Al dar vuelta una página fundamental de la historia italiana –la del antifascismo como cimiento de la sociedad–, la victoria de Giorgia Meloni y la debacle de casi todos sus opositores agudizaron la crisis de la centroizquierda y arrojaron una cruda luz sobre el estado de la izquierda en ese país, que lleva un largo tiempo en desesperada búsqueda de una nueva identidad.

“Si bien los italianos votaron por Giorgia Meloni, esto no significa que deseen el regreso del fascismo, sino que, al contrario, lo consideran imposible”.1 El autor de esta frase, el psicoanalista Massimo Recalcati, cultiva el gusto de la paradoja. Pero no se le puede negar una parte de verdad. El éxito de los Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia) en las elecciones legislativas del 25 de setiembre dio lugar a múltiples (y legítimas) reacciones indignadas y condenas morales, siendo muchos los que están preocupados por el advenimiento del “posfascismo” en el país. En 1994 Silvio Berlusconi ya sumaba a la extrema derecha a su gobierno, con la Alianza Nacional de Gianfranco Fini y la Liga del Norte (en ese entonces regionalista) de Umberto Bossi. Sin embargo, para esa época, la correlación de fuerzas era favorable a la derecha clásica. Hoy la hegemonía cambió de bando. Entretanto, pasaron 20 años de una vida política impregnada de un “berlusconismo” que glorificaba el individualismo y denigraba al colectivo (en nombre de un anticomunismo sin comunismo).

Como quedó en evidencia, el tabú de votar a la extrema derecha ya no existe, pero esto no alcanza para explicar el éxito de Meloni. Porque los Fratelli d’Italia deben su victoria, en primer lugar, a la abstención récord (63,9 por ciento), a su posición de únicos opositores a la coalición gobernante saliente de Mario Draghi (si no contamos los partidos, casi testimoniales, Sinistra Italiana y Verdi per l’Europa, izquierda y ecologistas, respectivamente) y al consecutivo corrimiento de los votos de la Lega y de Forza Italia (Berlusconi) a su favor. El partido de Matteo Salvini (Lega), que pasó de 37 por ciento de los votos en 2018 a 8,1 por ciento en 2022, pagó cara su participación en el gobierno de unión nacional de Draghi. Al final, la derecha y la extrema derecha no ganaron más que pocos votos respecto de las elecciones precedentes, pero Meloni volteó la correlación de fuerzas entre ambas, al ganar 7,3 millones de votos (26 por ciento, contra 4,3 por ciento en 2018).

Ahora los votantes de derecha se sienten autorizados a votar por los Fratelli d’Italia como si se tratara de un partido tradicional. Pero no por ello esto significa que adhieren al “posfascismo”. De hecho, la nueva presidenta del Consejo es consciente de ello: se esmeró, durante la campaña, en practicar el “doppio petto” (literalmente, doble broche, o doble discurso): darles garantías a sus históricos votantes sobre los temas sociales, en los cuales reivindica sus raíces ideológicas; y tranquilizar a sus votantes de derecha afirmando su apego a la democracia, su apoyo a Ucrania y su adhesión sin fisuras a la doctrina atlantista.

Desde la composición de su gobierno hasta su discurso de investidura, pasando por su viaje a Bruselas, los primeros pasos en el poder de Meloni confirman este doble eje estratégico. En el plano socioeconómico y diplomático, todo indica que será decididamente liberal y atlantista. La presidenta del Consejo parece, en efecto, seguir las huellas de su predecesor Draghi, con quien multiplicó los contactos tanto durante la campaña como después de su victoria, con el fin de tranquilizar a Bruselas y de asegurar el plan de reactivación europeo de 200.000 millones de euros. Nombró en el Ministerio de Economía y Finanzas a Giancarlo Giorgetti, miembro de la Lega pero europeísta convencido y exministro de Draghi. La elección de Antonio Tajani en Relaciones Exteriores también sirve de garantía ante Bruselas: ex mano derecha de Berlusconi, del que terminó por “independizarse”, el nuevo jefe de la diplomacia es también un convencido atlantista proeuropeo. Durante su primer encuentro con las instancias de Bruselas, el 3 de noviembre, la presidenta del Consejo reafirmó, por otra parte, su apoyo incondicional a Ucrania, su voluntad de respetar los tratados europeos y de controlar los déficits presupuestarios, todo ello sin el mínimo énfasis soberanista. Este alineamiento a la Comisión Europea y su doctrina del rigor no dejará de suscitar algún problema en una parte importante del electorado de Meloni.

Antiderechos

Respecto de los derechos de las mujeres, de los inmigrantes, de las personas LGBT, pero también en materia de justicia, de enseñanza y de seguridad, la historia es diferente. Sobre estos temas, Meloni efectivamente aplicará su tríptico “Dios, Familia, Patria” e impondrá su impronta a sus socios. Así, atribuyó ministerios a personalidades emblemáticas de la extrema derecha, como Galeazzo Bignami, en el pasado fotografiado en camisa negra y brazalete nazi, y en el presente secretario de Estado de Infraestructura. Asimismo, rebautizó cargos simbólicos: el Ministerio de Instrucción también se convirtió en el del “mérito”; la palabra “natalidad” se sumó al ministerio de Familia y Paridad –cuya dirección fue confiada a Eugenia Maria Roccella, quien, tras militar por el derecho al aborto, cambió de bando y declaró, el 25 de agosto en televisión (LA7): “El aborto no es un derecho”.

Y si Meloni se negó a entregarle el Ministerio del Interior a Salvini, sólo fue para confiárselo a Matteo Pientedosi, su exjefe de gabinete, tan vehementemente hostil a la inmigración como el dirigente de la Lega. Ni bien fue nombrado, el nuevo ministro bloqueó el atraque de varios buques humanitarios llenos de candidatos al asilo, refiriéndose a “cargas residuales” para designar a las personas a las que se les prohibió el desembarco. Este asunto, al mismo tiempo que reveló el cinismo de las políticas migratorias europeas, generó una crisis con Francia, que se vio obligada a recibir a los 234 migrantes del Ocean Vicking, el 10 de noviembre, para paliar el rechazo italiano. Sin embargo, impuso medidas inéditas de represalia: además del refuerzo de los controles en las fronteras, París decidió suspender el recibimiento, previsto para el verano de 2023, de 3.500 refugiados que en este momento están en Italia.

Sin embargo, nada ilustra mejor las tentaciones autoritarias del gobierno de Meloni que su primera iniciativa legislativa. Con el pretexto de poner fin a una rave party, presentó un decreto que instituyó un nuevo delito, castigado con una pena que puede alcanzar los seis años de cárcel (lo que autoriza las escuchas telefónicas y la prisión preventiva): “La invasión de terrenos o de edificios (privados o públicos) para reuniones peligrosas para el orden público, la seguridad o la salud pública”. Una definición que puede aplicarse a cualquier ocupación de una fábrica, escuela o universidad. Frente al concierto de protestas, Meloni tuvo que dar marcha atrás, pero justificando el fondo de la iniciativa. La idea podría entonces resurgir.

La crisis de la centroizquierda

Para muchos observadores, al celebrar las nupcias del neoliberalismo y de la extrema derecha, la victoria de Meloni es inédita. Pero también es comparable a la del Movimiento Cinco Estrellas (M5S) y a la de la Liga en 2018: fruto de un voto de protesta, testimonia el rechazo a los partidos tradicionales, alejados de las clases populares e incapaces de volver a darle un sentido a la representación política. Si bien es difícil de cuantificar, este nomadismo electoral, sumado a una abstención cada vez más masiva, ilustra las desilusiones de la población italiana. Porque el éxito de los Fratelli d’Italia debe analizarse en espejo con el fracaso del Partido Democrático (PD), que no logró imponerse como alternativa a Meloni.

Es cierto que, desde un punto de vista cuantitativo, la derrota del PD estuvo contenida –de 22,8 por ciento de los votos en 2018 a 19,1 por ciento en 2022–. Pero, en el plano simbólico y político, el fracaso de los demócratas es estrepitoso. En el sur del país, el PD no ganó ninguna de las bancas atribuidas por el voto mayoritario (la ley electoral italiana destina un tercio de las bancas en la Asamblea al “voto mayoritario” y dos tercios al escrutinio proporcional). En el centro (Toscana, Umbria, Emilia-Romagna), antaño bastiones inquebrantables del Partido Comunista Italiano (PCI), los Fratelli sobrepasaron al PD, que resistió sólo en las grandes ciudades, mereciendo más que nunca su apodo de partido “ZTL” –por las “zonas de tráfico limitado”, esos lugares en los que la circulación de automóviles es limitada, en algunos centros urbanos habitados por poblaciones acomodadas–. En el norte, en Sesto Giovanni, suburbio de Milán que antaño era conocido como el “Stalingrado italiano” y donde los comunistas reinaban como amos absolutos, ganó Isabella Rauti, exmiembro de las Juventudes del Movimiento Social Italiano (MSI, un partido neofascista desaparecido en 1995) actualmente afiliada a los Fratelli d’Italia. Acaba de ser nombrada subsecretaria de Estado para la Defensa.

Enrico Letta, el secretario del PD, paga su rechazo a aliarse con el Movimiento Cinco Estrellas, al que le reprochaba haber contribuido a la caída del gobierno de Draghi. Al cerrarle la puerta a la única coalición que habría estado en condiciones de (mejor) resistir a la extrema derecha, Letta le regaló al M5S la posibilidad de ocupar un lugar a su izquierda, con un programa social más audaz (ingreso ciudadano, salario mínimo, paridad salarial) que le valió un repunte electoral inesperado (15,4 por ciento de los votos, lo que no deja de ser unos 18 puntos menos que los obtenidos en 2018). No obstante, la crisis de la centroizquierda es más antigua y profunda.

El PD, que gobernó durante los 11 últimos años (con excepción de los dos años del gobierno Conte-Salvini), se convirtió en una suerte de garante de las instituciones. Es el partido que apoya a las coaliciones de unión nacional y a los gobiernos llamados “técnicos”, implementando políticas drásticas de austeridad –a imagen del gobierno de Mario Monti en 2011, con su plan de reducción del gasto público de 20.000 millones de euros–. Medidas siempre presentadas como “ineludibles”, “sin alternativa”, “apolíticas”. Sin embargo, como subraya el politólogo Arthur Borriello, “la sustracción de lo político no podría ser en sí misma otra cosa más que una operación política”.2 Desde Romano Prodi, quien impuso la austeridad en 1996 para que Italia cumpliera con los criterios de Maastricht, hasta la coalición dirigida por Draghi, pasando por Matteo Renzi y su “Jobs Act” que desregulaba las condiciones de contratación y de despidos,3 el PD, como la mayor parte de los partidos socialistas europeos, se fundió en el molde del social-liberalismo.

Más interesado por los problemas sociales en el corazón de las preocupaciones de las clases urbanas acomodadas que por las cuestiones de redistribución, de empleo y de solidaridad, el PD fue perdiendo, de manera progresiva, todo contacto con la masa de los trabajadores precarios (o no) y de los desempleados, precisamente cuando las desigualdades aumentan en Italia. Según el Instituto Nacional de Estadísticas (ISTAT), en 2021 el país contaba con 2,9 millones de hogares en situación de pobreza relativa (con un ingreso inferior a la mitad del ingreso medio de la región), a los que se sumaban 1,9 millones de hogares en situación de pobreza absoluta –sin acceso, o con difícil acceso, a una alimentación sana, a un alojamiento decente, a electricidad, educación o agua potable–.

Tras las elecciones, por medio de artículos de opinión y declaraciones, muchos militantes, intelectuales y dirigentes del PD iniciaron una forma de autocrítica cuestionando la función puramente institucional de su partido. El PD “se transformó en un portero dormido que controla y preserva el Palazzo desde su puesto de guardia”, observaba el escritor Stefano Massini,4 en referencia a Pier Paolo Pasolini, que usaba la metáfora del palazzo (“palacio”) para diferenciar los lugares de poder del mundo popular. El propio Letta declaró tras el escrutinio: “Ya no podemos ser la protección civil de la política italiana”. Estas tomas de conciencia tardías indican cuán largo y sembrado de penosas revisiones será el camino por recorrer. El congreso previsto para enero, que corre el riesgo de reducirse a una guerra de sucesión, no bastará.

¿Y la izquierda?

Mientras que el PD permanece dividido sobre la cuestión de las alianzas (con el M5S o con los partidos liberales y centristas de Matteo Renzi y Carlo Calenda), así como sobre la actitud que habría de adoptar en relación con el movimiento pacifista, que reunió a 100.000 personas en Roma el 5 de noviembre, no se vislumbra ninguna alternativa a la izquierda. Durante las últimas elecciones, Sinistra Italiana (la “Izquierda Italiana”, asociada con los Verdi per l’Europa) y la lista Unione Popolare, que reunía a partidos grupusculares –pero que recibió el apoyo de Jean-Luc Mélenchon y Jeremy Corbyn, líderes de la izquierda francesa y del ala izquierdista del laborismo británico–, tuvieron que contentarse con candidaturas testimoniales (3,6 por ciento y 1,2 por ciento, respectivamente). Y, sin embargo, fuera del terreno de la política partidaria, agrupaciones, asociaciones y centros comunitarios se activan sobre las cuestiones sociales y climáticas. Estas últimas estuvieron del todo ausentes de la campaña electoral.

La izquierda italiana nunca se recuperó de la autodisolución del PCI en 1991.5 Sus sucesivos avatares se mostraron incapaces de reconstruir un movimiento combativo. Fundado en 2007 con la esperanza de llevar a cabo la fusión entre excomunistas y exdemocristianos, el PD rápidamente vio a estos últimos prevalecer sobre los primeros –quienes ya habían abandonado su legado mucho antes–. “El PD estuvo en dificultades desde su nacimiento, algunos meses antes de la crisis de las subprimes que iba a conmocionar al orden liberal del mundo –analiza el historiador del pensamiento político Carlo Galli (Il Manifesto, 30 de octubre de 2022)–. A esta crisis la Unión Europea respondió con la austeridad defendida por el PD, [...] un partido inmerso en una bruma neoliberal con una confianza ciega en la globalización. Cuando esta estalló en pedazos, el partido permaneció mudo y no pudo entrar en el movimiento de repolitización de la sociedad”.

Hugues Le Paige, periodista. Traducción: Micaela Houston.


  1. La Repubblica, Roma, 29-9-2022. 

  2. Arthur Borriello, Quand on n’a que l’austérité. Abolition et permanence du politique dans les discours de crise en Italie et en Espagne (2010-2013), Éditions de l’Université de Bruxelles, 2018. 

  3. Andrea Fumagalli “El gran bluff de Matteo Renzi”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, julio de 2016. 

  4. La Repubblica, 28-9-2022. 

  5. Antoine Schwartz, “La extraña desaparición del Partido Comunista Italiano”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, enero de 2022.