El pub británico ha jugado por mucho tiempo el rol de la plaza del pueblo, aunque ahora las nuevas generaciones están cada vez más inclinadas a beber en sus casas o guaridas mientras se emborrachan de series de televisión. La política actual abreva en una larga historia de relaciones con el alcohol, ya sea con su abuso o con su abstinencia.

Apenas dos meses después del confinamiento de la población británica [por la pandemia de covid], el jefe de gabinete del entonces primer ministro Boris Johnson invitaba a más de 100 colaboradores a una fiesta en el jardín de Downing Street 10. “Traigan su botella”, precisaba el mail de invitación. Inició entonces una serie de festejos secretos que, entre 2020 y 2021, se sucedieron en la residencia oficial y en Whitehall [calle donde se encuentran varios ministerios] mientras que la población permanecía encerrada en sus casas.

El escándalo estalló en la prensa a comienzos del año 2022. En mayo, la Policía de Londres les puso 126 multas a los fiesteros, entre los cuales, en primer lugar, al jefe de gobierno y a su ministro de Economía. Las revelaciones sobre aquello que los medios de comunicación bautizaron como partygate [escándalo de las fiestas] proyectaron la imagen de una grosera petulancia que no sorprendió a los observadores: burlas a agentes de seguridad por haber objetado los ágapes ilegales; personal de limpieza lavando manchas de vino tinto de las paredes; colaboradores ministeriales borrachos como una cuba peleándose entre sí y dejando la oficina a las cuatro de la mañana tras haber tenido el cuidado de esconder sus botellas.

La función sagrada del alcohol como factor de vínculo social apareció de forma precoz en la carrera de Johnson. A semejanza de su predecesor David Cameron, a la cabeza del gobierno de 2010 a 2016, Johnson condimentó sus estudios en Oxford con su entusiasta pertenencia al Bullingdon Club, una fraternidad de estudiantes unida por los mismos gustos por las cenas distinguidas, las borracheras y el vandalismo, cuyo presupuesto servía en parte para pagar los daños causados por sus miembros. En un documental de 2013, Johnson, entrevistado sobre sus extravagancias, expresaba la esperanza de que “la bendita esponja de la amnesia [haya] borrado la cuenta pendiente”.1

Además de fluidificar la circulación de los chismes en el Parlamento y en los medios de comunicación, el alcohol también sirve de accesorio en las apariciones públicas. En el transcurso de su campaña pro-Brexit, el diputado Nigel Farage se dio el gusto de levantar un chop de cerveza para encarnar “al hombre del pueblo”, antes de comenzar el programa Talking Pints (“La cerveza tiene la palabra”). Tal imagen puede resultar provechosa en un país que durante mucho tiempo asimiló sociabilidad con bebidas alcohólicas y donde el pub juega el rol de la plaza del pueblo. En Gales, los dueños de tabernas demostraron su poder político en 2021 al prohibirle la entrada al primer ministro galés, Mark Drakeford, a más de un centenar de establecimientos, en respuesta a las medidas restrictivas que les fueron impuestas durante la pandemia.

En todas partes el alcohol juega el rol de lubricante de los engranajes de esta maquinaria chirriante que es la sociedad. En una ciudad británica, los ríos de bebidas marcan el ritmo de la semana en torno a los viernes y sábados a la noche, a la “previa” (bebidas que se toman en privado antes de salir) y a los concursos de borracheras, con un codo apoyado en las mesas altas de los pubs (el “consumo vertical”, conceptualizado en los años 1990, es conocido por acentuar la sed), seguidos por la resaca del día siguiente, que requiere una jornada de descanso.

Para los testigos extranjeros de estas manifestaciones, la cultura británica de la borrachera a menudo se fusiona con la del vómito, una forma de exorcismo que busca extirpar del cuerpo los restos de la diversión. El gobierno español recientemente decidió poner un techo de seis drinks [tragos] por día a los turistas en las islas Baleares. Junto a la embajada británica, prepara una campaña de prevención contra el exceso de alcohol.

Números y matices

Sería sin embargo erróneo presentar a la cultura de la sed británica como una práctica uniforme y generalizada: el cuatro por ciento de la población consume cerca de un tercio del alcohol en venta. El escocés bebe más que el inglés, el norte más que el sur. En Inglaterra, el volumen de alcohol consumido por los hogares es proporcional a sus ingresos.2 Los barrios más pobres tienen el mayor número de “no bebedores”, pero también los peores daños causados por el consumo excesivo. Los millennials, que llegaron a la veintena en el 2000, toman menos que los baby boomers [nacidos entre 1946 y 1964]. Y los recién llegados de la generación Z alzan aún menos el codo. Pero cuando lo hacen, están más inclinados al binger: más de seis vasos estándar (el equivalente a tres centilitros de alcohol fuerte, diez centilitros de vino y veinticinco centilitros de cerveza) para una mujer y ocho vasos para un hombre en el transcurso de la misma noche.3 En su origen, el verbo binge designaba la acción de sumergir un barco que se acababa de construir para que las tablas se hincharan e impidieran las filtraciones.

Desde los años 70, veintiocho mil pubs cerraron, a medida que la unidad social de consumo se desplazó de la comunidad a la familia y a los amigos en la intimidad del hogar (o de otro espacio privado, particularmente en el caso de las fiestas raves en los años 1980). Este cambio refleja una evolución de la idea que cada uno se hace de la sociedad. En 2011, según el ministro de Salud británico, tomar alcohol en un lugar privado en vez de hacerlo en un establecimiento con licencia ya no era considerado problemático.4 Con menor posibilidad de ser considerado “turbulento, enfermo o violento en el espacio público”, el aficionado a las bebidas prefiere recluirse con sus allegados en un refugio utilizado para “relajarse, eligiendo por sí mismo la manera apropiada de hacerlo y comportándose como anfitrión haciendo sentir a gusto a sus invitados”. En el consumo total de alcohol, la parte de la cerveza –que se toma menos en las casas– disminuyó, pasando de 71 por ciento en 1970 al 49 por ciento en 2000, mientras que la del vino pasó de diez a 26 por ciento en el transcurso del mismo período.5 A partir de 1996, el significado de la palabra binge se extendió al fenómeno de mirar series televisivas de forma incontrolada, práctica que necesariamente se hace en el domicilio. Tras el cierre de las tabernas durante la pandemia, la comunidad de los bebedores se atomizó aún más y el consumo de los grandes bebedores también aumentó. Según un estudio realizado en 2020, el entusiasmo por el alcohol bajaba en toda Europa, con la excepción de Reino Unido y de Irlanda.6 Ese mismo año, se contabilizaron 7.423 muertes vinculadas al alcohol en Inglaterra y en Gales, un alza de 20 por ciento respecto del año anterior. Consumir de forma autónoma en un marco “no problemático” no protege de cualquier peligro.

Política y sobriedad

Si bien el mercado de bebidas alcohólicas alimenta fortunas considerables, las campañas de prevención contra el alcoholismo se dirigen más a menudo a las clases populares. A fines del siglo XIX, el Partido Liberal se asoció con la Federación Nacional para la Sobriedad, mientras que el Partido Escocés de Prohibición [del alcohol] se integraba al Partido Comunista de Gran Bretaña. También en el siglo XIX, el componente prohibicionista del movimiento cartista consideraba que una persona que no fuera propietaria de un bien inmueble sólo debía ser autorizada a ejercer su derecho de voto a condición de probar su sentido de la responsabilidad haciendo campaña para la sobriedad. Como la ebriedad pública servía de buen grado como argumento para restringir el derecho de voto, en 1841, el cartista Henry Vincent aconsejaba a la clase obrera: “Olvídense de los bares de gin y demuéstrenle a la aristocracia que son dignos del poder que reclaman”,7 una conminación a la elevación individual y al culto del mérito que hoy por hoy no desapareció (y de la cual encontramos una variante en la tenaz acusación según la cual los millennials serían perfectamente capaces de comprarse una casa si dejaran de llenarse de tostadas con palta, arruinando sus bolsillos. Como observaron Marx y Engels en 1848, los “fanáticos de la sobriedad” se encontraban entre aquellos que buscaban “encontrar un remedio a las anomalías sociales, con el fin de consolidar una sociedad burguesa”.8 En el mismo tenor, el reformador Joseph Rayner Stephens subrayaba en 1872 que la sobriedad era provechosa para los empleadores, no para los empleados. “¿Me va a decir que cuando hombres, mujeres y niños trabajan en una fábrica 12 horas y media por día no son proclives a la tentación a beber una pequeña gota?”.

“No bebo en los bares del Parlamento”, declaraba Theresa May en 2016 al anunciar su candidatura al puesto de primer ministro, lo cual le valió ser considerada rígida y no apta para controlar su bloque de diputados. Cuando Jeremy Corbyn, en ese entonces a la cabeza de la oposición laborista, admitió en 2017 que prefería el jugo de manzana y el agua de coco a las bebidas alcohólicas, le pareció necesario agregar que sabía que su opción era “un poco aguafiestas”. Aunque sus preferencias puedan parecer insulsas, se adecuan a la tendencia general a la sobriedad, contrariamente al Downing Street de Johnson. La misma nueva primera ministra Elizabeth Liz Truss causó un escándalo al organizar una recepción en honor a un donante del partido en un club muy privado, y parece apreciar, como su predecesor, las reuniones secretas y de copas. Pero huir de la realidad con unos tragos se convirtió en un lujo. Mientras que el país se ajusta el cinturón frente a la explosión del costo de vida, más de un británico sobre cuatro declara haber reducido su consumo de alcohol desde finales del año pasado.9 En el preciso momento en que seguramente la población nunca tuvo tanta necesidad de “la bendita esponja de la amnesia”.

Lucie Elven, escritor, autor de The Week Spot, Soft Skull Press, New York, 2021. Traducción: Micaela Houston.


  1. “Boris Johnson admits to ‘embarrassing youth’”, Huffington Post, 15-4-2013. 

  2. Health Survey for England 2019, NHS. 

  3. “Adult drinking habits in Great Britain: 2005 to 2016”, Office for National Statistics (ONS), 3-5-2017. 

  4. “Home drinking in the UK: trends and causes”, Alcohol and Alcoholism, vol. 47, n° 3, Oxford, mayo-junio de 2012. 

  5. Op. cit. 

  6. “Alcohol consumption during the COVID-19 pandemic in Europe: a large-scale cross-sectional study in 21 countries”, Addiction, vol. 116, n° 12, Londres, diciembre de 2021. 

  7. “Teetotal Chartism”, Brian Harrison, History, vol. 58, 1973. 

  8. Manifiesto del Partido Comunista, capítulo 3. 

  9. “Cost of living: what have Britons had to cut back on?”, YouGov, 23-5-2022.