Conocida y muy reconocida por su labor docente y periodística, Graciela Mántaras Loedel, nacida en Melo en 1943, egresada del Instituto de Profesores Artigas (IPA) y licenciada en Letras por la Universidad Complutense de Madrid, fue inspectora de Literatura en enseñanza secundaria. Como crítica literaria integró desde muy joven el staff de Marcha y colaboró, años después, en medios como Opinar, Aquí, Brecha, Cuadernos de Marcha, Casa de las Américas, Plural y Cuadernos Hispanoamericanos. Cuando murió, en 2008, había dejado una novela, escrita en 1993, que nunca llegó a publicar. Su hijo, Gonzalo Eyherabide, a quien está dedicada, resolvió ahora darla a conocer. Para quien haya tratado a Graciela Mántaras es cierto que la novela se le parece: audaz, arriesgada, plagada de referencias literarias, cuenta la historia de algunos de sus antepasados maternos de origen escocés, mezclada con experiencias autobiográficas, reivindicaciones feministas y libertarias, y alusiones a la historia de los últimos años del siglo XX en el Río de la Plata y a los valores que esos acontecimientos pusieron en entredicho.

Pero es además una novela erótica, osada y transgresora en un grado infrecuente en la tradición del género en Uruguay. No parece una casualidad que haya elegido para la protagonista femenina el nombre de Eduarda, que hace pensar en Madame Edwarda, el personaje de la novela de Georges Bataille, en la que el pensador francés indaga en las relaciones entre el erotismo, lo femenino y lo sagrado.

Como señala Ana Inés Larre Borges en el prólogo, Amores prohibidos se inscribe en la tradición de la narrativa latinoamericana de los años sesenta: es abarcadora, ambiciosa y barroca. Porque lo más osado no es sólo el despliegue de erotismo, sino la libertad con que Mántaras mezcla tiempos, espacios, personajes reales y ficticios, recurre a la historia y al mito, y construye un lenguaje recargado, torrencial, lleno de neologismos e invenciones, con formas pronominales arcaizantes que imponen una distancia marcadamente “literaria”.

Tal vez lo más sorprendente es el tono elegido por la narradora, alejado de las connotaciones oscuras y metafísicas de lo erótico y que tiene algo de paródico y de juego. La novela aparece como un mandato de Afrodita, que inspira a la “escriba” para contar la historia erótica de la pareja central –Edward MacLean y Eduarda, los bisabuelos de Mántaras–, e incluye una pintoresca discusión entre Afrodita y el Dios de los cristianos, y un cónclave de “todas las divinidades que en el mundo han sido” sobre los derechos de los seres humanos. Otra peculiaridad de esa manera lúdica es la enorme cantidad de citas, algunas explícitas, la mayoría encubiertas, que el lector irá descubriendo: del Romancero, Garcilaso, San Juan de la Cruz, Rubén Darío, Julio Cortázar, Delmira Agustini, Idea Vilariño, Oliverio Girondo, Jorge Luis Borges, Salvador Puig, Gladys Castelvecchi, José Donoso, Salazar Bondy, Miguel Hernández, entre muchos otros. Y las alusiones a pintores, cuyas obras usa la pareja central en sus encuentros eróticos vividos como representaciones. Apasionada, muy “sesentista”, la novela es antes que nada una reivindicación de la libertad y no es casual que el epígrafe que abre la larga serie de citas iniciales sea el célebre mandato de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”.

Amores prohibidos. Graciela Mántaras Loedel. Tusquets, 2022. 327 páginas. 890 pesos.