abierta las decisiones actuales;13 entre esas figuras disconformes, se contaron Hu Wei, vicepresidente del Centro de Investigación de Políticas Públicas de la Oficina del Consejo de Estado, y Gao Yusheng, diplomático y exembajador en Ucrania, e aun Sun Liping, exprofesor de la Universidad de Tsinghua.
Las críticas no se limitan a las relaciones sino-rusas. Atañen, de forma cada vez más abierta, a todos los aspectos de la vida social. La represión y la censura, que se reforzaron, no son suficientes para acallarlas, como explica Sun Liping en un texto titulado con exquisitez “Por qué los corderos no quieren ser atados”:14 “No quieren necesariamente hacer algo malo [...]. Pero alcanza con ver hasta qué punto un cordero es feliz cuando es soltado, cómo se escapa, y comprenderán hasta qué punto a los corderos no les gusta estar atados”. ¡Queda por saber si los delegados del XX Congreso demostrarán ser buenos pastores!
Martine Bulard, de la redacción de Le Monde diplomatique, París. Traducción: Micaela Houston.
Costigliolo
El mes próximo se cumplen 120 años del nacimiento en Montevideo de José Pedro Costigliolo (1902-1985), precursor del arte no figurativo uruguayo. La sección Temas de este número está ilustrada por dos de sus obras, reflejo de su potencia característica. Las reproducimos por gentileza del Museo Nacional de Artes Visuales, a cuyo acervo pertenecen.
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Jeff Pao, “Huawei’s profits collapse as US sanctions bite”, Asia Times, 27-8-2022. ↩
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Tripp Mickle, “How China has added to its influence over the iPhone”, The New York Times, 6-9-2022. ↩
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David Dollar, “Xi Jinping’s mixed economic record”, China Leadership Monitor, N.º 73, Washington, otoño de 2022. ↩
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Véase Jordan Pouille, “Alibaba debe volar más bajo”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, marzo de 2021. ↩
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David Dollar, “Xi Jinping...”, op. cit. ↩
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David Ownby, “Zhao Yanjing on the war in Ukraine”, Reading the China Dream (www.readingthechinadream.com), setiembre de 2022. ↩
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Véase Tanguy Lepesant, “Taiwán, la pieza faltante del ‘sueño chino’”, Le Monde diplomatique, octubre de 2021. ↩
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Véase Michael Klare, “Washington y Pekín juegan con fuego”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, setiembre de 2022. ↩
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Entrevista en Real Clear Politics, 19-9-2022. ↩
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“The Taiwan Policy Act of 2022”, Senado estadounidense, www.foreign.senate.gov, 14-9-2022. ↩
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Reuters, 15-9-2022. ↩
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China Central Television (CCTV), 21-9-2022. ↩
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Véase Jingdong Yuan y Fei Su, “Between a rock and a very hard place: China’s Ukraine war dilemma”, Global Asia, Vol. 17, N.º 2, Seúl, junio de 2022. ↩
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Citado en David Ownby, “Sun Liping, ‘If sheep don’t like to be tied up, it is not necessarily because they want to do something bad’”, Reading China Dream, 8-9-22. Véase el texto completo en el blog Planète Asie, https://blog.mondediplo.net (en francés). ↩