El 7 de febrero murió en San Pablo el poeta Alfredo Fressia (1948). “No moriré en Montevideo”, había escrito con melancolía en “Tarjeta postal”, un poema de 1982. Entonces hacía seis años que había dejado el país, destituido por la dictadura militar de su trabajo de profesor de Literatura, y le era difícil imaginar el regreso. Sin embargo, varios años después, en San Pablo, su lugar de exilio, decía en una entrevista: “Tal vez volver para morir en Montevideo sea, en mi caso, una acto de humildad, el aceptar que nunca dejé de vivir entre aquellas calles”. Y es cierto que Alfredo Fressia era el más internacional y también el más militantemente uruguayo de los escritores de su generación. Sus libros circulaban en España, México, Argentina, Perú, Portugal y sus poemas se conocían traducidos al italiano, al francés, al inglés, al portugués, al griego, al rumano y al turco. Tal vez ningún otro poeta uruguayo contemporáneo concitó la atención internacional que recibió Fressia. Y era seguramente el único escritor uruguayo residente fuera de fronteras que seguía publicando en Montevideo, y venía rigurosamente dos veces al año para reunirse con amigos y escritores, especialmente con los jóvenes poetas a quienes dedicó atención y estímulo.

Sin embargo, no era alguien ávido de reconocimiento. Si lo obtuvo fue por el valor innegable de una obra poética que dialoga con la mejor tradición de la poesía occidental y es a la vez una indagación sobre el mundo y la existencia de esa manera peculiar, privativa de la poesía genuina. Una poesía hecha de preguntas más que de respuestas, pero que ejerce sobre el lector un poder de persuasión y una impresión de verdad. Aunque recibió varios premios en el país, su nombre no figura en la mayoría de las antologías de la poesía uruguaya contemporánea. Algo que parece inexplicable y merecería una reflexión sobre el modo en que los uruguayos asumimos nuestra condición de país de inmigración y de emigrantes.

Su amigo Gustavo Wojciechowski publicó en Yaugurú sus dos últimos libros, escritos cuando ya Alfredo Fressia sabía que el cáncer lo estaba llevando a la muerte: Sobre roca resbaladiza (2020), un texto fundamental que es un híbrido de autobiografía y reflexión sobre la poesía, y su último poemario, Última Thule (2022). Ningún lector interesado en la poesía debería dejar de leerlos. Están en Última Thule –ese más allá del mundo conocido– las imágenes y temas que recorren en distintas modalidades sus más de 20 libros anteriores: el viaje como metáfora de la vida, el tiempo y la memoria, los exilios, los mitos, Montevideo y la calle Marsella de la infancia, la poesía como destino, los amigos y los amantes muertos, la seguridad del fin. Y esa voz inconfundible –a veces levemente irónica, otras cargada de emoción–, y también la música del verso, en poemas que trabajan endecasílabos, heptasílabos, alejandrinos, haikus con una destreza que los vuelve “naturales”, insustituibles para esa despedida que Fressia enfrenta con lucidez, curiosidad y un atisbo de esperanza: “Decir adiós / Es el final de un mundo / Última Thule”, “Última Thule / un mundo nuevo surge / otro se cierra”, “Cara al futuro / ignota Última Thule / dejo muy poco”, “Sólo una huella / ignota Última Thule / después, olvido”.

Última Thule. Alfredo Fressia. Yaugurú, marzo de 2022. 62 páginas. 500 pesos.