Este 14 de diciembre, Antonio (Taco) Larreta cumpliría 100 años. Llegó a vivir 92, en los que protagonizó una de las trayectorias intelectuales más intensas y ricas que ha tenido el país. Fue actor, dramaturgo, traductor, guionista de cine y televisión, novelista, director y crítico de cine y teatro. En El jardín de invierno (2015), su único libro autobiográfico, cuenta la historia de su infancia y no es difícil ver allí las claves de lo que serían luego su vida y su carrera. Miembro de dos acaudaladas familias patricias que fueron perdiendo con el tiempo su fortuna, fue en la casa de Sarandí 528 donde Taco –que recién iría a la escuela después de los once años– llenó su imaginación con las historias de la nutrida biblioteca del hogar, se hizo fanático del cine y del teatro junto con sus padres, y se convirtió en un observador atento y bienhumorado de la serie de personajes curiosos que tuvo por familia. Sólo tenía diez años cuando murió su madre, y esa temprana experiencia lo marcaría.

Autodidacta, se inició como cronista de cine y teatro en El País y en Marcha, y fundó luego Club de Teatro, donde empezó a dirigir. En 1955, en Italia, trabajó como asistente de Giorgio Strehler en el Piccolo Teatro di Milano. Al regreso, fundó el Teatro de la Ciudad de Montevideo (TCM), con China Zorrilla y Enrique Guarnero, que dejó huella en la historia teatral uruguaya y con el que viajaron a París y Madrid. De esos años, de su trabajo en el TCM y en la Comedia Nacional, son legendarias sus puestas en escena de Luigi Pirandello, Federico García Lorca, August Strindberg, Antón Chéjov, Edward Albee, Arthur Miller, Noel Coward y varios más. A fines de los años 1970, en medio de las medidas prontas de seguridad y la represión creciente, su versión para el El Galpón de Fuenteovejuna, de Lope de Vega, fue uno de los espectáculos inolvidables para el público teatral del momento.

La situación política uruguaya lo llevó en 1972 al exilio en Madrid, donde rápidamente se hizo conocer como guionista y escritor. Su prestigio inicial fue obra de la serie televisiva Curro Jiménez, de la que fue creador y principal autor de los guiones, invitado por su amigo Sancho Gracia. La serie lo conectó con importantes directores del momento, y así trabajó como guionista en Los santos inocentes (1984) y La casa de Bernarda Alba (1987) de Mario Camus, Gary Cooper que estás en los cielos (1980) de Pilar Miró, y Las cosas del querer (1989) de Jaime Chávarri, entre otras. Fueron años exitosos, en los que, aunque casi no hizo teatro, se dedicó a escribir. Volavérunt, sobre la muerte de la Duquesa de Alba, ganó en 1980 el premio Planeta e inició su carrera de novelista. Pero se hizo tiempo –como sabemos quienes lo vimos en esos años en España– para ser solidario. Su casa de la calle Mayor fue un centro de encuentro para muchos, pero además, siempre afable y generoso, supo resolver problemas de varios exiliados, uruguayos como él.

A su regreso al país, en 1985, volvió al teatro y consolidó su carrera de escritor con El guante (2002), sobre Blanes y su hijo Nicanor; Ningún Max (2004), que cuenta una broma macabra entre jugadores de bridge; Hola Che (2007), la historia de un vidrioso marchand que tiene una hija presa en Uruguay, y dos cuentos y una obra teatral sobre su admirada Virginia Woolf. De esos años son su obra de teatro Las maravillosas (1998) y el trabajo en el cine como director en Nunca estuve en Viena (1989), y como actor en La memoria de Blas Quadra (2000) de Luis Nieto, y en La ventana (2008) de Carlos Sorín. No le faltaron dificultades económicas, por cierto, pero nunca dejó de trabajar con el mismo entusiasmo de sus primeros años. La historia de la cultura uruguaya no sería la misma sin él.