La ruta nacional de 210 kilómetros que da la vuelta a La Reunión conecta las principales ciudades ubicadas a lo largo del litoral. Al entrar en la capital, los automovilistas no pueden perderse el cartel “Sin Dni”. Desde 2010, la escritura en créole [criollo de La Reunión] se ubica debajo de la escritura en francés: “Saint-Denis”. La iniciativa surgió tras la adopción, por parte de la municipalidad, de un estatuto común de bilingüismo. “Estos documentos tienen un alcance muy simbólico”, precisa el escritor Axel Gauvin, presidente de un organismo de promoción del bilingüismo: Lofis la Lang Kréol La Rényon [Oficina del Idioma Criollo de La Reunión]. “Incluyen, por ejemplo, la posibilidad de casarse en criollo, de expresarse en criollo durante los concejos municipales, o simplemente de recibir en criollo a las personas a la entrada de la alcaldía”. En diez años, 11 de las 24 comunas de la isla adoptaron este estatuto. “Es una manera de liberar la palabra, un pequeño paso hacia una mayor democracia”, afirma Gauvin, autor de un libro de referencia sobre el tema1.
El sol ilumina los grandes carteles que cubren las paredes del pequeño local de la asociación, apenas decorado. Fotos de “cabañas” con leyendas en ambos idiomas presentan la historia de las casas tradicionales reunionesas. En la puerta, un jardinero intercambia algunas palabras con la recepcionista de la oficina de turismo, ubicada al lado. Del otro lado de la calle, un grupo de obreros conversa alrededor de una mesa. Incluso siendo un principiante se puede adivinar el sentido de la charla en criollo del norte, más cercano al francés que el criollo del sur.
En La Reunión, únicamente 10 por ciento de la población habla sólo francés. El 90 por ciento restante se expresa en ambos idiomas o exclusivamente en criollo. Con más de 80 por ciento de las personas que lo declara como idioma materno, el criollo reunionés constituye el idioma regional más hablado en toda Francia. Sin embargo, al ser despreciado socialmente, se conservó durante mucho tiempo únicamente en la esfera privada y familiar. “Hubo un largo trabajo de socavación”, analiza el profesor Guillaume Aribaud, mientras dispone en el aula las sillas en círculo para el “ritual” de cada mañana: el recibimiento en criollo de sus alumnos de último año de preescolar. Aribaud explica: “En 1946, la departamentalización pasaba por una política de asimilación y de no tomar en cuenta el criollo como idioma. Hoy asistimos a una lenta evolución en la esfera pública, pero la sociedad permanece marcada por todos esos estigmas”.
El futuro está lejos
Muchos reunioneses descubrieron su identidad lejos del océano Índico. “Fue al dejar La Reunión para realizar mis estudios que comencé a interesarme realmente por la historia de mi isla. Tengo la impresión de haberme redescubierto al vivir a 10.000 kilómetros. El libro de Axel Gauvin me ayudó a reconciliarme con mi cultura y comprender por qué sentía vergüenza al hablar en mi lengua materna”, cuenta Sébastien Clain, de 35 años, autor del documental Kisa nou lé [¿Quiénes somos?].
Cada año, cerca de 2.000 estudiantes, o sea 20 por ciento de quienes terminan el colegio secundario, dejan La Reunión. Se benefician, para ello, de dispositivos financieros desarrollados por el Consejo Departamental y también por el Estado regional. La Agencia de Ultramar para la Movilidad Ladom se hace cargo del pasaje de avión de los estudiantes menores de 26 años que viajan a la Francia metropolitana (o a otro Departamento de Ultramar, DOM) para llevar a cabo estudios de formación, ya sea porque la disciplina que les interesa está saturada en la isla –particularmente en los oficios de trabajo social y paramédico– o porque no existe –ciencias políticas, psicología, ingeniería agrícola, por ejemplo–.
Además, la región concede becas de hasta 4.600 euros por año, renovables durante cinco. En paralelo, un sinfín de programas les permite a los habitantes de La Reunión ir a estudiar o a firmar un contrato de trabajo en la Francia continental. Ladom los concede como parte de los cursos de formación en movilidad para los solicitantes de empleo que “deseen mejorar su empleabilidad”. Es preciso señalar que la dualidad entre demografía y empleo sigue siendo omnipresente en La Reunión. Si bien el número de puestos de trabajo aumentó considerablemente desde hace 20 años, la densidad en la isla representa casi tres veces el promedio de Francia, y la tasa de desempleo, más del doble. La desocupación afectó a 40 por ciento de los habitantes de La Reunión de entre 15 y 29 años en 2019. En un contexto en el que la franja de los menores de 25 años en el seno de la población local es una de las más elevadas de las regiones francesas, la incitación a la emigración no es nueva.
En 1946, La Reunión pasó del estatus de colonia francesa al de departamento. En los años siguientes, la natalidad (51 por ciento en 1951) y el crecimiento de la población (3,5 por ciento por año en 1954) alcanzaron picos mundiales2. Si bien la fecundidad bajó de siete hijos por mujer en los años 50 a 2,4 hoy, todavía sigue siendo superior a la de la metrópolis (1,8). Desde 1952, el diputado reunionés Raphaël Babet impulsó un proyecto de colonización agrícola en Madagascar. En 1963, el reunionés Michel Debré, quien acababa de renunciar a su puesto de primer ministro, fue elegido diputado (una elección manchada por el fraude) contra Paul Vergès, el jefe del Partido Comunista reunionés, que preconizaba la autonomía. Debré creó la Oficina para el Desarrollo de las Migraciones en los Departamentos de Ultramar (Bumidom) que apoya la idea de un “imperativo migratorio” de La Reunión hacia la metrópolis.
Así, entre 1963 y 1981 el Estado acompañó a 160.300 antilleses y reunioneses en su instalación en la Francia metropolitana. Durante ese mismo período, 2.000 niños que estaban a cargo de la Ayuda Social para la Infancia fueron trasladados a la fuerza a la campiña francesa. Esta operación, conocida como “Los niños robados de La Creuse”, suscitó demandas contra el Estado por “secuestro”. Las demandas, realizadas por varias de las víctimas, quedaron sin efecto en el año 2000 por prescripción de la causa. Aún hoy, víctimas y asociaciones siguen sin respuesta, individual o colectiva, pese a las conclusiones entregadas en 2018 por una comisión de información e investigación histórica. “En esa época, esta voluntad política –analiza la socióloga Lucette Labache3– respondía a tres necesidades de regulación social: reducir el crecimiento demográfico del departamento; frenar la explosión social y las reivindicaciones políticas causadas por el subempleo; y proveer a la metrópolis de mano de obra en cantidad para ciertos sectores tan específicos como hospitales, correos y telecomunicaciones o transporte público”. Una “válvula de seguridad” en un contexto de reivindicaciones autonomistas, según Wilfrid Bertile, geógrafo y fundador del Partido Socialista reunionés, en 1972.
Tras el levantamiento del barrio de Chaudron en Saint-Denis en 1991, el concepto de movilidad fue reemplazando progresivamente al de migración. “Frente a la urgencia de la situación social, se impone la idea de movilidad para la juventud reunionesa”, continúa Labache. Con menos connotaciones que la palabra “migración”, el término “movilidad” tiene un sentido más positivo. En esta lógica, el Bumidom se convierte en la Agencia Nacional para la Inserción y la Promoción de los Trabajadores de Ultramar, que finalmente se transforma en Ladom, en 2010. Un eslogan paradójico aparece en inmensos carteles bordeando las calles de las principales ciudades de la isla: “Un oficio allá es un futuro aquí”. Emana de otro organismo, específico de La Reunión: el Comité Nacional de Recibimiento y de Acciones para los Reunioneses Movilizados (CNARM). Financiado en parte por el Consejo Departamental, impulsa contratos de profesionalización o de aprendizaje en los sectores de gastronomía, construcción y transporte en suelo metropolitano, destinados a trabajadores poco o nada calificados. Fundado asimismo bajo el impulso de Debré en 1963, el CNARM representa uno de los instrumentos de la continuidad territorial, un principio de servicio público con miras a reforzar la cohesión entre diferentes territorios de un mismo Estado, compensando las desventajas ligadas a su distancia geográfica. Entre 2015 y 2019, 11.084 solicitantes de empleo se beneficiaron del programa de movilidad del CNARM, que se jacta de “hacer de la movilidad profesional una prioridad fundamental de su política de inserción”.
Un eslogan paradójico aparece en inmensos carteles bordeando las calles de las principales ciudades de la isla: “Un oficio allá es un futuro aquí”.
¿La movilidad por elección? “Mi madre se fue a trabajar a los hospitales de París, mi padre a la SNCF [ferrocarriles], mis tías a la Policía. Ellos se fueron con el programa Bumidom, nosotros nos vamos con el CNARM”, dice Olivya Aliks. El tono no es alegre. “Me quedé cuatro años en París por mis estudios y sentí que había traicionado a mi país”, confiesa. La migración de los años 60 sigue siendo un episodio doloroso en la memoria de numerosas familias.
A los 17 años, Annecie Boyer se fue a Rennes a estudiar alemán, una oferta que estaba ausente en la isla: “Soy la única en mi familia que hizo estudios universitarios. Mis dos hermanos mayores se quisieron quedar, uno se convirtió en pescador y bombero, el otro en cocinero. Desde la secundaria estaba claro que me tenía que ir a Francia para tener éxito”. Una experiencia común, según la socióloga Florence Ihaddadene, profesora titular de Sociología de la Universidad de Picardie Jules Verne: “Desde el sistema escolar hasta la entrevista laboral, pasando por el mundo asociativo, las instituciones invitan constantemente a los jóvenes reunioneses a prepararse para la movilidad internacional”4. Nicolas Brun forma también parte de los “blancos clave”. Hijo de un padre metropolitano y de una madre reunionesa, se irá a estudiar ingeniería por un año en Angers tras haber obtenido su bachillerato en 2020: “A lo largo del secundario, venían oradores externos para presentarnos, uno tras otro, formaciones en Francia o en Quebec –nos cuenta–. Nos venden sueños a cumplirse en otro lugar”. Al igual que Boyer, el joven lamenta la ausencia de una enseñanza consagrada a la historia de La Reunión. “El Bumidom, los niños de La Creuse... Nunca habíamos oído hablar de ellos en la escuela”. Tras volver a vivir en Tampon, su comuna natal, el joven considera que se trata de una bendición disfrazada: “Una buena parte de los jóvenes vuelve para reconciliarse con su cultura”.
Orgullo y prejuicio
En la comuna de Port, a 20 kilómetros de Saint-Denis, Stéphane Marcy se acerca a un árbol floreciente, rodeado de sus alumnos de primaria. “De joven me construyeron un imaginario de Navidad con nieve y muñecos de nieve – recuerda –. El problema es que las cosas se presentaban de manera universal, y eso no pegaba para nada con nuestra realidad. ¿Cómo proyectarse con el modelo occidental como única representación?”. Desde 2014, este profesor de 38 años forma parte del 5 por ciento de profesores habilitados para enseñar criollo. Secretario de la asociación Latant LKR (La Lang la Kiltir Kréol Dann Lékol), que promueve la enseñanza del idioma y la cultura reunioneses, lucha para darles a sus alumnos herramientas para que les vaya bien en la escuela y puedan integrarse socialmente, herramientas de las cuales él fue privado. “Hoy en día no se golpea a un niño porque hable criollo en el colegio, pero es posible que un profesor sin formación le pida que ‘hable correctamente’. Viví esta situación de inseguridad lingüística. El francés no era mi lengua materna, así que tenía miedo de expresarme. Y aunque me adapté y fui un buen alumno, la inseguridad permanece”.
“Desde la Revolución, Francia consagró la unidad lingüística como vector de su unidad nacional. Un jacobinismo estrecho considera a los idiomas e identidades regionales como amenazas secesionistas”, explica Véronique Bertile, profesora titular de Derecho Público en la Universidad de Burdeos y autora de una tesis consagrada a los idiomas regionales en Francia, España e Italia. Este discurso no le es extraño a Aribaud. Es hijo de un padre occitano y de una madre pied-noir (franceses nacidos en las colonias del norte de África que se trasladaron a la metrópolis) de Túnez. Nacido en Saint-André –una de las comunas más pobres de Francia, ubicada en la costa este de La Reunión–, Aribaud se convirtió en profesor. Esta decisión sonó como una revancha: “Crecí con profesores de secundaria que nos explicaban que el criollo era un francés que no había envejecido. Es absurdo. No sólo nuestro idioma existe y resiste, sino que en el barrio en el que enseño criollo es también un vector de socialización para los numerosos niños de origen comorense o mahorés”, afirma.
El criollo reunionés es el fruto del encuentro entre pueblos muy diversos en el contexto de la colonización. Proscrito durante mucho tiempo, es cada vez más aceptado e incluso esperado por los padres: 81 por ciento de los reunioneses se declara hoy “a favor del criollo en la escuela” contra 61 por ciento en 2009. Y 85 por ciento estima que el criollo “es un idioma” en la misma categoría que el francés, contra 74 por ciento por ciento en 20095. Reconocido como “idioma regional oficial” en 2000, se propone cada vez más como especialidad en la secundaria. Sin embargo, en el nivel primario, únicamente 450 de los 8.000 profesores están actualmente capacitados para enseñarlo. Y el criollo sigue estando prohibido en varios sectores profesionales, como el hospitalario.
Poeta y luego periodista, Francky Lauret se convirtió a los 42 años en el primer titular de cátedra de Idioma Criollo. Considera que su carrera es un signo de progreso sin precedentes: “El peso de las representaciones sigue operando, pero aquello que llamamos diglosia, es decir, la diferenciación de un idioma culto, valorizado en la esfera pública, y de un idioma supuestamente bajo, relegado a las situaciones informales, evoluciona. Cuando escuchamos a la alcaldesa de Saint-Denis hacer su discurso en criollo, cuando se me permite defender mi tesis en criollo, cuando un cartel en la entrada de la alcaldía anuncia ‘Mi koz creol’ (‘Yo hablo criollo’), podemos afirmar que hay una liberación de la palabra”. La conclusión es compartida por las instituciones. Desde agosto de 2020, la nueva rectora de la región académica de La Reunión, Chantal Manes-Bonnisseau, multiplica los discursos acerca de la formación de profesores de la escuela primaria y la introducción de clases específicas de historia de La Reunión en la secundaria. Esta posición es aún más firme, ya que confirma la utilidad del criollo en el contexto del dominio del francés.
Paradójicamente, el reconocimiento del criollo aprovecha la despolitización del tema. “La lucha cultural y lingüística muy a menudo fue llevada a cabo por militantes por la autonomía, incluso por la independencia, particularmente el Partido Comunista en los años 50”, confirma Aribaud, que además de profesor es miembro de la asociación Lantant LKR. Pero hoy el abanico independentista detrás de la reivindicación del idioma ya no es más que un recuerdo. El gobierno de la región, dirigido por Huguette Bello, del Partido Para La Reunión –que surgió de una escisión del Partido Comunista reunionés en 2012–, y las autoridades del departamento, cercanas a los valores de la derecha firmemente atada al estatus de departamento francés, caminan hoy juntos. En el transcurso de los Estados Generales del multilingüismo, que se llevaron a cabo en la isla en octubre pasado, las dos instancias incluso se pusieron de acuerdo en la implementación de un pacto lingüístico que reconoce el lugar del criollo en la sociedad reunionesa.
Apego francés
En noviembre pasado, cuando un levantamiento sacudió a Guadalupe y Martinica, el ministro de Ultramar, Sébastien Lecornu, propuso abrir un debate sobre la autonomía. Pero en La Reunión la cuestión ya no está en la agenda. Con el mayor crecimiento demográfico de toda Francia, y también la mayor desigualdad, La Reunión acumula crisis en materia social. Sin embargo, el apego de sus dirigentes y de una parte de sus ciudadanos a la metrópolis torna caduca cualquier veleidad de debate. Sin embargo, la amplitud del movimiento de los gilets jaunes (chalecos amarillos) causó sorpresa. “Existía esa idea muy anclada según la cual la isla estaba construida sobre un modelo republicano en el que el descontento estaba pacificado y en donde el pueblo no podría levantarse porque aprendió a convivir”, opina la historiadora reunionesa Françoise Vergès, especializada en esclavitud e historia colonial. “Esta idea descansa a la vez sobre un mito y sobre una realidad”, continúa, al evocar la historia del poblamiento reunionés. Deshabitada hasta 1646, La Reunión es el encuentro de pueblos europeos, africanos, malgaches, indios e incluso chinos.
“Por eso la dialéctica negros/blancos propia del Caribe no opera en La Reunión”, analiza el investigador Philippe Vitale. En las Antillas, el clivaje entre los bekés, descendientes de los colonos blancos, grandes propietarios de tierras, y la población negra, mayoritaria, llevó a luchas brutales y, sobre todo, visibles. De hecho, si la figura de Aimé Césaire, político martiniqués y autor del famoso Discurso sobre el colonialismo en 1950, se impuso en todo el mundo, ¿quién conoce a Boris Gamaleya, lingüista, poeta y periodista reunionés, primer militante comunista de lo criollo?
El criollo reunionés es el fruto del encuentro entre pueblos muy diversos en el contexto de la colonización, en el siglo XVIII.
“Una clase media local, compuesta no sólo por metropolitanos, sino también por reunioneses, contribuyó a reprimir al criollo y a borrar las reivindicaciones sociales y culturales de emancipación”, explica Vergès. “Este miedo al abandono persiste, originado en la era de Debré. La Reunión siempre mostró un apego visceral a la República Francesa”, completa la jurista Véronique Bertile. “Bienvenidos a Zoreyland”, ironizan los reunioneses que trabajan cerca de la playa Hermitage, bordeada de hoteles y de pequeñas boutiques de diseñadores. Principal estación balnearia situada a 35 kilómetros al sudoeste de Saint-Denis, Zoreyland es el sobrenombre de Saint-Gilles, en referencia a la fuerte presencia de poblaciones metropolitanas llamadas zoreilles. En los patios de recreo, estos son en promedio dos veces más numerosos que en Saint-André, en el este, y cinco veces más que en Salazie, en el interior.
Porque La Reunión atrae. Si entre 2012 y 2016, 11.400 personas en promedio se fueron cada año para instalarse en la metrópolis, 10.300 personas –entre las cuales 3.000 nacieron en La Reunión– hicieron el camino inverso. Funcionarios, profesiones liberales, dirigentes de grandes compañías francesas, jefes de empresas... Esta presencia es cuestionada. “La mayor parte de los servicios del Estado siguen estando dirigidos por metropolitanos”, afirma Vergès. La situación evoluciona lentamente, junto con el aumento del nivel de educación. A fines de 2020, sobre 31.000 personas que ejercían un empleo de primer nivel, 47 por ciento eran nativos de la isla, contra sólo 33 por ciento en 1990. Por el contrario, los criollos no representan más que un tercio de las profesiones liberales (19 por ciento de los médicos y dentistas) y ocupan sólo 34 por ciento de los puestos con grandes responsabilidades. “El camino de la inserción, a veces a través de la movilidad, todavía va de la mano de un proceso de ‘blanqueo’ que consiste en borrar su identidad reunionesa”, se lamenta por su lado el secretario de Lantant LKR.
Un estudiante de segundo año de técnico superior agrícola da testimonio de lo que teme cuando se encuentra frente a un metropolitano durante una entrevista de trabajo. “Tengo muchos ejemplos a mi alrededor en los cuales, con el mismo título, nunca se elige al reunionés”, explica. Este estudiante de 19 años siempre supo que volvería. Si bien son muchos los que dejan la isla, cada vez más reunioneses esgrimen el derecho de “vivir y trabajar en el país”. La reivindicación del retorno, durante mucho tiempo un punto ciego de las políticas de movilidad, empieza a encontrar eco. “La movilidad es un proyecto de vida, pero también es el mejor medio de formarse, de adquirir experiencias, de reforzar sus competencias, para volver en mejores condiciones”, declaraba Cyrille Melchior, presidente del departamento, en el transcurso de un discurso junto al presidente del CNARM, en setiembre de 2018.
Mirar hacia el Índico
“Tras esta cuestión del retorno se plantea la cuestión, espinosa, de la preferencia regional”, expone Véronique Bertile. “El término es muy explosivo, prefiero hablar de preferencia por el empleo local”, propone la profesora titular de Derecho Público y Constitucional. En otras palabras: establecer que, cuando un puesto se encuentra disponible o se requiere un reemplazo, se priorice a alguien que ya esté residiendo en la isla. “Es una manera concreta de luchar contra el desempleo. Estamos en regiones ultraperiféricas. De acuerdo con el derecho de la Unión Europea, nuestro aislamiento, la estrechez del territorio y la insularidad autorizan la implementación de medidas específicas. La preferencia por el empleo local ya existe en Nueva Caledonia y en la Polinesia Francesa”.
La falta de carreras universitarias completas fue durante mucho tiempo un argumento para justificar la contratación de los franceses provenientes del continente o la movilidad. “Preferimos incluso extender los medios para hacer partir a los reunioneses en vez de desarrollar en la isla una oferta correcta”, se lamenta la diputada de izquierda Karine Lebon. Desde hace un año, esta exprofesora lucha por desarrollar carreras universitarias específicas, adecuándolas a las necesidades de su territorio, cuyos bienes y servicios exportados no cubren más que 5 por ciento de las importaciones. Las necesidades son muchas: agricultura sustentable, ingeniería agrícola, biodiversidad, ecología de los sistemas tropicales... Desde 2015, un proyecto de “escuela del mar” está en la agenda. Validado por el alcalde de la comuna de Port hace más de cinco años, todavía no vio la luz. Actualmente, los estudiantes interesados en estos títulos tienen dos soluciones: la escuela de aprendizaje marítimo de la ciudad (para convertirse en marinos) o la movilidad.
“El problema no es la movilidad en cuanto tal –estima Aribaud–. Nuestro desarrollo siempre estuvo enteramente orientado hacia el continente europeo. Pero ¿por qué no mirar más hacia los países del océano Índico?”. Un informe parlamentario recomendaba en 2020 “la reducción del aislamiento geográfico de los territorios a través de una mayor integración de su economía en los mercados de las cuencas geográficas [...] y la mejora de la competitividad de los puertos”6.
Desde las alturas del parque de Tampon-Bel Air, bordeando la ribera de Abord, la ruta que trepa en dirección de la llanura de Cafres ofrece una vista de 360 grados. En el corazón de la isla, las montañas dominan sobre una vegetación exuberante. En el otro extremo, la vista no se topa con ningún límite terrestre. Detrás de la costa se dibuja el océano, el mismo que golpea las costas de Mauricio, Madagascar, Sudáfrica y Sri Lanka. La Reunión nunca fue una isla cerrada sobre sí misma, repetían los militantes por el idioma ya en los años 1970. Por eso las palabras de Boris Gamaleya todavía pueden resonar por largo tiempo: “He aquí un canto maravilloso para olvidar la noche oscura. Es tu pueblo que habla. No te tapes más los oídos”.
Margot Hemmerich y Clémentine Méténier, periodista, colectivo singular. Traducción: Micaela Houston.
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Axel Gauvin, Du créole opprimé au créole libéré – Défense de la langue réunionnaise, L’Harmattan, París, 1977. ↩
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Jean Fourastié, “La population de la Réunion”, Population, París, Nº 3, 1955. ↩
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Lucette Labache, “La mobilité des jeunes réunionnais”, Agora Débat/Jeunesses, París, Nº 50, 2008. ↩
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Florence Ihaddadene, “Les pratiques des professionnels face aux freins à la mobilité des jeunes ultramarins: l’exemple de La Réunion”, Cahiers de l’action, París, Nº 49, 2017/2. ↩
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Encuesta Sagis llevada a cabo del 25 de marzo al 13 de abril de 2021 para Lofis. ↩
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“Rapport d’information no 3638 sur le coût de la vie dans les Outre-mer”, delegación de la Asamblea Nacional en Ultramar, París, 3 de diciembre de 2020. ↩