Hace unos años hizo su aparición en el debate público una palabra desconocida para la mayor parte de la gente: “deflación”, un fenómeno que parecía espantar a los economistas de un lado y otro del Atlántico. Caracterizada por una baja simultánea de los precios y los salarios junto a una caída de la inversión y la actividad tras la crisis de 2007-2008, la recién llegada deflación amenazaba con sumir a la Unión Europea y Estados Unidos en una espiral preocupante. Había que hacer todo lo posible para detenerla, incluso lo que la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) y, sobre todo, el Banco Central Europeo (BCE) –un templo del rigor presupuestario– siempre habían procurado evitar: verter océanos de liquidez sobre la economía mundial con la esperanza de hacer subir los precios. Ahora, sin embargo, nos enfrentamos a la preocupación contraria: una súbita alza de precios que podría desestabilizar a la economía mundial.

En los últimos meses de 2021, en efecto, la prensa dedicó sus titulares a la preocupación que suscitaba el retorno de una inflación considerada demasiado vigorosa. En la mayoría de los países del mundo los índices de precios experimentaron aumentos históricos: en Estados Unidos la inflación anual alcanzó 7 por ciento en 2021, un nivel que no se superaba desde 1982. En la eurozona fue de 5 por ciento, batiendo récords de treinta años en Alemania y España. ¿Cómo explicar un cambio semejante? ¿Ha conseguido el mundo evitar el Caribdis de la deflación solamente para caer en el Escila de la inflación?

La inflación se mide mediante un indicador económico que supuestamente refleja la evolución global de los precios en una moneda, dentro de un territorio y por un período de tiempo determinados (normalmente los últimos doce meses). En la práctica, los institutos nacionales de estadística la estiman mediante un índice de precios al consumidor. Este indicador da cuenta de la evolución de los precios de un conjunto de bienes y servicios de consumo cotidiano (700 para el indicador utilizado por la Oficina de Estadísticas de la Unión Europea, Eurostat): pan, indumentaria, electrodomésticos, peluquería, etc. El objetivo es dar cuenta de la evolución de los precios, así como del poder adquisitivo de la moneda.

El impacto de estas pérdidas de poder adquisitivo no es uniforme en toda la sociedad ni en todos los países. La inflación, por ejemplo, puede beneficiar a los Estados deudores, al reducir el peso de la deuda pública. Cuando los salarios siguen el aumento de los precios –por medio de negociaciones salariales o de un ajuste automático de ingresos–, también se benefician las personas endeudadas a tasas bajas. En Francia, en los años 70, diferentes formas de ajuste salarial han contribuido a proteger a los trabajadores de los efectos de la inflación. Pero cuando el aumento de los salarios o jubilaciones no compensa la caída del poder adquisitivo y aumentan los precios de la energía, el transporte y los alimentos, la inflación se convierte en aquello que François Mitterrand, el presidente francés responsable del desajuste de los salarios en 1982, llamó un “impuesto a los pobres”1. Se trata, entonces, de un fenómeno de redistribución de geometría variable, cuyos efectos se distribuyen en función de los acuerdos institucionales y de las relaciones sociales de poder. Una constante, sin embargo, es que los acreedores y los rentistas la detestan, ya que erosiona el valor de sus ahorros.

Durante las décadas de 1970 y 1980, la inflación fue una de las principales preocupaciones económicas en Estados Unidos. El país se enfrentó a una rápida suba de precios –de dos dígitos en 1974 que se repitió de 1979 a 1981– en un contexto de estancamiento y desempleo. Los economistas neoliberales, que venían preparando sus armas desde el final de la Segunda Guerra Mundial, aprovecharon esta crisis llamada de “estanflación” (estancamiento e inflación) para imponer sus teorías. Hasta entonces, la política económica, de inspiración keynesiana, había tenido como objetivo fundamental garantizar el nivel de actividad económica, aunque ello supusiera generar cierto nivel de inflación. Encabezada por Milton Friedman, la nueva corriente hizo de la lucha contra la inflación una prioridad, incluso cuando esto signifique hundir la economía en una recesión.

Las políticas de la Fed

Un acontecimiento fundacional marcó el advenimiento de esta nueva doctrina: el drástico aumento del tipo de interés básico de la Fed aplicado por su presidente, Paul Volcker, en 1979. El objetivo era poner un freno a la inflación contrayendo la economía estadounidense. En los años posteriores al shock, el índice medio anual de precios al consumidor se desplomó: de 13,6 por ciento a 3,2 por ciento entre 1980 y 1983. Aunque la desinflación fue también producto de condiciones favorables, como la caída del precio del petróleo, para los neoliberales el caso estaba cerrado: el remedio monetarista había demostrado su eficacia a pesar de la avalancha de quiebras, del aumento del desempleo y de la grave recesión...

Una preocupación similar acompañó a la construcción europea y motivó las normas adoptadas en el Tratado de Maastricht, firmado en febrero de 1992: la prohibición de la monetización de los déficits públicos y la independencia del Banco Central Europeo. Se trataba de desterrar ex ante las políticas consideradas inflacionarias e imponer normas explícitas a la gestión monetaria, como el objetivo de una tasa baja de inflación. Garantizar la “estabilidad de los precios” es, de hecho, la principal tarea del BCE. Una constitucionalización de la acción pública que se ajusta plenamente a los principios del ordoliberalismo2.

Esta nueva doctrina de política monetaria abogaba por vigilar la inflación como si se tratara de leche en el fuego. En la práctica, esto se tradujo en una política restrictiva que apunta a elevar la tasa de interés para reducir el crédito y la actividad cuando la economía se encuentra en una situación de sobrecarga, es decir, con una tasa de desempleo inferior al nivel que los monetaristas denominan “natural” (Friedman hablaba de “tasa de desempleo no inflacionaria”). Se trata, nada más y nada menos, del sometimiento de las políticas monetarias y fiscales a las preferencias de rentistas y acreedores.

Sin embargo, como señalamos, la crisis financiera global de 2008 cambió la escena. Además del riesgo de un colapso financiero generalizado, el estallido hizo resurgir un peligro que ya había golpeado a Estados Unidos tras la crisis de 1929: una espiral deflacionista que frene la actividad, un fenómeno que Japón había experimentado durante la “década perdida” de los 90. En aquel país, ante una deflación devastadora para la economía tras una gran crisis, el Banco de Japón no solamente recortó la tasa de interés básica casi a cero, sino que también movilizó otras políticas “no convencionales”, como la compra directa de títulos financieros. Luego de la crisis de 2008, el BCE y la Fed comenzaron a revolver en la misma caja de herramientas. Consiguieron mantener a flote el sistema financiero, pero sin poder sacar las economías europeas y estadounidense de la lowflation, una mezcla de baja inflación y lento crecimiento.

La crisis de la pandemia desafía aun más la doxa monetarista. Salvar la economía tras el confinamiento de una gran parte de la población mundial requiere un gasto considerable y políticas flexibles por parte de las autoridades monetarias. En Estados Unidos, los paquetes de estímulo adoptados por Donald Trump y Joseph Biden, combinados con una política de préstamos y compras sin precedentes por parte de la Fed, alcanzan varios miles de millones de dólares3. Por su parte, el BCE puso en marcha un programa de compra de valores a gran escala para dotar de liquidez a las economías de Europa. A pesar de todos estos esfuerzos, la inflación se estancó en 1,4 por ciento en Estados Unidos a fines de 2020, tras haber alcanzado el mínimo de 0,1 por ciento en otoño; en la eurozona, la deflación se instaló a partir de agosto, especialmente en Alemania. De un lado y otro del Atlántico, los comentaristas y analistas se preocupaban: ¿está a punto de concretarse el peligro deflacionista que viene amenazando desde hace varios años?

Todo cambia

Todo cambia en el curso del 2021. A partir de marzo, la inflación vuelve a aumentar. Pero el fenómeno tan esperado resulta ahora... demasiado fuerte. En una columna publicada en noviembre de 2021, Lawrence Summers, ex secretario del Tesoro de Estados Unidos, advierte que, en lugar de poner fin al episodio deflacionista, la suba de precios señalaría un sobrecalentamiento que podría “hacer metástasis y amenazar la prosperidad y la confianza en las instituciones”4. Olivier Blanchard, ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), sostuvo que el plan Biden, adoptado en marzo de 2021, “podría conducir ya no a un sobrecalentamiento, sino a un incendio”5. En Alemania, el popular tabloide Bild critica la falta de reacción del Banco Central Europeo (BCE) ante la suba de precios y apoda a su presidenta, Christine Lagarde, como la “Sra. Inflación”6.

El plan Biden, adoptado en marzo de 2021, “podría conducir ya no a un sobrecalentamiento, sino a un incendio”.

Las subas de precios son el resultado de “un estímulo fiscal excesivo y de una política monetaria demasiado conciliadora”, argumenta Summers, haciéndose eco del análisis de Friedman: un mayor gasto fiscal, financiado mediante la creación de dinero, estimularía artificialmente la economía. Este fue el comienzo de aquello que Nouriel Roubini, antiguo asesor de la Casa Blanca bajo la presidencia Clinton, describe como un “entorno de stagflation a medio plazo peor que el de la década de 1970”7.

Bajo el fuego de las críticas, el BCE y la Fed relativizan la gravedad del problema. “No hay pruebas de que la inflación esté fuera de control”, afirma Isabel Schanbel, miembro del Comité Ejecutivo del BCE, en declaraciones a la televisión alemana el 29 de noviembre8. Unas semanas antes, el presidente de la Fed, Jerome Powell, calificaba de “transitoria”9 la suba de la inflación.

De hecho, muchos analistas explican que este resurgimiento tiene varias causas circunstanciales y que entran en juego diversos factores ligados a la crisis de la pandemia. En primer lugar, un simple efecto estadístico. En abril de 2020 los precios de algunas materias primas, como el petróleo, se desplomaron a raíz de las medidas de confinamiento adoptadas para combatir la pandemia. Sin embargo, la inflación se calcula sobre una base interanual. A partir de abril de 2021, entonces, la tasa de inflación comenzó a tomar en cuenta los meses en los que el nivel de precios había sido “anormalmente” bajo, tanto en Estados Unidos como en la eurozona. Mecánicamente, este punto de comparación conduce a un indicador “anormalmente” elevado.

La segunda explicación también refiere a la crisis del Covid-19. Se trata de la súbita alza de los precios de la energía –y, en particular, del petróleo– cuando la actividad económica comenzó a recuperarse. Tras haber alcanzado un mínimo histórico en marzo y abril de 2020, el precio del barril volvió a subir gradualmente hasta superar su nivel anterior a la crisis. Entre octubre de 2020 y 2021, el valor del barril se duplicó, hasta superar los 80 dólares. Siendo el petróleo la fuente principal de energía, el fenómeno ha contaminado a toda la economía, haciendo subir los precios de la nafta, el gasoil, el gas natural e incluso el carbón, los plásticos y las materias primas, así como el transporte aéreo y vial. Muchas empresas decidieron trasladar estos nuevos costos a sus clientes.

Se observa un fenómeno similar en otros sectores, como el papel, los materiales de construcción o chips electrónicos. Por un lado, esto se debe a un fuerte aumento de la demanda vinculada a la reapertura gradual de la economía tras un período de confinamiento (casi) global. Por el otro, una oferta debilitada por la crisis sanitaria y las múltiples complicaciones que provocó en el transporte de mercancías: escasez de contenedores, almacenes saturados, congestión portuaria, explosión del precio del transporte marítimo, por no mencionar el bloqueo del Canal de Suez por el carguero Evergreen durante seis días en marzo de 2021. Su consecuencia fue la aparición de cuellos de botella en la entrega de mercancías y la desorganización de las cadenas logísticas globales, agravando los problemas de abastecimiento en un mundo dominado por la gestión “justo a tiempo”. Por último, las sequías y las olas de calor afectaron la producción de productos agrícolas como el trigo y el café, elevando también sus precios.

Optimismo

Sin embargo, no se espera que ninguno de estos fenómenos sea duradero. Las subas de precios se concentraron en un número limitado de bienes y servicios, como explica Alan Blinder, ex vicepresidente de la Fed: autos de segunda mano, viajes en avión y nafta10. Un índice de inflación alternativo, elaborado por el Banco Central de Texas, parece respaldar esta opinión: al excluir los precios más volátiles, la inflación en Estados Unidos en 2021 baja a 3 por ciento, contra 7 por ciento según el índice de precios al consumidor tradicional11. Sin embargo, como consecuencia del aumento del costo de la energía y las materias primas en estos últimos meses, la gama de productos y servicios afectados por las subas de precio podría ampliarse.

A pesar de las cifras récord de inflación de fines de 2021, la mayoría de los comentaristas son optimistas. Para The Economist la inflación “superará los objetivos de los bancos centrales en 2022”, pero “se desacelerará con respecto a 2021 hasta desaparecer como preocupación macroeconómica”12. Esta es también la opinión de los especialistas de la cadena televisiva Bloomberg13. ¿Un signo de los tiempos? La interpretación ortodoxa del resurgimiento de la inflación ha sido incluso motivo de fuertes objeciones en la prensa anglosajona. En una columna publicada en febrero de 2021, el director de la sección de economía de The New York Times criticó a Summers y Blanchard, calificándolos de “alarmistas”. Cuestionaba sus “cansinos estribillos, forjados durante la stagflation de los años 70”14 y sus pretensiones de determinar la suma correcta de gasto público.

En un artículo que anuncia una inminente baja de los precios, The Economist refuta la hipótesis de una aceleración de la inflación planteada por los defensores de la ortodoxia monetarista. Estos últimos invocan el riesgo de una espiral “precio-salario”: la suba de precios impulsa a los trabajadores a exigir aumentos salariales, lo que a su vez lleva a las empresas a aumentar sus precios para mantener sus márgenes de rentabilidad. Pero la realidad de esta dinámica sigue sin ser demostrada, de acuerdo con el semanario liberal15. Desde luego, la crisis del Covid ha afectado el mercado laboral estadounidense. Ha catalizado un movimiento de salida masivo de empleados de sus puestos de trabajo descrito como la “Gran Renuncia”, en particular en los sectores mal pagos y más expuestos al virus, como el gastronómico, la logística o el transporte. La escasez de mano de obra en estos sectores ha facilitado los aumentos salariales, contribuyendo a elevar el salario medio por hora en 5,7 por ciento entre enero de 2021 y enero de 2022. Un indicio de “sobrecalentamiento” para los comentaristas liberales, que sin embargo corresponde a una caída de los salarios medios reales ajustados a la inflación. Nada que sea suficiente para alimentar una fiebre inflacionaria.

Las presiones a la baja sobre precios y salarios provocadas por la globalización y el libre comercio también deberían contribuir a acabar con el fantasma de la espiral inflacionaria por la puja precios-salarios. Estas presiones son el resultado de un doble efecto de pinza: por un lado, la competencia de costos a escala mundial arrastra los salarios a la baja. Por el otro, la afluencia de productos de bajo costo contribuye a bajar los precios en los países desarrollados: la deflación es importada. Todo esto resulta de un régimen de exceso de oferta, una sobreproducción estructural a nivel mundial, que ha hecho bajar los precios y salarios en los últimos años16.

Miami, Estados Unidos, el 24 de febrero de 2022.

Miami, Estados Unidos, el 24 de febrero de 2022.

Foto: Giorgio Viera, AFP

Para Robert Reich, ex secretario de Trabajo de la presidencia Clinton, no son ni los salarios ni el excesivo gasto público lo que explica el nivel elevado de precios. Por el contrario, Reich señala el rol de los gigantes económicos oligopólicos en muchos sectores: agroalimentario, financiero, telecomunicaciones, aviación, farmacéutico, etc. Una situación que les ofrece “suficiente poder para subir los precios e incrementar sus ganancias”17. Y no se han privado de hacerlo. Según The Wall Street Journal, casi dos tercios de las empresas estadounidenses que cotizan en Bolsa registraron mayores ganancias durante los nueve primeros meses de 2021 que durante períodos similares antes de la pandemia18. El periódico estadounidense señala que la suba de los costos de producción provocada por la crisis sanitaria ha supuesto una “oportunidad única” para aumentar los precios e incrementar sus márgenes a expensas de sus clientes. Por lo tanto, abordar las causas estructurales de la inflación supondría “el uso activo de las leyes antimonopolio”, según Reich. Es una opción que podría tomar el gobierno Biden, que lanzó varias investigaciones a fines de 2021 por “prácticas anticompetitivas” en los sectores de la agroindustria, la energía y el transporte marítimo.

En cuanto a la política monetaria, el peso político de los Casandras y sus pronósticos, junto al costo electoral de la prolongación de la inflación, llevó finalmente al presidente de la Fed, Jeroime Powell, a endurecer el tono sobre la inflación. En los últimos meses de 2021 abandonó en particular el término “transitorio” para calificar las subas de precios. “Casi todos los analistas esperan que la inflación descienda significativamente en el segundo semestre del año próximo”, dijo a principios de diciembre frente a una Comisión del Congreso, antes de admitir: “No podemos actuar como si lo supiéramos con seguridad19”.

¿Es la controversia otra ilustración del adagio de que basta con reunir a tres economistas en una sala para obtener cuatro opiniones diferentes? ¿O encubre bajo un discurso técnico oposiciones de carácter político, de esas que no se enfrentan con un razonamiento sino con las relaciones de poder?

La sucesión de crisis severas entre 2007 y 2021 ha agrietado la capa superficial de la ideología liberal dominante. Esta ideología ha tratado de imponer reglas de “buena gestión” en la acción pública, es decir, la primacía de la economía sobre la política. La amenaza del colapso mundial exigía el retorno del principio contrario: la dirección política de la economía. Para los ortodoxos, el resurgimiento de la inflación ofrece la posibilidad de cerrar este paréntesis. Lo paradójico de la situación es que el conflicto se da entre dos fracciones dentro de las clases dominantes y las instituciones que velan por sus intereses. Porque, ¿cuáles son los objetivos de los guardianes más feroces del orden monetario? El BCE y la Fed están insospechados de idolatría marxista y su reciente generosidad en la emisión no revela ningún deseo repentino de revertir el orden monetario, sino la ambición contraria: garantizar la supervivencia del sistema económico y social.

La situación se asemeja a una pinza. Por un lado, a los bancos centrales les llegan las órdenes de contener el peligro inflacionario, motivadas por la ideología o por las preocupaciones electorales, ya que, en vísperas de importantes elecciones en Estados Unidos y Europa, la suba de precios podría alimentar la ira popular. Por otro, está la urgencia de poner en marcha una economía mundial –que se encuentra en estado de colapso– y, en Europa, asegurar la cohesión de un bloque monetario cuyas profundas disfunciones no han desaparecido, aunque por el momento estén ahogadas bajo el torrente de liquidez vertido por el BCE.

Ahora bien, un endurecimiento drástico de la política monetaria contribuiría a una desaceleración de la actividad económica –una opción difícilmente atractiva para los líderes políticos– y podría desencadenar graves tensiones en los mercados financieros, inmobiliarios y de criptomonedas20, que se han visto impulsados por las bajas tasas de interés. Un riesgo que refleja el peligro de otra forma de inflación que queda fuera del radar de los indicadores de precios al consumidor: la inflación financiera, que forma burbujas bursátiles que conducen al enriquecimiento especulativo, la desigualdad y las crisis.

En la eurozona hay otro motivo para la prudencia: el endurecimiento monetario marcaría probablemente el regreso de las tensiones en el mercado de deuda soberana. Las contradicciones que desgarran el orden monetario neoliberal nacido en los años 70 son tales que los remedios aplicados en un punto del sistema agravan las tensiones en otros.

La Fed parece inclinarse ahora hacia una restricción más marcada. Ya ha anunciado recortes en sus programas de compra de bonos del Tesoro, así como varios aumentos de la tasa de interés básica anunciados para 2022. El BCE lleva tiempo defendiendo una vía intermedia, manteniendo la reducción prevista de sus compras de bonos –principalmente de deuda pública– hasta su finalización. Pero a principios de febrero Lagarde ya no descarta la idea de un aumento de la tasa de interés en el plazo de un año, un anuncio suficiente para echar a volar las tasas de la deuda griega e italiana. Dada la fiebre de los mercados, las consecuencias del endurecimiento de la política monetaria de un lado y otro del Atlántico resultan imprevisibles.

Punto uy

Aislada y con la estabilidad de la última década y media, la inflación es una variable a la que el economista uruguayo Mario Bergara le quita “dramatismo”. Ministro de Economía y Finanzas y presidente del Banco Central del Uruguay (BCU) durante parte de los gobiernos del hoy opositor Frente Amplio, Bergara manifestó que en Uruguay la inflación ha sido relativamente estable en los últimos años, máxime si se compara con los porcentajes de “hace medio siglo que eran de dos y tres dígitos”. Muestra de ello es que en 1990 alcanzó un 128 por ciento. En contrapartida, de un tiempo a esta parte ha rondado el ocho por ciento, lo que implica un punto por encima del rango meta. Para Bergara, actual senador, “esta es una tasa relativamente baja que no altera sustancialmente las decisiones económicas”.

Oposición y oficialismo saben que la atención debe estar en la relación entre inflación y poder de compra. “¿Por qué uno quiere menor inflación? Para que haya un mayor poder adquisitivo en los salarios”, expresó la actual ministra de Economía y Finanzas, Azucena Arbeleche (diario El País, 20/2/2022).

A fines de enero, los datos de la evolución salarial al cierre de 2021 mostraban una caída del 1,56 por ciento, puesto que la variación anual del Índice Medio de Salarios fue de 6,28 por ciento mientras que la inflación de todo el año se ubicó en 7,96 por ciento. En 2020, esa caída había sido de 1,52 por ciento, el mayor declive para un año cerrado en los últimos 17 años. Estas disminuciones del salario real implicaron también una caída de las jubilaciones.

El actual presidente del BCU, Diego Labat, se refirió al futuro al plantear que la intención es que el rango meta sea de entre 3 y 6 por ciento (programa radial En perspectiva, 17/2/2022), lo que resulta “preocupante” cuando “los analistas proyectan para dentro de dos años una inflación de 6,6 por ciento”. Para esta mirada el proceso sería así: los analistas marcan sus expectativas y luego trabajadores y empresarios actúan según esas cifras. Bergara, en cambio, plantea que lo que en verdad sucede es que analistas y empresarios anuncian sus expectativas, esos mismos empresarios ajustan los precios acorde a sus proyecciones y finalmente la inflación se acerca más a su proyección que a la de los analistas. Le llama “la profecía autocumplida”.

Sofía Kortysz.

Frédéric Lemaire, economista. Traducción: Emilia Fernández Tasende

Wall Street Journal_, Nueva York, 12-12-21.


  1. François Mitterrand. L’abeille et l’architecte, Odile Jacob, París, 1978. 

  2. Lire François Denord, Rachel Knaebel y Pierre Rimbert, “La Biblia económica alemana”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, agosto de 2015. 

  3. “What did the Fed do in response to the COVID-19 crisis?”, Brookings, Washington, 17-12-21. 

  4. Lawrence Summers, “On inflation, it’s past time for team ‘transitory’ to stand down”, The Washington Post, 15-11-21. 

  5. Twitter, 6-2-21. 

  6. “German tabloid attacks ECB chief Lagarde as ‘Madam Inflation’”, Reuters, Londres, 30-11-21. 

  7. Nouriel Roubini, “La menace de la stagflation est réelle”, Project Syndicate, Praga, 30-8-21. 

  8. “German inflation of 6% adds to pressure on ECB”, The Financial Times, Londres, 29-11-21. 

  9. “Fed sings the ‘transitory’ inflation refrain, unveils bond-buying ‘taper’”, The Wall Street Journal, Nueva York, 29-12-21. 

  10. Alan Blinder, “When it comes to inflation, I’m still on team transitory”, The Wall Street Journal, Nueva York, 29-12-21. 

  11. “Trimmed Mean PCE Inflation Rate”, Reserva Federal de Dallas, 4-1-22. 

  12. “What will happen to inflation in 2022?”, The Economist, 8-11-21. 

  13. “What could possibly go wrong? These are the biggest economic risks for 2022”, Bloomberg, Nueva York, 13-12-21. 

  14. “Inflation isn’t lurking around the corner. This isn’t the 1970s”, The New York Times, 16-2-21. 

  15. “What will happen to inflation in 2022?”, The Economist, op. cit

  16. Dominique Plihon, “La déflation: quels risques? Problèmes économiques”, La Documentation Française, Nº 8 (fuera de serie), París, 2-9-15. 

  17. “We need to talk about the real reason behind US inflation”, The Guardian, Londres, 11-11-21. 

  18. “How do you feel about inflation? The answer will help determine its longevity”, The Wall Street Journal, Nueva York, 14-11-21. 

  19. “How do you feel about inflation? The answer will help determine its longevity”, _The 

  20. Frédéric Lemaire, “Bitcoin, un valor con vicios ocultos”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, febrero de 2022.