En los albores del XX Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), que se realizará a mediados de octubre, una sombra planea sobre China: la de las capas medias. Estuvieron en el corazón del gran viraje iniciado en los años 1990 y sigue estando en el centro de los desafíos actuales. Los dos artículos de la sección Temas de este número analizan su desafío, así como la nueva situación de Taiwán, tanto en función de la economía como de las dinámicas de poder al interior del PCCh.
Los cientos de millones de chinos que componen las capas medias de esa sociedad (entre 350 y 700 millones, según los criterios y las estimaciones) se beneficiaron de las reformas de los años 1990, accedieron a la universidad y a trabajos bien remunerados, garantizaron educación y confort a su hijo único y acumularon patrimonio inmobiliario: el 87 por ciento de los matrimonios son propietarios de un departamento y un 20 por ciento tienen varios.1 También se beneficiaron de un consumo desenfrenado pero estandarizado, de un estilo de vida nuevo, pero al precio de una competencia de todos contra todos...
Se supone que desempeñan un papel central en la estrategia económica definida por el PCCh algunos años antes del ascenso al poder de Xi Jinping en 2012: disminuir la participación de las inversiones extranjeras y de las industrias de exportación de productos de bajo valor agregado en la economía, e incrementar las de la demanda interna, la alta tecnología y las finanzas. ¿Quién puede producir crecimiento a través de su consumo y ocupar los empleos sumamente calificados que necesita la economía china si no es la misma clase media?2
También se supone que debe servir de modelo a las clases populares, es decir, a los campesinos. Por ahora, hay una adecuación casi perfecta entre clase media y clase urbana: es la que puede aprovechar las nuevas oportunidades en materia de educación, de empleos y de acumulación patrimonial. No obstante, la única manera de ampliar sus límites es que incorpore a los trabajadores-campesinos (mingong) que se abalanzaron sobre las ciudades para servir de mano de obra al “milagro chino”. Aun así, hay que “civilizar” a esas masas, es decir, en la lógica del poder, iniciarlas en el buen comportamiento, en el buen gusto, en la civilidad. Es la misión que el discurso oficial y el sistema educativo asignan a la clase media.3
También debe dar el buen ejemplo político. Tiene legitimidad cuando protesta, pero siempre que lo haga moderadamente. Se la invita a participar en el proceso continuo de mejora del “sistema legal”, a condición de no cuestionar el sistema político. Se debe comportar entonces de modo a la vez progresista –en favor de la modernización– y conservador –a fin de mantener la estabilidad–.
“Quedarse en cama”
Este sueño de una medianización casi total de la sociedad, omnipresente en todas las consignas oficiales de “pequeña prosperidad” o de “prosperidad común”, choca con las dificultades económicas actuales, con las contradicciones sociales y con la aparición de otros imaginarios. El fenómeno se observa desde inicios de los años 2000, aunque la pandemia lo acentuó.
Así, la nueva economía tarda en prevalecer sobre la antigua. Sobre todo, ya no permite satisfacer los deseos de ascenso social de la población. Las universidades siguen formando un personal que entra a un mercado de trabajo ya saturado. La economía “tradicional” parece alcanzar sus límites. Las deslocalizaciones de las fábricas chinas o extranjeras se multiplican, y la construcción, que apuntalaba la demanda, entró en una crisis de superproducción. Los potenciales futuros miembros de la clase media están desempleados u obligados a aceptar empleos en las plataformas de comercialización o en el sector de los repartos, mal pagos.
Las posiciones sociales se hacen más rígidas: a los recién llegados les cuesta hacerse un lugar, los advenedizos caminan en círculos. Los ingresos no aumentan, pero las cargas sí. Los precios inmobiliarios explotaron desde fines de los años 1990, obligando a los jóvenes a endeudarse o a sus padres a vender un departamento, si pueden, para financiar esa primera compra. Los gastos de escolaridad de los niños se acumulan tanto para pagar la escuela (pero también los cursos extracurriculares, pese a su prohibición) como para poder vivir en barrios que ofrecen buenos establecimientos educativos, lo que encarece otro tanto los proyectos inmobiliarios.
Además, tener la sensación de pertenecer a la clase media –“la gente bien”– supone responder a ciertas normas del buen gusto y del consumo. El “lujo” (en realidad, el lujo a medias) se convirtió en un modo de vida. Hay que comprar cierto tipo de ropa, de muebles, de autos, de teléfonos celulares, vivir en un cierto barrio, ir a comer a ciertos restaurantes, ver ciertos espectáculos y visitar ciertos países, hacer deporte, cuidar la propia salud, y todo eso ocupándose de sus padres, ya mayores...
Hay que contar también los gastos en salud, que aumentaron en estos últimos años, mientras los sistemas de cobertura médica colectiva no asumen sino una proporción cada vez menor. Contratar una opción de salud prepaga se vuelve indispensable. Si los empleados de las grandes empresas y los funcionarios logran salir a flote, no es el caso de los trabajadores independientes o de los pequeños empleadores. Al confinar a millones de individuos y suspender todo desplazamiento, la pandemia puso en jaque la vitalidad de millones de pequeñas y medianas empresas cuyos márgenes ya eran reducidos. Algunos pequeños empleadores ya no pueden pagar los salarios.
Mientras que, desde la apertura de los años 1990, se había instalado la idea de que cada generación continuaría beneficiándose de una situación mejor que la precedente, la creencia en un aumento perpetuo del nivel de vida, o al menos en la reproducción social del estatus, desaparece. Cada cual se siente atrapado dentro de una espiral infernal de gastos y deudas, lo que pone en cuestión toda sensación de seguridad.
El sector inmobiliario lo ilustra a la perfección. Los abuelos y los padres acumularon un capital considerable en ese sector, que representaría el 70 por ciento del conjunto del patrimonio de los hogares.4 No obstante, esa fortuna es ilusoria. Se apoya en un alza continua del precio de los inmuebles nuevos que repercute sobre el del resto de las propiedades y que impide a las jóvenes generaciones acceder a la propiedad, especialmente en las grandes metrópolis. Todos aseguran que hay que detener esa espiral. Esto disminuirá otro tanto la riqueza acumulada de los hogares, que servía para ayudar a los niños, pero también para asegurarse una jubilación que los sistemas públicos ya no garantizan. Sin hablar de las familias que compraron departamentos en cuotas y constatan que tienen que continuar pagando los gastos mientras que la construcción se detiene por falta de medios del lado de los promotores.
Por supuesto, siempre es posible irse a trabajar a ciudades medianas cuyo nivel de vida es más bajo. Pero las perspectivas de carrera y la calidad de las instituciones escolares no es igual de buena. ¿Acaso no equivale a una derrota abandonar la metrópolis, símbolo del éxito y el estatus social?
La clase media no se conforma con expresar su angustia en la esfera privada. La comparte en las redes sociales y a veces lleva adelante acciones colectivas. Es reciente el surgimiento de varios movimientos de opinión que reivindican, todos, una ruptura con las normas y valores del éxito social a toda costa, de competencia permanente y del culto al trabajo. El más famoso, “Quedarse en cama” (Tangping), que evoca el famoso “derecho a la pereza”, preconiza retirarse del juego social, trabajar justo lo necesario para sobrevivir, no casarse, no tener hijos y disfrutar de la vida. Según el célebre sociólogo Sun Liping, aquellos que profesan y, sobre todo, practican dicha ética son los hijos de padres que trabajaron para acumular una riqueza sólida: “quedarse en cama” es un lujo.5 Otros intelectuales ven allí la expresión de un malestar profundo al cual la sociedad y el PCCh deben responder. ¿Por qué comprometerse con una vida llamada “996” –trabajo de 9 de la mañana a 9 de la noche, 6 días por semana– si ya no permite ascender en la escala social? ¿No es momento de romper con ese darwinismo social?
Los prósperos se rebelan
En paralelo, estallan manifestaciones, como sucedió en abril, cuando cinco bancos regionales congelaron las cuentas de 300.000 personas. El dinero parecía haber desaparecido en inversiones azarosas, particularmente, en el sector inmobiliario. Desde el verano, va tomando forma un movimiento de boicot a los reembolsos de los préstamos inmobiliarios. Involucra a 320 programas que están frenados, desde hace varios meses en algunos casos, en un centenar de ciudades.
Lo más curioso en la situación actual no es que se aleje el sueño de la medianización de China, ni que se subleven los “privilegiados del milagro”, sino que el PCCh haya entendido la amplitud del malestar e intente contenerlo. Se preocupa por esa juventud sin conciencia cívica (y nacionalista) que ya no quiere trabajar. Al mismo tiempo, los investigadores están autorizados a criticar la debilidad de las políticas públicas. Según ellos, el gobierno debería financiar mejor las coberturas sociales de salud o las jubilaciones, luchar contra las desigualdades sociales y la ultra riqueza, bajar los gastos de escolaridad y del sector inmobiliario, hacer menos competitivos los exámenes, obligar a las empresas a hostigar menos a sus empleados y a favorecer la cooperación en detrimento de la lucha de todos contra todos. Es manifiesto que algunos dirigentes comunistas desean tales reformas.
Así, cuando las autoridades de Henan quisieron frenar las protestas de los ahorristas engañados por los bancos, deteniendo a algunos y anulando el pase sanitario de 1.300 personas a fin de impedirles ir a las manifestaciones, el gobierno tomó rápidamente medidas de apaciguamiento.6 Se decretó una indemnización, los responsables de los bancos fueron detenidos y los que anularon los pases sanitarios, sancionados. Para frenar este tipo de movimiento, se adoptaron medidas que permitieran a las autoridades locales endeudarse y relanzar el sector inmobiliario y las obras suspendidas.
Es cierto que la cuestión de la “clase media” no se va a inscribir tal cual en la agenda del Congreso. Pero estará presente en todos los espíritus y será abordada en todos los debates. Cualesquiera sean los desafíos del desarrollo económico, la lucha contra las desigualdades, la “prosperidad común”, la estabilidad social, los “prósperos”, están en el centro de las preocupaciones del poder. Las autoridades locales instrumentalizan algunas veces sus problemas dentro de las relaciones de fuerza con el gobierno central. Se supone que tienen que prevenir semejantes movimientos, pero actúan también sobre la ansiedad de los responsables nacionales frente a posibles desbordes para obligar a Pekín a indemnizar a la “gente de bien”.
Estos documentos no anuncian ninguna revolución en ciernes o una desestabilización inminente del régimen. No hay ningún signo de cuestionamiento radical del control del PCCh en nombre de otra construcción política. ¿Acaso el contrato social actual –una China poderosa y próspera a cambio de mantener el partido único– estaría mejor garantizado por alguna forma de democracia de mercado? Podemos dudarlo: los movimientos de opinión y de protesta que reflejan la angustia de la clase media apuntan más a la sociedad capitalista que al régimen. Sin embargo, la “gente de bien” espera que se la consuele, y esa será también una de las tareas del Congreso.
Jean Louis Rocca, sociólogo, autor de Class and the Chinese Communist Party. A Hundred Years of Social Change, Routledge, Londres, 2022. Traducción: Pablo Rodríguez.
Rastreo y seguimiento: el miedo a estar en rojo
En China es imposible poner un pie en las calles sin la autorización previa de las autoridades políticas. Es cierto que aquel papel de la época maoísta, que había que tener sellado de manera correcta, ha desaparecido. La modernidad obliga y se sustituye por un código QR que debe estar coloreado de verde. Un smartphone y aplicación obligatorios para todos, que hay que tener disponible en todo momento. Que el pequeño dibujo del entramado de puntos del QR se vuelva rojo –después de haber cambiado a gris o amarillo como señal de advertencia– implica el confinamiento asegurado. La mayoría de las veces en un centro especial, como ocurrió durante la primavera boreal en Shanghái.
El lunes 13 de junio, varios cientos de chinos de repente vieron cómo su precioso “ábrete sésamo” se volvía rojo, a pesar de las pruebas de covid negativas realizadas unas horas o días antes. Muchos creyeron que se trataba de un error informático, hasta que el boca a boca y las redes sociales dieron una explicación diferente: todos iban a cuatro pequeños bancos rurales en la provincia de Henan. Viviendo en ciudades cercanas en Zhengzhou, la capital provincial, la mayoría de ellos había tomado ómnibus, automóviles o motocicletas para retirar efectivo de sus cuentas.
Desde mediados de abril, de hecho, estos bancos al borde de la quiebra rechazan cualquier retiro en línea: tienes que ir allí. En complicidad con los potentados locales, estos financieros de pies pequeños habían decidido silenciar a los ahorristas, inmovilizándolos. Los depósitos están garantizados hasta 500.000 yuanes (72.500 euros), mucho más de lo que tiene un campesino en Henan, que luego tiene derecho a reclamar todos los fondos colocados en su cuenta. Suficiente para alertar a las autoridades financieras centrales. Ante la protesta, los líderes provinciales tuvieron que dar marcha atrás y aceptar una comisión de investigación. Incluso el muy oficial Global Times le dedicó un artículo, sermoneando a los irresponsables que desviaron los códigos QR de su objetivo principal: garantizar la salud de todos contra la pandemia de covid-19 (1).
Así, durante una protesta de varios cientos de ahorristas exigiendo su arresto en Zhengzhou el 10 de julio, los líderes locales volvieron a los métodos tradicionales: movilizaron a una banda de matones para golpear a los manifestantes “bajo la mirada de policías uniformados” (2).
Unas semanas antes, también en Henan, todos los propietarios de apartamentos inacabados de un gran complejo inmobiliario, que habían firmado una petición para protestar ante el municipio, vieron que su código QR tomaba el fatídico color rojo. El pulpo del control está tan extendido que, en el caso de los pequeños bancos rurales, se han visto afectadas tanto las personas que buscaban en internet cómo llegar a Zhengzhou, como los chinos de Pekín o Hunan (centro del país) que probablemente sólo estaban participando en discusiones sobre el tema en las redes sociales (3). Esta vez, el poder ha retrocedido. Tan formateados como están, los ciudadanos chinos no pueden moverse sin pasar del rastreo de salud al seguimiento político.
Martine Bulard.
(1) “Henan authorities to investigated suspect abuse of health code system”, Global Times, Pekín, 17-6-2022.
(2) Minxin Pei, “La bomba de la deuda de China parece lista para explotar”, Nikkei Asia, Tokio, 17-7-2022.
(3) Zhang Zhulin, “En China, el código QR de salud secuestrado para controlar mejor los movimientos de los habitantes?”, Courrier international, París, 16-6-2022.
-
William Clark, Huang Youqjin y Yi Diachun, “Can millenials access homeownership in urban China?”, Journal of Housing and the Built environement, Springer, Berlín, enero de 2019, y “Multiple home ownership in Chinese cities: An institutional perspective”, Cities, Vol.97, Elsevier, Ámsterdam, febrero de 2020. ↩
-
Véase The making of the Chinese Middle Class. Small Prosperity and Great Expectations, Palgrave MacMillan, Londres, 2017. ↩
-
Véase “The middle class in reforming China: The dream of classless society”, en Marc Blecher, David SG Goodman, Yingjie Guo, Jean-Louis Rocca y Beibei Tang, Class and the Communist Party of China, 1978-2021, Routledge, Londres, 2022. ↩
-
Dong Dengxin, “Houses account for about 70 pct of Chinese households’ assets, putting pressure on consumption stimulation”, Global Times, Pekín, 29-4-2020. ↩
-
Sun Liping, “Tangping nunca se produce en la parte baja de la sociedad” (en chino), Weibo, 13-6-2021. ↩
-
Véase Martine Bulard, “La peur du rouge”, Le Monde diplomatique, París, agosto de 2022. ↩